Sitges, 50 años fantásticos
Medio siglo ha pasado, que se dice pronto, desde que el Festival de cine fantástico de Sitges arrancara con el mayor de los ahíncos para terminar convirtiéndose en uno de los dos puntales mundiales en la celebración del género. Esta edición, la 50, conmemora un aniversario especial, y el encuentro de este año en la localidad barcelonesa va a ser “de padre y muy señor mío”, “para tirar cohetes” o la expresión que mejor que la parezca. Va a ser, con perdón del chiste horroroso, de “agárreme esos fantasmas”.
Como ya les avanzamos, el festival organizará, al alimón con La Filmoteca de Catalunya la exposición El cinema és fantàstic, donde habrá todo tipo de cacharrería y arte adlátere que de buena cuenta de estos 50 años de pavor, evisceraciones y cosas que no existen. Amén de la proyección que tienen preparada para hacer retrospectiva con aquellos títulos más representativos o sonoros de las ediciones pasadas. Pelis que ya pudieron ser catadas entre junio y de septiembre en la sede de la Filmoteca en el Raval.
El ciclo abrirá con la imprescindibilísima para el fandom colectivo y el devenir de la afición Posesión infernal (The Evil Dead. Sam Raimi, 1981) y seguirá con clásicos modernos como El Exorcista (The Exorcist. William Friedkin, 1973), puntales de la cultura popular como el remake La Cosa (The Thing. John Carpenter, 1982), hits de hiperviolencia tipo Hostel (Eli Roth, 2005) o The Ring (Ringu. Hideo Nakata, 1998), maravillas patrias como Más allá de la pasión (Jesús Garay, 1986), El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995) o REC (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007), sesudeces como The Pillow Book (Peter Greenaway, 1996), o ambrosías como Calles de Fuego (Streets of Fire. Walter Hill, 1984), entre muchos títulos más. ¡Vamos…! Cine de ese que, sobre todo para el aficionado al espectáculo concreto, da gloria verlo.
Y es que este medio siglo ha cundido mucho y bien. El evento ha ido creciendo, pasando de muestra a festival, acogiendo lo más granado del cine en cada momento, y alimentando las almas de los españoles marginales gustosos de estas cosas que a mi madre, y seguramente también a la de usted, le dan mucho asco y mucha aprehensión.
Por supuesto, también se ha pasado por allí lo mejor de cada casa. Desde lampiños cineastas que estaban empezando, como Sam Raimi, Guillermo del Toro, David Lynch o Quentin Tarantino, a consagrados intosibles como David Cronenberg, John Carpenter, George A. Romero, Terence Fisher, Bigas Luna, Oliver Stone o Wes Craven. Pero también estrellas, de esas que hasta mi madre reconoce; famosos de la pantalla grande y pequeña como Christopher Lee, Woody Harrelson, Paul Naschy, Franco Nero, Ralph Fiennes, Terry Jones, Arnold Schwarzenegger, Anthony Hopkins, Sergi López, Ariadna Gil, Tony Curtis, Ray Liotta, Martin Sheen, Chris Penn, Fernando Sancho, Ornella Muti, Jodie Foster, Elijah Wood, Viggo Mortensen, Christopher Walken, Fay Wray, Max von Sydow… Los hay como Takashi Miike, Robert Englund o Bruce Campbell, que parece que tienen piso allí.
Puesto en pie con más empeño que amor y que medios, las primeras ediciones del festival son recordadas por los veteranos que aún pasean y hacen cola como desordenadas, no del todo definidas, y con una organización más escasa que otra cosa. Eso sí, ya les digo, con un amor de la hostia. Con el afán de rebeldía que requería ese momento. Como dice mi compadre Carlos J. Marín en su retrospectiva para Aullidos, empaquetada por décadas:
“Los años mozos del Festival de Sitges se parecen más a la primera adolescencia que a un bebé recién nacido: rebelde, ambiguo, confuso en todos los sentidos y con un gran, gran sentido de la rabia. Son los años de la lente muerte del franquismo y los previos a una época (los 80) que abriría las mentes para el disfrute de toda una sociedad, incluida la del espectador de género.”
El evento de apertura seminal absoluto ocurrió en el cine del Casino Prado el 28 de septiembre de 1968 con la proyección del clásico de la ciencia ficción soviética Aelita (Yakov Protazanov, 1924), que inspiraría al otro gran bloque propagandístico del momento para hacer su Metrópolis (Metropolis. Fritz Lang, 1927). En aquella descombacante edición, por entonces I Semana Internacional de Cine Fantástico –aún sin la categoría de Festival, y por tanto sin premios–, vieron la luz en España contundentes maravillas del Séptimo Arte como El baile de los vampiros (The Fearless Vampire Killers. Roman Polanski, 1967), pero también filmes que en esos momentos estaban en salas de arte y ensayo, como Alphaville (Alphaville, une étrange aventure de Lemmy Caution. Jean-Luc Godard, 1965), películas que ya habían tenido explotación comercial reciente, o incluso material habitual de Televisión Española.
Aquello fue un poco cachondeo. Todos los títulos se proyectaron en versión original sin subtítulos –hasta las polacas–, ajustadas a la fuerza a la pantalla cuadrada de la sala –fuera cual fuera su formato original–, con muchas bajas entre los anunciados y mucho cambio de última hora. Por ejemplo, de Nosferatu (F.W. Murnau, 1922) se proyectó una suerte de remontaje sui generis; y las esperadísimas El perro andaluz (Un chien andalou, 1929) y El Ángel Exterminador (1962), Luis Buñuel inédito en España, se cayeron de la programación sin avisar ni nada.
No obstante, la ediciones se siguieron sucediendo. Y así, los años venideros seguían ofreciendo títulos imprescindibles que le darían al festival el carácter que hoy tiene, entre ellas, tesoros absolutos del fantaterror made in England como Drácula, Príncipe de Las Tinieblas (Dracula: Prince of Darkness. Terence Fisher, 1966) –ahí estaba Christopher Lee–, El abominable Dr. Phibes (The Abominable Dr. Phibes. Robert Guest, 1971) –y ahí Vincent Price–, o la ya por entonces desconocida Torture Garden (Freddie Francis, 1967); y, por supuesto, también a las grandes pioneras de lo que servidor engloba en un movimiento mayor, con el término “de italo-disco”, como las imprescindibles No profanar el sueño de los muertos (Non si deve profanare il sonno dei morti. Jorge Grau, 1974) o Nueva York bajo el terror de los zombies (Zombi 2. Lucio Fulci, 1979), puntales del giallo como Rojo oscuro (Profondo Rosso. Dario Argento, 1975), o rarezas como Bahía de sangre (Reazione a catena. Mario Bava 1971).
Pero también aquellos otros títulos que, de no existir esta mostra, jamás habría tenido cabida en proyector español alguno. Desde producciones nacionales –en coalición con algún que otro país– como el eternamente aclamado experimento Las Vampiras (Vampyros Lesbos. Jesús Franco, 1971); hasta hits orientales, como el crossover exitazo del subgénero Kaiju –esas de monstruos gigantes como Godzilla, Mothra y demás gente disfrazada destrozando maquetas– en su Japón originario, Invasión extraterrestre (Kaijû sôshingeki. Ishirô Honda, 1968), que debió dejar bien flipado al respetable. No faltó hueco para lo mejorcísimo el cine de género más puntero, como buena cuenta dejaron Vinieron de dentro de… (Shivers. David Cronenberg, 1975), premio al mejor director de aquel año, y la malhadada Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes. Wes Craven, 1977). También para curiosidades arqueológicas como Mujeres Caníbales (Cannibal Girls. Ivan Reitman, 1973), Los coches que devoraron París (The Cars That Ate Paris. Peter Weir, 1974) o Sucesos en la 4ª fase (Phase IV. Saul Bass, 1974) una de las pocas obras de Saul Bass –el de los créditos molones– como director.
Aunque en todo este primer período tampoco faltó el material paralelo a lo terrorífico y/o fantástico, aquel de agradecible distribución. Mucho cine de autor, dramático y contemplativo, como el melodrama El Otro (The Other. Robert Mulligan, 1972), o la genialérrima El incinerador de cadáveres (Spalovac mrtvol. Juraj Herz, 1969), ganadora de la quinta edición del festival. Pero también aguerridas vanguardias, en 16mm y blanco y negro, llenos de drogas y abusos sexuales, como la “lisérgicomántica” Fando y Lis (Alejandro Jodorowsky, 1968).
Vamos que, a pesar de toda dificultad, de un malogrado comienzo, de críticas sangrantes en la prensa y de espontáneos gallineros en las sesiones, el Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya aguantó férreamente más de una década para llegar, pleno de energía, a la “edad dorada” de estos entretenimientos de juventud y rock’n roll: los disparatados años 80. Esta primera etapa, cargada de anécdotas y detalles, la analiza pero que muy bien el inefable Sr. Ausente en su blog, si quieren saber más.
Es la época que arranca con cosas maravillosas como el splatter Maniac (William Lustig, 1980) o el hilarante “proto-Troma” El día de la madre (Mothers Day. Charles Kaufman, 1980). Donde repite Cronenberg con su Cromosoma 3 (The Brood. David Cronenberg, 1979), y volvería a repetir con Inseparables (Dead Ringers. David Cronenberg, 1988) antes de que muriera la década. Donde Sam Raimi deja instaurada del todo la gamberrada como lenguaje común para hacer terror con su Posesión Infernal (Evil Dead. Sam Raimi, 1979), La Cosa de Carpenter hace enmudecer a toda una generación ibérica, y los Argentos, Fulcis y demás italo-madness están en plena forma. El Festival de Sitges se había convertido en una jarana de la que todos los artistas del género querían participar.
En los ochenta coinciden puntales primordiales de capital importancia en el movimiento. Obras como Re-Animator (Stuart Gordon, 1985) –indiscutible premio a la Mejor Película en su edición–, la extrañísimamente bella Lifeforce: Fuerza Vital (Lifeforce. Tobe Hooper, 1985), la siempre reivindicable por encima de todo remake Carretera al infierno (The Hitcher. Eric Red, 1986), la adelantadísima El Terror llama a su puerta (Night of the Creeps. Fred Dekker, 1986), o ya “clásicos” del temita como Viernes 13 (Friday the 13th. Sean S. Cunningham, 1980), Nekromantik (NEKRomantik (Nekromantik), Jörg Buttgereit, 1987) y la saga al completo de Pesadilla en Elm Street.
Pero también presentarían futuros maestros del cine sus trabajos más finos, como De Palma, que presentó Impacto (Blow Out. Brian De Palma, 1981), y Cameron que fue con Abyss (The Abyss. James Cameron, 1989). Pero también se paseó por allí Lynch, que ya llevaba presentando su trabajo desde Cabeza Borradora (Eraserhead, 1977), y sorprendió a crítica y público con Terciopelo Azul (Blue Velvet. David Lynch, 1986), y supuso la década donde debutaba el verdaderamente interesante de los hermanos Scott con una gran fábula de vinilo y neón protagonizada por Catherine Deneuve, David Bowie y Susan Sarandon: El Ansia (The Hunger. Tony Scott, 1983); y donde se mostró también el trabajo alevín de Lars Von Trier: El elemento del crímen (Forbrydelsens element. Lars Von Trier 1984). Total… ¡casi nah!
Los eighties dejaron la cosa calentita para que en los 90, simplemente esforzándose en que no decayera, se siguieran sirviendo fruslerías atómicas para el respetable.
Es verdad que hubo una cierta cojera de carácter, donde, en un afán por abrirse a más público, el festival se desligó levemente de la fantasciencia y el fantaterror, y se acabó tostando viva a mucha gente con propuestas que nada tenían que ver con la fantasía ni, en ocasiones, con el entretenimiento en general –a un amigo mío aún le dura el trauma del pase de O Convento (Manoel de Oliveira, 1995)–. Aunque esa misma “cojera” también permitió que se estrenaran maravillas “out of fantasy” como la fábula multilenguaje Poison (Todd Haynes, 1991), Europa (Lars Von Trier, 1991), que se llevó el Premio a la Mejor Película; Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992), que provocó una estampida masificada de su proyección, entre cuyos asistentes –cuentan–, se encontraba el mismísimo Wes Craven; la adaptación del Orlando (Sally Potter, 1992) de Virginia Woolf; El niño de Mâcon (The Baby of Mâcon. Peter Greenaway, 1993), ¡Qué ruina de función! (Noises Off. Peter Bogdanovich, 1993)… o ese relojito suizo -aunque sea belga- que es el falso documental, expresionista y lacónico a partes iguales, Ocurrió cerca de su casa (C’est arrivé près de chez vous. Rémy Belvaux, André Bonzel, Benoît Poelvoorde, 1992).
No obstante, aunque menos que su predecesora, tampoco fue mala época, y permitió que el festival siguiera creciendo y ganando prestigio. Piensen que en las ediciones de los 90 se estrenaron representantes del género muy serias, todas ellas con su verbena durante la proyección bajo el brazo. Hablamos de títulos tan capitales como Akira (Katsuhiro Ôtomo, 1988), Darkman (Sam Raimi, 1990), Hardware, programado para matar (Hardware. Richard Stanley, 1990), Terminator 2: El juicio final (T2 – Terminator 2: Judgment Day. James Cameron, 1991), Braindead (Tu madre se ha comido a mi perro) (Braindead. Peter Jackson, 1992), por supuesto El ejército de las tinieblas (Army of Darkness (Evil Dead 3). Sam Raimi, 1992), Cronos (Guillermo del Toro, 1993), El Cuervo (The Crow. Alex Proyas, 1994), Justino, un asesino de la tercera edad (La Cuadrilla, 1994), Pesadilla antes de Navidad (The Nightmare Before Christmas. Henry Selick, 1994), Juego Mortal (Brainscan. John Flynn, 1994), El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995), Atolladero (Óscar Aibar, 1995), Virtuosity (Brett Leonard, 1995), Agárrame esos fantasmas ( (The Frighteners. Peter Jackson, 1996), El dentista (The Dentist. Brian Yuzna, 1996), Tesis (Alejandro Amenábar, 1996), Wishmaster (Robert Kurtzman, 1997), Cube (Vincenzo Natali, 1997), Los sin nombre (Jaume Balagueró, 1999), La mujer más fea del mundo (Miguel Bardem, 1999), El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project. Daniel Myrick, Eduardo Sánchez, 1999)…
Es cierto que los 90 vinieron menos cargados, pero el Festival no tuvo la culpa. Simplemente respondía a la realidad: el cine de terror estaba de capa caída, y las producciones B habían desaparecido con los ya por entonces languidecientes videoclubes. Sitges puso lo que hubo. Fueron las ediciones del siglo XXI, al compás de un nuevo resurgir del género gracias al camino abierto por atinados éxitos veraniegos hollywoodienses como Scream. Vigila quién llama (Scream. Wes Craven, 1996), Sé lo que hicisteis el último verano (I Know What You Did Last Summer. Jim Gillespie, 1997) o la franquicia de Destino Final (Final Destination), las que, ahora con el cine asiático por bandera, volvieron a echarse al refajo el carácter de celebración que perdura hasta ahora. Algo así como el resurgir de sus años dorados.
Todo el pescado está vendido, el público sabe más que nunca, y los chiquillos de la gran época ahora son cuarentones. Por eso el Festival es más grande que nunca, figurada y literalmente, con más eventos, más secciones a competición y más de todo.
En Sitges –porque lo es en el mundo– el material es ahora más abundante que nunca, macarra y socarrón, tanto como Cherry Falls (Geoffrey Wright, 2000), The Host (Gwoemul. Joon-ho Bong, 2006), La casa del diablo (The House of the Devil. Darren Lynn Bousman, 2009) o Attack The Block (Joe Cornish, 2011); autoral desde el cachondeo, que ahí tienen Donnie Darko (Richard Kelly, 2001) u Old Boy (Oldeuboy. Chan-wook Park, 2002); autoral-autoral de la mayor solemnidad, miren si no Canino (Kynodontas. Yorgos Lanthimos, 2009), Déjame entrar (Låt den rätte komma in. Tomas Alfredson, 2008) y La Invitación (The Invitation. Karyn Kusama, 2015); polémico del que molesta, a lo Irreversible (Irréversible. Gaspar Noé, 2002), e incluso del que no se puede ver con una madre como A Serbian Film (Srpski film (A Serbian Film). Srdjan Spasojevic, 2010) –aquí, ni se estrenó en salas, censurada por completo por aquella ministra tan progre–; patrio y costumbrista, que además funciona tan bien como fe de ello dan El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006), [REC] (Jaume Balagueró, Paco Plaza, 2007) y Los Cronocrímenes (Nacho Vigalondo, 2007); de ciencia ficción, del oeste, de países remotos del todo, del de “serie B” de toda la vida, que ahora se llama “mumblegore”, … y de Takashi Miike, que ese siempre presenta un par o tres.
En fin, toda una recua inacabable de fantasías que son demasiadas para que quepan en artículo alguno. Por eso, si se fijan, cada poco tengo que poner la etiqueta Sitges en la publicación, porque en Sitges es donde se cuece lo que hay que ver. Esperemos que el Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya nos siga surtiendo cada octubre más cine fantástico, de terror, de ciencia-ficción, inédito, escaso, rebuscado y retrospectivo.
Ya les contaré cuando vuelva, que el sarao empieza hoy.