La magia de Formentera, un edén mediterráneo

La magia de Formentera, un edén mediterráneo



En el sur del archipiélago balear se localiza uno de los enclaves terrenales más cercanos a lo celestial. Es Formentera, la cuarta isla en tamaño de las Baleares, que acoge playas paradisiacas de arena blanca, acantilados con vistas al infinito, una vegetación típica del Mediterráneo y un pasado histórico que se remonta a la Edad de Bronce.

Con cerca de 13.000 habitantes, la pequeña de las Pitiusas, nombre griego de Ibiza que significa "abundante reserva de pinos", queda separada de su hermana mayor por el estrecho de Es Freus. Los transbordadores que zarpan desde la Isla Blanca tardan una media hora (11 kilómetros de recorrido) en llegar al puerto de La Savina.

La historia de la isla

La puerta de Formentera tiene un conjunto de muelles que en el pasado sirvieron de entrada para el comercio de la sal y hoy dan cobijo a embarcaciones de recreo y ferrys turísticos, así como a algún pescador. Nada más pisar tierra firme te embriagas de la serenidad que se respira en esta isla vestida de pequeños pueblos con casas bajas de muros encalados y con adornos de color azul de mar.

A lo largo de la historia, diferentes civilizaciones han dejado su huella en Formentera, aunque también ha estado deshabitada en algunos periodos temporales. Entre La Savina y la localidad de Es Pujols, rozando el Estany Pudent, se puede ver el sepulcro megalítico de Ca na Costa, datado en torno al año 2000 a.C., que fue descubierto en 1974 y sirvió para evidenciar el pasado prehistórico de la isla.

La zona norte alberga el Parque Natural de Ses Salines, un entorno que acoge gran variedad de vegetación representativa de las Pitiusas y una fauna propia con 210 especies de aves censadas. En esa misma dirección se halla la playa de Ses Illetes, posiblemente el lugar más concurrido de los 83 km² de superficie de la isla. Veterana en las listas de mejores playas europeas, está rodeada de islotes como la Illa de Tramuntana, la Illa Rodona o, la que seguro es más popular, la Illa de s’Espalmador, un espacio privado y virgen donde está permitido el baño. Se suele llegar en barco, ya que no se recomienda acceder a nado debido a las corrientes.

Las aguas cristalinas nada parecen envidiar a las del Caribe. Las 7.650 hectáreas de praderas de Posidonia oceánica generan esa nitidez y ese tono turquesa que fascina por igual a bañistas y a submarinistas. Para protegerlas mejor se ha puesto en marcha una iniciativa que permite apadrinar metros cuadrados de posidonia. Y entre el 12 y el 15 de octubre, el festival Posidonia Project combinará ciencia, actividades deportivas, música y defensa de la naturaleza.

Sant Francesc Xavier, la capital insular, atrae a los visitantes por los restos históricos que salvaguarda. La capilla románica de sa Tanca Vella, construida en 1336, ostenta el título de la más antigua de Formentera. Frente a la Casa Consistorial también destaca la iglesia fortificada del siglo XVIII dedicada al santo que da nombre a la localidad, y que en su día sirvió para proteger a la población de los ataques piratas. Todavía hoy sigue habiendo nuevos descubrimientos en la localidad y sus alrededores, como el reciente hallazgo de una necrópolis de la época bizantina que aportará nuevos datos de la vida en la isla hacia el siglo VII.

Hacia el sur la ruta nos lleva al Cap Barbaria. Entre el 1600 y 1000 a.C., la zona del cabo llegó a estar muy poblada, como muestran distintos yacimientos arqueológicos de la Edad de Bronce. En la misma área fue erigida en 1763 la Torre des Garroveret, una de las cinco atalayas-vigía que pueden verse en el litoral y que también sirvieron para defenderse de la piratería.

Rumbo al faro de Formentera

Sin embargo, el principal reclamo de esta región es la visita al faro que emerge de la tierra en el extremo más meridional de la isla. El Far de Cap Barbaria data de los años 70 y es el más nuevo de los tres que avisan a los marineros de la proximidad de las rocas. El más antiguo es el Far de La Mola, alzado entre 1859 y 1861 sobre los escabrosos acantilados del extremo oriental. Resulta inolvidable sentarse junto a él para contemplar el atardecer, práctica convertida en una tradición más de las Pitiusas. Antes de dejar atrás La Mola es ineludible visitar el mercado semanal de artesanos, que permite revivir la época de los años 60, en la que artistas y hippys hallaron en la isla un remanso de paz y libertad.

El viaje prosigue con un corto trayecto de 4 kilómetros desde el Pilar de La Mola hasta Es Caló des Mort, una cala tranquila, hermosa y totalmente aconsejable. La separan 7 minutos más al volante de Es Caló de Sant Agustí. La belleza de este pueblo y su puerto de pescadores guarda la esencia mediterránea de Baleares, con casas blancas cerca del mar y una de las mejores playas de Formentera, sin olvidar los varaderos de madera que alejan las embarcaciones del agua salada.

La cantidad de playas para visitar en Formentera resulta inagotable y, aunque algunas están más concurridas en verano, otras siguen siendo un secreto bien guardado. Cala Saona, con 140 metros de arena fina y aguas limpias poco profundas, puede ser un punto final perfecto. Terminar la jornada en uno de los restaurantes cercanos degustando la cocina local es otra forma de inmortalizar el recuerdo de Formentera. Una ensalada payesa, un bullit de peix o una greixonera –un postre típico a base de ensaimadas–, aportarán el preludio inmejorable a un atardecer para despedirse del paraíso.

Fotografías: Age Fotostock; Getty images; Fototeca 9×12



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