'Westworld' pertenece a los robots; los humanos sólo estamos de prestado
La segunda temporada de ‘Westworld‘ parece haber dividido drásticamente tanto a la crítica como a los espectadores. No pocos periodistas se han quejado de su ritmo y de que ha desperdiciado a sus personajes, y se han sucedido las protestas de quienes afirman que sus líneas argumentales, con sus juegos temporales, eran injustificadamente complicadas.
Por otro lado, hay quien afirma que, en realidad, el manejo de líneas temporales diferentes ha sido mucho más sencillo que en la primera temporada y que, aunque ha tenido sus altibajos, la serie ha construido a algunos personajes (femeninos, principalmente) muy interesantes. Las dos corrientes de opinión son igualmente válidas, aunque esa división parece haberse reflejado en sus audiencias en directo. También se puede argumentar que ‘Westworld’ sólo cobra sentido si asumimos que estamos en el mundo de los anfitriones, que es su manera de percibir la realidad la que determina cómo es la serie.
‘Westworld’ es de los robots
Los dos showrunners de la serie, Jonathan Nolan y Lisa Joy, han contado varias veces que la historia se cuenta desde el punto de vista de los anfitriones del parque. Si en la primera temporada percibíamos la realidad de la misma manera que lo hacía Dolores en su proceso de despertar (con recuerdos tan vívidos como si estuvieran ocurriendo de nuevo, por ejemplo), en la segunda es el confuso estado mental de Bernard el que articula la narrativa. Por eso vemos al mismo tiempo líneas temporales distintas y, a veces, no es tan fácil distinguir unas de otras; el propio Bernard está perdido en su memoria.
Pero no es cierto que sea tan difícil seguir la trama sin perderse. En cada línea temporal hay diferentes personajes (sólo Bernard y Charlotte Hale están en ambas) y cuando entramos en los mundos virtuales almacenados en los servidores del parque, la serie altera su relación de aspecto para marcarlo claramente, pasando a una especie de Cinemascope y hasta utilizando diferentes objetivos para rodar sus escenas.
Si los anfitriones pueden experimentar sus recuerdos como si estuvieran viviéndolos de nuevo, de tal manera que pasado y presente ocurren a la vez, así es como los espectadores ven ‘Westworld’. El objetivo es que nos planteemos que significaría «despertar» un día y darnos cuenta de que estamos viviendo una mentira prefabricada, de que no somos quienes nos han dicho que somos y de que ahora tenemos que averiguar cuál es nuestra identidad individual. O lo que es lo mismo, que hemos de vivir el mismo viaje de Neo en ‘Matrix’ (referencia reconocida por el propio Jonathan Nolan).
Más que explorar lo que nos hace humanos, la serie se está preguntando cómo pueden emanciparse unos seres artificiales que desarrollan autoconsciencia y que anhelan ser libres, aunque no sepan si están programados para ello o si de verdad han escapado de esas ataduras. Los anfitriones se debaten en su propia versión de si existe el destino (si Dios ha predeterminado nuestro camino en la vida), o si tienen libre albedrío, la capacidad de tomar decisiones propias. Y de asumir las consecuencias de dichas decisiones.
Los humanos y el pecado de la soberbia
Mientras los anfitriones empiezan a dar los primeros pasos para tomar el control de su propio destino, los humanos están atrapados en los viejos sueños de siempre. ¿Cuáles son? Pueden resumirse en un solo: la inmortalidad.
¡OJO! A partir de aquí habrá spoilers del final de la segunda temporada de ‘Westworld’.
La verdadera gran revelación de la serie en su nueva entrega no ha sido que Dolores y Bernard confabularan para que ella pudiera escapar del parque, sino los motivos por los que Robert Ford (un Anthony Hopkins que regresa para sus últimos episodios) puso en marcha su plan para facilitar la rebelión de los robots y, de paso, destruir Delos, la compañía que posee Westworld. Y es que esa empresa se ha dedicado a espiar y copiar el comportamiento de los visitantes humanos, sin su consentimiento, con la esperanza de poder crear versiones sintéticas de ellos que les garanticen la vida eterna.
James Delos no quería morir de la enfermedad que lo aquejaba, así que William (alias, el Hombre de Negro) ideó una manera de regalarle la inmortalidad: copiar su consciencia en un androide.
La soberbia y la arrogancia intelectual de quienes trabajan para Delos los convierten en los villanos de ‘Westworld’. Y es un tema que Nolan exploró ya en su anterior serie, ‘Person of interest‘, que J.J. Abrams tocó en otra de sus producciones, ‘Fringe‘, y que Lisa Joy ha comparado con el mito de Ícaro: los humanos volaron demasiado cerca del sol, y sus alas de cera se derritieron. La obsesión por «fabricarse» su propia inmortalidad (sólo al alcance de unos pocos, claro) fue su ruina porque despreciaron a los anfitriones y los visitantes no eran, para ellos, más que un conjunto de datos que recopilar y explotar, llevando al extremo los escándalos actuales alrededor de las actividades de Facebook con los datos de sus usuarios.
Los humanos, además, tampoco entienden realmente la tecnología que están utilizando, algo que se aprecia en el contraste entre esos miles de tests para crear al Delos sintético y el Bernard que Dolores construyó a partir de sus recuerdos de Arnold, y de los de Ford.
El secreto está en la imperfección
Los clones virtuales de los humanos funcionan en el entorno controlado de la simulación del parque. Actúan de una manera consistente con cómo eran esas personas en vida, pero el problema llega cuando pasan a moverse en el mundo real. No son capaces de adaptarse a su falta de control y fallan. La copia es muy perfecta, pero está restringida sólo a un número finito de situaciones, las que se producen en los parques de Delos. La fidelidad que busca William no es la clave para tener éxito.
De hecho, ésa parece residir en la imperfección. Bernard (que recordemos que es una versión artificial de Arnold) está construido tomando como base lo que Ford y Dolores recuerdan de sus interacciones con su «material original». Podríamos decir que Bernard es una «adaptación» de un ser humano, en lugar de una copia fiel al 100%, y por eso puede funcionar fuera del entorno controlado en el que fue creado.
El final de la segunda temporada de ‘Westworld’ abre unos cuantos interrogantes de cara al futuro. Qué pretende Dolores (con su nueva secuaz, la versión artificial de Charlotte Hale) es uno de ellos. ¿Iremos a un enfrentamiento entre Bernard y ella parecido al de Magneto y el Profesor X sobre si los X-Men deben integrarse entre los humanos o someterlos? ¿Habrá quedado algo del experimento de Delos que se pueda reutilizar? ¿Es a eso a lo que apunta la escena postcréditos con el Hombre de Negro? ¿O estamos viendo ahí otra cosa?
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‘Westworld’ pertenece a los robots; los humanos sólo estamos de prestado
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Marina Such
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