Breve encuentro entre Diane Arbus y Susan Sontag

Breve encuentro entre Diane Arbus y Susan Sontag


Agosto en Nueva York, tarde oscura de tormenta, los truenos resuenan como rugidos y llueve mucho, llueve de una forma tan exagerada que las calles se encharcan rápidamente y la gente corre a refugiarse bajo algún toldo. Aun así, la tormenta refresca un calor bochornoso condensado de varios días y la sensación es de un inmenso alivio.

Ellas al final se citan en una habitación de un hotel de Manhattan; realmente es el lugar más apropiado, un espacio impersonal que se presenta casi como un ring de un torneo que no puede dar ganadora. Pero este encuentro, seguro que nos permite un emocionante pulso entre dos grandes de la cultura y la fotografía: Diane Arbus y Susan Sontag.

Retrato de Diane Arbus ©Stephen Frank

La ciudad elegida era indiscutible, ambas nacieron y murieron en Manhattan. Hay que decir que el cuerpo de Sontag yace en el cementerio de París, rodeada de muertos célebres, pero al final los fantasmas siempre vagan por los espacios que les procuraron un vínculo insondable, donde, de una manera o de otra, generaron historia.

La raíz con Manhattan es profunda y simbólica, tanto para la una como para la otra, un encuentro en otro lugar no es imaginable y por lo tanto nunca se hubiera producido.

La habitación del hotel es bastante grande y luminosa, tiene un amplio salón con una mesa y unas butacas que parecen muy cómodas. Contiguo al salón hay un dormitorio separado por una puerta corredera, una amplia cama matrimonial domina la estancia, siendo lo más importante del dormitorio.

Susan se sienta junto a la mesa y saca una libreta; Diane, de pie, observa la lluvia desde la ventana mientras fuma.

Ambas visten de negro; Diane muy delgada, con el pelo corto y esa mirada profunda pero a la vez llena de curiosidad, una mirada que escudriña, que aprehende. Susan, con la melena oscura y el ya icónico mechón blanco; su sonrisa contenida de quien se sabe inteligente, de respuesta ágil y una oratoria muy construida.

Las dos invaden la habitación con una presencia poderosa; presente, pasado y futuro concentrados en una conversación; los truenos avisan, la noche será larga.

Arbus: Hay tormentas que parecen que nos quieran contar algo. ¡Qué maravilla! Oye Susan, no recuerdo la última vez que nos vimos. Creo que fue en Central Park ¿No es así?

Sontag: Si, en la sesión de fotos con mi hijo David, en el 65. Me acuerdo perfectamente, David pegaba su rostro al mío para cada foto, como si sólo existiéramos los dos en su mundo. Yo era tan joven, tan llena de vida…

Susan Sontag y su hijo David. ©Diane Arbus

Arbus: “Llena de vida”… Mientras tenías la mejilla de tu hijo tan cerca, en ese mismo instante de la foto… ¿de verdad te sentías “llena de vida”?… es como una expresión muy propia del pasado…

Sontag: En ese momento pensaba que viviría doscientos años, a pesar de las desavenencias propia de la vida. Incluso a pesar de lo que me vino después, sorteando a la muerte a golpe de escritura…yo pensaba que viviría muchos años, no sentía la vejez, no me tocaba…

Arbus: Siempre tuve mucha curiosidad por la vejez, nunca me imaginé de mayor, ese miedo no lo tuve nunca.

Sontag: El miedo a envejecer nace del reconocimiento de que uno no está viviendo la vida que desea. Es equivalente a la sensación de estar usando mal el presente. Yo tenía 71 años cuando la muerte me mató, pero me sentía activa y emocionada por la vida. Tengo una curiosidad Diane, ¿qué hubiera pasado si no te hubieras suicidado?, si algo hubiera cambiado repentinamente tu impulso, ese de querer morir, de acabar con tu vida, justo en ese instante… Todo hubiera sido diferente.

Arbus: Mi muerte era inevitable y necesaria, en el sentido de que era consecuencia de una cierta justicia vital. Mi muerte fue tan natural como mi propio nacimiento, respondía a un gesto de deseo tan necesario como querer vivir. No es importante morirse, querida Susan, entiendo que tú le des mucha importancia, pero el mundo asume nacimientos y muertes en cada segundo, a cada instante. Y la vida fluye con la misma naturalidad.

Sontag: Yo no lo veo así, la muerte es lo contrario a todo. Te arrebata la existencia como un robo tan injusto como improvisado. Viene con sorpresa inesperada, como el aire calmo que anuncia tormenta; es arrolladora, incluso tu suicidio tiene algo de dirigido, de obligado. Una escena de la obra de tu vida cuyo guion lo ha escrito otro. Jode morirse, a mí me jodió profundamente. Todavía no me lo creo.

Arbus: Pero aquí estamos, querida Susan, vivas en la eternidad del imaginario cultural. En un debate expectrante que no puede desvelar nada nuevo, pues no somos realmente tu y yo, pero que nos mantiene vivas, nos hace tener un presente casi ectoplásmico, un aquí y un ahora.

Sontag: El tiempo existe para que no todo ocurra al mismo tiempo y el espacio para que no todo te ocurra a ti… pero está claro que nosotras ya no tenemos ese conflicto (risas).

Arbus: Te sienta muy bien la eternidad querida Susan. ¿Quieres un cigarrillo?

Diane Arbus se enciende otro cigarrillo, ha dejado de atender la ventana para mirar atentamente a Susan Sontag, que escribe en su libreta, mientras la mira de reojo.

Sontag: Acepto ese cigarrillo, ¡ya no nos matará! Cómo me gustaba fumar…

Arbus: Tengo que decirte Susan que el problema no es la muerte, esta sucede y ya está. El conflicto está en el suicidio, como algo que requiere una justificación que nos consuele. A veces uno simplemente quiere dejar de vivir, pero lo cierto es que el suicida genera un profundo terror si no aparece algo que justifique ese “cruzar el límite”. Siempre supe que había límites. Mi suicidio se convirtió en algo estrechamente ligado a mi obra, como un efecto causado por las fotos que realizaba. Es, además, lo que escribiste sobre mí.

©Eva Rubisntein

Sontag: Bueno, bueno, yo escribí muchas cosas sobre tu trabajo fotográfico, en algunas me mantengo firme y en otras creo que el tiempo ha posicionado tu obra donde le correspondía. Lo que dije es que tu suicidio parecía garantizar que tu obra era sincera, no vouyerista, que era compasiva, no indiferente. El suicidio también parecía volver más devastadoras tus fotografías, como si demostraran que habían sido peligrosas para ti. Pero ese peligro lo señalaste tú.

Diane camina por el salón pensativa; Susan gesticula mientras fuma, recostada sobre la butaca, con gesto altivo y media sonrisa. Diane aparta la otra butaca y se sienta. Por primera vez se encuentran frente a frente y por primera vez se miran directamente a los ojos. Ambas poseen una mirada intensa. Es curioso, la mirada de Susan siempre tiene un trasfondo de desobediencia, cierta picardía de quién le gusta llevar la contraria. Diane, por el contrario, es de mirada profunda y reflexiva, pero también algo irónica.

Arbus: Recuerdo que nunca tuve miedo mientras hacía fotos. Cuando miro por el ocular de la cámara, podría estar acercándose una persona con un arma o algo así y yo seguiría con mis ojos pegado al ocular; es como si no fuera realmente vulnerable. Simplemente me parece magnífico lo que está pasando delante de la cámara.

©Annie Leibovitz

Sontag: ¿No crees que cualquier persona que tenga la temeridad de pasar una temporada en el infierno se arriesga a no regresar con vida o a volver psíquicamente dañado?

Arbus: Realmente describes una especie de muerte en combate; como si fotografiar freaks resultara finalmente dramático y eso no es lo más definitorio. Hay algo muy poderoso en la cámara fotográfica, todos saben que tienes una ventaja, estás portando algo que los afecta, que los arregla de algún modo.

Sontag: El reportaje de guerra combina el voyeurismo con el peligro; pero descubrir, mediante la fotografía, que la vida es de veras un melodrama y entender la cámara como arma de agresión, implica que habrá bajas.

Arbus: Susan, tú eras la que decía que todo uso de la cámara implica una agresión. Para mí la fotografía es una exploración y a la vez un descubrimiento. Ciertamente hay cosas que nadie vería si yo no las hubiera fotografiado. No estoy en las trincheras con mi cámara en constante peligro de muerte. Mi fotografía respondía a una curiosidad por descubrir esa parte oculta, particular y genuina del ser humano.

©Saul Leiter

Susan se levanta y coge otro cigarro. Pasea por la habitación un tanto nerviosa. Diane también se levanta y se asoma a la ventana. Se produce un largo silencio, como si ambas necesitaran repensar lo que han hablado.

La intensa lluvia forma una cortina de agua que impide ver el final de la calle y los edificios del fondo. Nubes oscuras, rayos y truenos, Diane cierra la cortina de la ventana y  ambas se vuelven a sentar en sus butacas.

Sontag: Diane, tu obra sugiere políticamente un mundo donde todos son seres extraños, irremediablemente aislados, inmovilizados en identidades y relaciones mecánicas y atrofiadas…

Arbus: Bueno, retraté a muchos freaks, fue uno de los primeros temas que fotografié y tuvo una emoción especial para mí. Los adoraba, no quiero decir que fueran mis mejores amigos, pero me hicieron sentir una mezcla de vergüenza, temor y asombro. Hay una cualidad legendaria acerca de los freaks, quiero decir, si alguna vez hablaste con alguien con dos cabezas, te das cuenta que ellos saben algo que nunca podrás llegar a conocer.

Gemelas identicas, Roselle, NJ. 1967

Sontag: No, no conozco a nadie con dos cabezas. Pero igualmente tu insistente uniformidad, aun cuando te alejas de tus temas prototípicos, muestra que tu sensibilidad, armada con una cámara, insinúa angustia, anomalía, enfermedad mental con cualquier tema; incluso los paisajes parecen explorar espacios perversos y misteriosos.

Arbus: Susan, si miras a alguien por la calle, lo que adviertes ante todo es la falla. Es lo que he intentado ahondar en toda mi fotografía; tiene que ver con eso que yo llamo “la brecha”, esa extraña relación entre la intención y el efecto, entre la ficción y la realidad. Si sólo fuera una curiosa sería muy difícil decirle a alguien “oye, quiero ir a tu casa y que me cuentes la historia de tu vida”; quiero decir, la gente diría “estás loca” y se mantendrían distantes. Pero la cámara es una especie de licencia, hay mucha gente que quiere que se le preste atención y realmente esa es una atención razonable para prestar.

Sontag: Diane, todo lo que fotografías se convierte en monstruoso…

Arbus: ¿Y no te parece otra forma de entender el mundo?

Sontag: Quizás ahora sí. Pero en el contexto histórico tu obra me parecía poco… cómo decirlo, poco… comprometida. No hablo de patriotismo, tu obra es reactiva contra el decoro, contra lo aprobado No te interesaba el periodismo ético, elegías temas que te permitían disociarlos de todo valor; temas ahistóricos, patologías privadas antes que públicas, vidas secretas antes que conocidas. Para ti, los monstruos y el norteamericano medio eran igualmente exóticos. Tu obra expresa tu rebelión contra lo que era público, convencional, seguro, tranquilizador y tedioso.

Arbus: Mira Susan, todo mi trabajo fotográfico es comprometido, pero quizás no responde a un espíritu de crítica social. No es una defensa política y explícita por aquellas personas que son diferentes; no reivindica, aunque sirvió para ello, una aceptación en lo socialmente cotidiano de los que no entraban en la norma. No hay, ni lo pretendía, justicia poética para los raros.

Sontag: Vaya, ya no me llamas querida…

Arbus: Susan, escucha…

©Annie Leibovitz

El silencio se adueña de un salón cada vez más lleno de humo. Tanto la una como la otra se miran con cierto reproche, pero es cierto que los fantasmas mantienen bastante bien la compostura; puede respirarse la tensión pero no alzan la voz y el tono, a pesar de lo que pueda parecer, es muy relajado. Las dos mantienen fija la mirada mientras se terminan el cigarro; Susan tiene cierta sonrisa traviesa, se nota que disfruta de los debates; Diane con esa seriedad educada, amable pero también distante. Las dos aplastan la colilla en un cenicero abarrotado y Diane comienza a hablar.

Arbus: Una de las cosas que me hicieron sufrir cuando niña fue que nunca sentí la adversidad. Estaba confinada en un sentido de irrealidad, y la sensación de ser inmune, por ridículo que parezca, era dolorosa.

Pero es extraordinario que hayamos sido dotados con particularidades que nos diferencian del otro, que nos hacen genuinos y diferentes. Al final, lo curioso, es que nunca estemos contentos con eso que nos fue dado.

Todo nuestro aspecto consiste en dar un signo al mundo para que piensen de un cierto modo acerca de nosotros, pero hay un punto entre lo que uno quiere que la gente sepa de ti y lo que no puedes evitar que la gente piense de ti. Y en esa brecha se centra mi trabajo.

Para mí, el sujeto siempre fue más importante que la imagen pero también más complicado. No es banal querida Susan, toda mi fotografía es sobre todo muy comprometida.

Sontag: Diane, hubo un tiempo que pensaba que la pseudofamiliaridad con lo horrible reforzaba la alienación. Como si cierto tipo de fotografías volvieran irrelevantes las reacciones compasivas, como si anestesiaran, atrofiándonos para reaccionar en la vida real. Como si la cámara fuera una especie de pasaporte que aniquilara las fronteras morales y las inhibiciones sociales, liberando al fotógrafo de toda responsabilidad ante la gente fotografiada. Fotografiar a la gente como tú lo hacías, desde esa aparente empatía no sentimental, me parecía una agresión al público.

El sonido de un trueno interrumpe en la escena y el estruendo retumba dentro del salón, ellas no se inmutan y siguen fumando. El aire parece irrespirable, pero son fantasmas, no les afecta. Después de un par de bocanadas, Diane responde.

Arbus: Ya no piensas lo mismo. ¿Por qué?

Sontag: Entre otras cosas, pasó el atentado de las torres gemelas, donde se censuraron imágenes duras de la tragedia. De hecho, se censuraron todas las imágenes donde pudieran verse heridos o muertos.

Arbus: Pero tu criticaste el abuso representativo de la imagen en la guerra del Vietnam, lo definiste como “un happening continuo”…

Sontag: Las fotos brutales exigen una brutalidad previa que es necesario conocer, con la que es necesario encararse. Una sociedad democrática debe someterse a ese tipo de ejercicios. Si no se convierte, en cierto sentido, en una sociedad cómplice de la brutalidad.

Pero hay fotos que ayudan a entender la realidad, aunque no de una manera contundente y absoluta y otras que no. Siempre habrá resquicios por donde se colarán los derechos y los sentimientos de los otros.

©Eddie Adams

Arbus: Es decir, que ahora ya no te parecen una agresión mis retratos. ¿Ya se puede mostrar esa realidad aunque sea grotesca e incómoda?

Sontag: En realidad lo que habría que cuestionarse es cuánto puede mostrarse de lo real, cuanto puede mostrarse del horror. A mi entender esta es una pregunta clave en la relación que tenemos con la fotografía, al margen de lo grotesco o incómodo de una realidad concreta. Y querida Diane, esto te lo digo con sinceridad, ahora que puedo ver las cosas con la distancia que confiere la eternidad, creo que todo tu trabajo fotográfico cambió la forma de hacer y entender la fotografía; construir un relato de una sociedad y sus personajes desde una visión introspectiva, crítica pero a la vez amable, es una herencia que te convierte en un ser indispensables de la historia de la fotografía… Eso sí, un tanto pesimista, pero la propensión norteamericana a los mitos de redención y condenación continúa siendo uno de los aspectos más estimulantes y más seductores de nuestra cultura nacional, ¿no?

Diane sonríe y Susan también, ambas cogen otro cigarrillo; pero ahora el salón casi tiene más apariencia de tugurio, el humo condensado en el ambiente se desliza por la sala iluminado por la luz amarillenta de la lámpara, como una neblina densa. La lluvia aprieta pero la tormenta parece que comienza a alejarse. Susan se acaricia el pelo mientras fuma y le lanza una mirada traviesa a Diane; los fantasmas también tienen momentos de complicidad, no todo es vagar por el valle de la muerte.

Arbus: ¿Qué te hizo escritora?

Sontag: Vivo la escritura como algo que se me da, a veces, casi como un dictado. Dejo que sobrevenga, trato de no interferir con ella. La respeto, porque soy yo y sin embargo es más que yo. Es personal y transpersonal, ambas. Escribo para definirme, un acto de autocreación, en un diálogo conmigo misma, con escritores que admiro, vivos y muertos, con lectores ideales. Porque me da placer. Nunca supe con certeza para qué servía mi trabajo.

Susan Sontag 1972 ©Jean-Regis Rouston/Roger Viollet/Getty Images

Arbus: Es curioso, durante un tiempo tuve un sueño que se me repetía bastante. Estaba en un precipicio, delante de un abismo y mientras estaba allí esperando, este se volvía más alto, más ancho y más profundo; pero yo estaba lo suficientemente loca como para pensar que no importaba de qué manera podía saltar, porque cuando saltara ya habría aprendido a volar. La fotografía, para mí, es esa sensación de estar siempre al borde de la conversión a algo.

Sontag: Diane, hay una cosa que me que me dejé en el tintero en Sobre la Fotografía … Esa aparentemente amable pero incisiva ironía que desprenden los pies de foto de tus retratos.

Arbus: Pues mira, a ti que te preocupaba que no fuera políticamente comprometida, se podría decir que es la parte más crítica de mi trabajo y en cierta manera creo que era algo muy revolucionario para la época. Me interesaba un elemento casi de ficción o que permitiera un relato de cada retrato. Me divertía.

Sontag: Yo no he dicho que no fueras políticamente comprometida, en fin… Tus pies de fotos eran una descripción bastante cínica de la propia imagen, por ejemplo, en Gigante judío en su casa, con sus padres en el Bronx, los padres parecen enanos, tan desproporcionados como el enorme hijo encorvado sobre ellos, bajo el cielo raso de un cuarto de paredes bajas. Pero que el texto que acompaña la imagen utilice “Gigante” y “judío” para describir la imagen suena a cinismo crítico, en cierta manera obligan al espectador enfrentarse con la rareza, no pueden escapar de ella.

Arbus: Quería resaltar aquello que no estaba normalizado, la diferencia. 

©Un gigante Judío en su casa con sus padres en el Bronx, NY. 1970. ©Diane Arbus

Ha dejado de llover, parece que la tormenta se aleja; los truenos suenan en la lejanía y el cielo, ya en noche negra, comienza a dejar entrever alguna estrella.

Susan: Vaya, sólo queda un cigarro.

Arbus: ¿Nos lo repartimos?

Susan: Vale, pero voy a abrir la ventana para que entre el aire y se lleve todo este humo. Hemos fumado muchísimo.

Arbus: Eso es lo bueno de la eternidad Susan, que puedes fumar lo que te de la real gana.

Susan: Y después del cigarro, seguiremos vagando…

Arbus: Eternamente.

Susan: Ha sido un placer

Arbus: Igualmente… ¿Te hago una foto?



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