El vals y el escándalo del "baile agarrado"

El vals y el escándalo del "baile agarrado"



El vals parece actualmente inseparable de la Viena del Imperio de los Habsburgo. Sin embargo, los orígenes "del más armonioso de los bailes" fueron humildes y rurales. Su nombre deriva de walzen, "girar" en alemán, y es heredero del folclore tirolés, si bien algunos autores se inclinan por atribuir su coreografía a la volte, una danza que ya se practicaba en Francia en el siglo XVI. En cualquier caso, lo cierto es que desde las últimas décadas del siglo XVIII el vals fue calando en los salones de baile de las grandes capitales europeas hasta convertirse en su protagonista absoluto un siglo después.

A comienzos del siglo XIX, el vals hacía furor entre los más jóvenes. En cierto modo era la expresión perfecta de una nueva sociedad que había arrinconado los usos aristocráticos y había concedido el mando a la burguesía en el continente. Poco o nada tenía que ver con los estudiados movimientos del minué o la contradanza. El vals permitía a las parejas entrelazarse libremente y conquistar en cada uno de sus vertiginosos giros una absoluta sensación de libertad. Goethe lo recogió vívidamente en una escena de Las penas del joven Werther (1777), en la que el protagonista cuenta un baile que empieza con unos minués: "Cuando llegamos al vals comenzamos a dar vueltas unos alrededor de los otros, como si fuéramos esferas […] Jamás he bailado con mayor ligereza y facilidad. Era yo algo más que hombre. Tener en mis brazos aquella amable criatura, volar con ella como una exhalación, perder de vista todo lo que me rodeaba… ".

Las salas de baile

Las mentes conservadoras, en cambio, no tardaron en calificar de inmoral el hecho de que una pareja bailara entrelazada. Hasta entonces, lo habitual era que los bailarines sólo se tomaran de la mano mientras efectuaban complicadas coreografías, como en el versallesco minué. En 1818, Madame de Genlis, institutriz del futuro rey Luis Felipe de Francia, dijo que el vals echaría a perder a toda joven honesta que lo ejecutase. De Genlis definía así el nuevo baile: "Una joven dama, ligeramente vestida, se arroja en brazos de otro joven que la estrecha contra su pecho y la conquista de forma tan precipitada que no puede impedir que su corazón lata desaforadamente y que la cabeza empiece a darle vueltas. ¡Tal es el efecto del vals!". En 1833, un manual británico de buenos modales recomendaba que sólo lo danzaran las mujeres casadas, ya que era "un baile demasiado inmoral para ser bailado por señoritas".

"En 1833, un manual británico de buenos modales recomendaba que sólo lo danzaran las mujeres casadas"

Ninguna de estas objeciones impidió la difusión de la nueva danza, a la que contribuyó la apertura de un tipo nuevo de establecimiento: las salas de baile. En 1759, la cantante lírica Teresa Cornelys, tras recorrer los escenarios de media Europa con escaso éxito, recaló en Londres y fundó el que iba a ser el primer salón de baile público, el Carlisle House. Funcionaba como un club privado y exclusivo donde se podía cenar, jugar a las cartas, escuchar las interpretaciones de una orquesta de cámara y, por supuesto, bailar.

Su ejemplo no tardó en seguirse en otras capitales europeas. En Viena se abrieron el Sperl o la Sala de Apolo, donde veló sus armas el mismo Johann Strauss padre. Los más jóvenes abrazaron con entusiasmo la nueva moda y las salas de baile acabarían por ser el hábitat natural donde se desarrolló el vals.

Mediado el siglo XIX, el vals ya era el rey absoluto de los salones de la clase alta en toda Europa

El aumento de la popularidad del vals debe mucho a los músicos austríacos Johann Strauss padre (1804-1849), Josef Lanner (1801-1843) y Johann Strauss hijo (1825-1899). Este último fue autor, entre otras piezas, del más emblemático de los valses vieneses: El Danubio azul que, a su muerte en 1899, interpretaron todas las orquestas de Viena al paso de su féretro. Estos tres compositores transformaron una simple danza campesina en obras plenas de brío y musicalidad destinadas a un público mucho más sofisticado. Lo mismo cabe decir de los valses del alemán Carl Maria von Weber y del polaco Frédéric Chopin o los que el ruso Piotr Tchaikovsky incluyó en algunos de sus famosos ballets, como El cascanueces, El lago de los cisnes o La bella durmiente.

Mediado el siglo XIX, el vals ya era el rey absoluto de los salones de la clase alta en toda Europa. La sociedad europea estaba cambiando también al compás de tres por cuatro.



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