Sex Criminals. Volumen Uno – Crónica
Ya nos hicimos eco el pasado junio de su inminente publicación en España. Salió en julio, y ya ha sido deglutido por un servidor, que lo ha devorado como quien se trasiega un cucurucho de ambrosías. La primera etapa de la colección de comic-books Sex Criminals (Matt Fraction, Chip Zdarsky, 2014-) ya puede encontrarse en librerías especializadas de nuestro país, aglutinada toda por Astiberri en un único volumen, esperemos que el primero de una larga tanda.
Hacia finales de 2013 arrancaba la colección en el mercado estadounidense, bajo el inefable sello de Image Comics. Aclamadísimos por crítica y público, los números se iban agotando en las tiendas, edición tras edición, hasta que al llegar al número 5, sus hacedores decidieron tomarse esa pausita que permite continuar las cosas con el mismo ahínco y calidad. Aprovechando ese alto en el camino, esos cinco primeros números fueron recopilados en un solo tomo para publicarse internacionalmente. Ahora bien, cuando hace ya tiempo que la colección se reanudó, nos llega dicho tomo a nuestra península orate. Después de convertirse en objeto de culto around the world, y de trincar los prestigiosísimos premios Eisner y Harvey a la mejor serie regular en 2014.
“El Mejor cómic del año”
Time Magazine
Los amantes de los experimentos con superhéroes y hazañas de “fantasciencia” que han tenido lugar en Image, Dark Horse o el resto de –numerosas allí– editoriales independientes durante la última década –y donde han pululado los mejores nombres: Mark Millar, Kelly Sue DeConnick, Rick Remender, Garth Ennis, Dan Slott, Tom King…–, por no hablar de los fans de Matt Fraction en concreto, no pueden perderse –por el amor de Uatu– este volumen de compilación donde se desarrolla la primera etapa de una serie de estructura saltimbanqui llena de vericuetos narrativos.
Reconforta más que unas tostadas de manteca colorá, ver cómo esa clasificación amorfa de “posmodernidad” va perdiendo su valía como arma arrojadiza para la valoración de una obra contemporánea, quedando tan sólo como lo que es: un movimiento cultural de una época pretérita. Y reconforta más ver como dicha perdida de fuelle se constata con la aplastante razón del éxito comercial. Y es que, en estos tiempos donde Robert Crumb ya es un anciano retirado, Almodóvar un madurito y curtido cineasta capaz de rodar lo que le echen y La Movida Madrileña una especie de subgénero musical, eso de la postmodernidad o el “posmodernismo” –que de todas las maneras se puede encontrar ahora uno las cosas– usado así, para calificar, resulta tan impreciso y farragoso como los términos “surrealista” –que se usa un poco para todo– y “barroco” –que todavía hay quien lo usa, incluso en peyorativo–. Cosa de viejos. Independientemente de la edad real, algo de jubileta espectador de cimientos y zanjas.
El ya recurrido Mark Millar escribe directamente con “visión cinematográfica”, en estructuras de guion perfectas para su adaptación a frames porque la diferencia entre Arte Mayor y cultura popular –siempre termino hablando de lo mismo– es prístina, el discurso a trascendido a la solemnidad, y con todo ello el humorismo se ha legitimado como herramienta mayor de construcción narrativa, incluso en la tragedia más visceral. Tienen un ejemplo maravilloso en esa maravilla llamada Colossal (Nacho Vigalondo, 2016), y valga la cita del cineasta cántabro para señalar que –claro que sí–, entre la multitud de referencias de Sex Criminals hay algo también de su cine, más allá incluso de Los Cronocrímenes (Nacho Vigalondo, 2007), que es como más evidente.
La crítica especializada, el público “descoyunturado”, el zampón hater y el osado común, no terminan de entender de qué va la vaina. Por eso, de vez en cuando, leemos burradas acerca del comic y el mundo del entertaiment en general, en los formatos que hay y en los futuribles. Y es aterrador comprobar que el tema es ya cuestión de relevo generacional. Que uno se va quedando viejo o lo que sea pero que, gracias a los dioses, la nueva chavalada ya asumido esta nueva corriente de creación, si quiere bautícela como “postposmodernismo”, en masa y, como dicta su carácter popular, sin necesidad de haber abierto un libro en la vida.
Buena cuenta de este disloque generacional, dan los exabruptos magazinescos que se publican en nuestros tiempos de Dios, donde pueden leerse “análisis” –el entrecomillado no es gratuito– sobre fenómenos de nuestra cultura popular donde, lejos de sangre, lo que se vuelca es pura bilis, bilis senecta. En algunos casos, tan aburguesada que es capaz de ver un Big Mac como la representación máxima de crueldad hacia el consumidor. Por eso son tan importantes los nombres arriba citados, responsables de este cómic incluidos, porque son autores que se han reído de la postmodernidad antes de perder la virginidad, en pijama y viendo la tele, y ahora mismo están componiendo la historia de cada medio, el material trascendental absoluto. Es esa línea de pensamiento –para un servidor, la más sincera que pueda haber– que, lejos de tomarse en serio a sí misma, bucea hasta reventar en el humorismo más desprejuiciado para, desprovista del lastre de la solemnidad, hablar más en serio que nunca de aquellos temas de los que apenas se ha hablado.
Y sólo comprendiendo estas escalofriantes tesituras uno puede “orgasmar” con Sex Criminals, un trabajo tan plásticamente sencillo como dramáticamente eficaz, pleno en vaivenes temporales y rico en mezclas estilísticas, con una loquísima puesta en escena y la nonagésima explotación de todos los recursos interpelativos al lector, de esos que te rompen lo que en teatro llaman la cuarta pared. Pero vamos, que sin comprenderlas también se puede leer, que este rollete de culturetas con el que les he dado la chapa también incluye el “no aburrir” implícitamente.
Suzie y Jon son los sex criminals que dan título a la mandanga –si quiere traducirla al castellano, elija “Los criminales del sexo” antes que “Los criminales sexuales”, por favor–, y tienen una especie de extraño superpoder: cada vez que se corren, juntos o por separado, el tiempo se paraliza. Juntos descubrirán que ambos son capaces de tal proeza sin “congelarse” el uno al otro, y no tardarán en emplearla para divertirse y superar traumas. Hasta que se les ocurre robar un banco, y entonces descubren que no son los únicos.
Como sinopsis de carátula trasera de VHS ya atrapa, pero es que eso es tan sólo la trama principal que vertebra todo un torrente de flash-backs donde cada personaje, antes de conocerse, nos cuenta el descubrimiento de su peculiar sexualidad en su adolescencia; y fast-forwards de lo más chocantes, que irán adquiriendo sentido según avanza la trama.
Matt Fraction escribió la coleccionaza de Ojo de Halcón que dibujara nuestro David Aja para la Marvel, pero también otras obras de sellos más undergrounds como Satellite –dibujada por Howard Chaykin–, Casanova, con Gabriel Bá, Fábio Moon y el ínclito Michael Chabon y tiene una bonita balda con los premios más preciados del sector, pero con ésta que nos ocupa se ha abierto su gran cañón en el prestigio del tebeo norteamericano. No obviemos que le debe parte de su resultado al ilustrador y columnista del National Post Chip Zdarsky, cuya plástica es tan sencilla como lapidariamente acertada, con un diseño de personajes que definen al milímetro sorteando estereotipos, y un uso de las expresiones faciales y el lenguaje corporal tan necesario para este tipo de historia como sobresaliente en su resultado final.
Sex Criminals se puede encontrar ya en España, en tiendas de cómics y a 16 €, publicado por la editorial Astiberri. Déjense llevar, de verdad. Pasen de lo de siempre: los giros predecibles, los personajes anodinos, los cuerpos apolíneos y rostros perfectos, los clichés de andar por casa y el resto de zarandajas que se le presumen a las épicas habituales. En este tebeo los cuerpos de la gente son normales, iguales que sus limitaciones y capacidades, las tramas secundarias son costumbristas y, los breves discursos, cercanos. Y no se pierde lo irrisorio, ni entre el drama puro y duro –que también lo hay–.
Leer trabajos como Sex Criminal no supone ningún sacrificio, como tampoco supone ningún trampolín hacia la gloria; pero supone, amén de muy poco esfuerzo, un primer peldañito para no envejecer intelectualmente, ¿qué quieren que les diga?