Un científico español en el lugar más inhóspito de la Tierra: así es el día a día en la Antártida
Dos personas caminan por la península de Hurd, en la isla Livingston en la Antártida. Van caminando el uno tras del otro recogiendo muestras del suelo, pero, tras superar un collado para acceder a una cala, se dan de frente con un grupo de leones marinos.
Los leones marinos no son tontos, la evolución y la experiencia les ha enseñado a no atacar a grupos de humanos, pero dos no son un grupo. La situación se vuelve tensa, los leones se ponen violentos y los investigadores no tienen muy claro qué hacer. Así no son los días habituales en la Antártida, pero vivir en el lugar más inhóspito de la Tierra tiene este tipo de inconvenientes.
Un científico en la Antártida
La anécdota que nos cuenta Pablo Tejedo no terminó mal. Nos dice entre risas que en ese momento hubieran querido tener un maniquí o algún objeto con el que simular ser más de dos personas. Pero, por suerte, la orografía del terreno estaba a su favor y los leones marinos acabaron centrándose en otra cosa.
La pregunta es evidente. Al menos para mí. ¿Cómo acaba un biólogo español frente a un grupo de leones marinos en medio de la Antártida? «Para ir a la Antártida hay tres opciones: como científico, como militar o, desde hace unos años, como turista. El turismo cada vez tiene más importancia. Solo el año pasado fueron 38.500 turistas a la Antártida».
Pero él, aunque no ha estado como turista («La primera vez estuve un mes y la segunda, unas tres semanas»), sino como investigador, su trabajo sí tiene mucho que ver con ellos. Al menos parcialmente: «Nosotros realizamos, fundamentalmente, estudios de impacto humano«.
Al principio, comenzaron «a estudiar el impacto de los propios investigadores en el suelo antártico». Pero más tarde, sobre todo con el boom del turismo antártico, lo ampliaron a cualquiera. «Nos dimos cuenta de que daba igual que fuera un investigador o un militar que un turista».
«Empezamos con ese tema, pero los cambios climáticos empezaron a hacer evidente que había otras muchas cosas que estudiar». «Y no solo cosas como materiales pesados o compuestos que te hacen darte cuenta de que en un entorno tan prístino y tan salvaje como la Antártida también se encuentra la huella del hombre«, sino que «están llegando especies exóticas y es una de las cosas que más nos preocupa a día de hoy».
Un ecosistema único y en peligro
El tema de la temperatura es uno de los temas calientes de toda conversación sobre la Antártida. Fundamentalmente porque «si hablamos de las subidas de temperaturas medias, la Península Antártica (que es la zona donde nosotros trabajamos y donde hay más bases) ha registrado el mayor incremento medio». Unos dos grados.
También es cierto que las zonas de la Antártida funcionan igual y «hay otras zonas que han sufrido una bajada de la temperatura media». Pero, si nos centramos en la Península Antártica, la situación se está complicando. «En la zona donde trabajamos sí hemos detectado algunas especies que han llegado, se han asentado e incluso han conseguido superar el invierno antártico (que es mucho más duro)».
«Por suerte, aún no hemos detectado muchas especies que se haya ‘aclimatado’ al entorno. Es decir, no tienen capacidad de reproducirse. O, al menos, no ha pasado mucho. Alguna herbácea aislada. Somos afortunados». Tejedo dice que somos afortunados, pero en su tono de voz se intuye preocupación.
Así que le pregunto si más allá del cambio climático, la acción del hombre está afectando a la degradación de los ecosistemas. Y me explica que se hace todo lo posible para que no sea así. «Todo lo que entra, sale. Esa sería la máxima«. Es cierto. Mientras me documentaba sobre el tema, encontré una entrevista con a una persona que había trabajado en la base estadounidense de McMurdo que comentaba, en broma, que se había quedado con ganas de «escribir su nombre con pis en la nieve».
Porque, según parece, eso está prohibido, ¿no? «Sí. El tema de las deposiciones, es un tema que se cuida mucho. Está prohibido. Cualquier viaje se hace con contenedores específicos». Sobre todo, por la experiencia. «Hace tiempo, si se tenía que hacer un desplazamiento, las dejaban allí. Se ha comprobado que** se conservan durante 15 ó 20 años**. De hecho, en zonas donde ha bajado la capa de hielo, se han encontrado deposiciones perfectamente conservadas».
El día a día en la Antártida
Mi siguiente duda es si, de verdad, hace tanto frío en el continente. La imagen social de la Antártida, al menos la que yo tengo, es la de un sitio permanentemente helado, pero, si he de ser sincero, no tengo claro que esto sea así cien por cien.
«Es cierto y no tan cierto», me explica Tejedo. «La temperatura media de la Antártida es -17 grados. Pero viendo las temperaturas que hay en el Norte de Europa en invierno, no parece tanto. La temperatura mínima detectada en una base fue de -89’2. Hay mediciones menores, pero en realidad entre -93,2º y -89º a nosotros nos da más o menos igual».
Aunque imagino que las investigaciones no se harán a esa temperatura. «Allí aprovechamos el verano austral. Son meses en los que hacer mejor tiempo, baja la nieve y, por tanto, podemos investigar más fácilmente. Además, es más fácil llegar porque no hay hielo marino». En esas zonas, «las temperaturas medias son parecidas a las de un invierno en la península: entre 0 y 5 grados».
Es una temperatura que se puede aguantar bien con ropa de abrigo. Aunque no me convence del todo. Con ese frío, apetece un buen cocido y, desde fuera, no parece que la Antártida sea un lugar de grandes asadores.
«No es un lugar de grandes asadores, pero sí de grandes asados», me responde riéndose. «Yo siempre digo que hay dos formas de comer en la Antártida: las bases y los campamentos». En las bases antárticas, tanto en la base Gabriel de Castilla como en la Juan Carlos I, «se come bien. O incluso muy bien. En ellas suele haber de todo». «Cuando hay celebraciones en una base antártica, hay pasteles o cualquier cosa que puedes imaginar. El problema suelen ser los alimentos frescos».
En los campamentos, en cambio, «hay que llevar todo: la comida es liofilizada o en lata, el agua hay que derretirla, etc.». Es decir, es el equivalente a un campamento de alta montaña. «Pero por lo demás, en la Antártida se engorda«, me asegura también riéndose. Y, por lo que he podido leer sobre el asunto, es algo que le ocurre a todo el mundo.
El resto de necesidades vitales
Una vez cubiertas la temperatura y la comida, solo queda una necesidad vital más: Internet. «Yo he tenido la suerte de poder ver la evolución de la conexión a Internet allí». Y, hoy por hoy, hay Internet y de mucha calidad. «Eso rompe un poco el ambiente tradicional de la Antártida, pero se agradece poder hacer un Skype con tu familia cada vez que quieras».
El móvil, en cambio, es más complejo. «Telefonía móvil vía satélite, hay. Por seguridad, pero esas llamadas son muy caras». Para encontrar telefonía móvil normal, hay que ir a la isla del Rey Jorge (o del 25 de mayo). «Y porque allí hay una antena». Es la isla con más bases y estaciones de investigación y, en fin, está llena de turistas. «Hay incluso una avioneta que los lleva por la mañana y los recoge por la tarde».
El turismo antártico
Esto me recuerda preguntarle a Pablo por el turismo antártico. «Este tipo de turismo se denomina de última voluntad. Es un turismo bastante caro (entre 9.000 y 12.000 euros el viaje) y los suele realizar gente con mucho poder adquisitivo, pero en la última parte de su vida». No es una forma de hablar: según me cuenta, algunas expediciones les han costado la vida a sus pasajeros. «No es muy frecuente, pero pasa».
Sorprendido, le pregunto si no reciben entrenamiento. Y me cuenta que los investigadores sí, pero que los turistas no lo necesitan.
«Y eso que la revisión médica que nos hacen es bastante exhaustiva«. Incluye la revisión de todo tipo de especialistas médicos y de psicólogos. «Te miran todo» y no es una formalidad.
«Si te detectan algo y no están seguros, te quedas en Tierra yo he visto casos».
También se necesita un entrenamiento básico. «El comité polar español da una formación básica sobre qué se puede hacer y que no». Los científicos y militares deben conocer con detalle el tratado antártico, la vida en las bases, las normativas y el clima con el que se van a encontrar.
¿Merece la pena viajar a la Antártida?
Como reflexionábamos hace unos meses, la distancia física y mental que nos separa de la Antártida es tan grande que, aunque la perspectiva de viajar es excitante, también da algo de miedo. ¿Merece la pena?, le pregunto. «He tenido la gran suerte de ir dos veces. Fue una experiencia dura y hay que ir preparado mental y físicamente, pero merece la pena«.
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Un científico español en el lugar más inhóspito de la Tierra: así es el día a día en la Antártida
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Xataka
por
Javier Jiménez
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