Review | ‘Logan’ es una gran carta de despedida
Logan es una gran película de los X-Men. Probablemente es la mejor, por mucho respeto que en algunos provoque X2. Tiene claro sus referentes arraigados en el western, aunque no es sutil a la hora de mostrarlos. De forma más importante, hace uso de esa inspiración crepuscular para no dar concesiones en su esencia: esto es una carta de despedida. Es el Unforgiven de los superhéroes en términos de cerrar un ciclo.
Como todo buen adiós, Logan es una película excepcionalmente agridulce. Por un lado, debido a lo que implica cerrar una etapa con personajes que hemos visto durante los últimos 17 años. También por el hecho de ser una propuesta que no tiene empacho a la hora de abrazar lo bueno y lo malo de esta franquicia, pues inclusive vemos una bala de adamantium que nos recuerda el funesto episodio de orígenes de Wolverine.
De forma más destacable, zanja su postura de alejarse de la cultura seriada que domina a las películas de superhéroes, para dejar en claro que este es el fin. No hay vuelva atrás.
Por eso no la tiene fácil 20th Century Fox de ahora en adelante. Logan tiene una propuesta tan clara, abraza tan bien el concepto de outsider perseguido que define a los mutantes en los cómics, que da un poco lo mismo lo que pase de ahora en más.
Pueden reiniciar la franquicia, pueden dar con otro Wolverine o hasta seguir con alguno de los personajes vistos en esta película, pero siempre estará esta verdadera cruz marcando el final del camino, ejerciendo una sombra sobre una saga que ha tenido más malos momentos que buenos.
A grandes rasgos, la historia de Logan es la de un mutante que se reconoce impuro, que tiene claro que no merece ser de los últimos ejemplares de su raza. Habían otros mejores, líderes que representaban de mejor forma los ideales por los que batallaban, pero ya no están vivos.
La máquina asesina de las garras es el último bastión que tiene su misión final: resguardar a un viejo y decrépito Charles Xavier, lejos del resto, en donde ambos puedan tener una tumba en el medio del océano. Por eso es clave que tanto Hugh Jackman como Patrick Stewart sean los puntales que elevan completamente esta película, haciéndonos creer en su familia.
Pero como en todo buen western, hay cosas que cambian los planes. Eventos inesperados que convocan al llamado del deber. De hacer algo por el mundo, cuando no hay esperanza alguna ante el avance de la civilización o de una sociedad cada vez más cambiante, que dejó atrás lo que fue, por un nuevo mundo en el que ya nada es igual. Los tiempos mejores son cosa del pasado.
El punto de inflexión de Logan está marcado por la aparición de Laura, una niña de nombre clave X23 que reconocerán todos los fans de los cómics y que es perseguida por una oscura organización que ha experimentado en mutantes, en un mundo en el que estos ya no nacen y el puñado de sobrevivientes vive de migajas.
Ese elemento es el motor de una historia que no da concesiones. Y ese quizás es su mayor desafío ante una audiencia acostumbrada más a otro tipo de películas de superhéroes. Por eso lo voy a remarcar: esto no se parece en absolutamente a nada que han visto en el pasado en el género.
A partir de ahí, con un Logan apestado con el mundo y que solo quiere cumplir su última misión con Charles, la presencia de la pequeña Laura representa el clásico llamado del deber que recibe una recepción reacia. Existe un Edén, una tierra prometida a la que hay que llegar. A pesar de que es algo en que Wolverine no cree, de mala gana igual debe llegar. Porque es lo que se debe hacer, porque es lo correcto.
Abriéndose paso con un nivel de acción violenta nunca antes vista, con cuerpos desmembrándose por doquier, esto por momentos recuerda más al estilo showoff de algunos spaghetti western clásicos como Django, que de aquellas apuestas más clásicas de John Wayne o el propio Clint Eastwood a las que hace referencia esta película de forma más evidente.
Es decir, me refiero a esas apuestas que atrapaban la atención impresionando visualmente con violencia rápida y certera, en donde una metralleta podía salir de un ataúd. Como una película del propio Sergio Corbucci.
Y es que en Logan hay ejecuciones rápidas, desmembramientos y, por ende, un montón de sangre. No solo es la película de los X-Men más cargada al chocolate, también es sin duda la película de superhéroes más carnicera de todas, lo que es algo totalmente apropiado para Wolverine.
De ahí que una de las grandes gracias de Logan es que James Mangold y su equipo lograron capturar algo que define perfectamente al mutante de las garras en los cómics, aquel personaje que es “el mejor en lo que hace pero lo que hace no es algo agradable”.
Y para coronar todo, finalmente Hugh Jackman se decide a interpretar de la forma en que debía interpretarlo, sacando a su animal interno que previamente solo había dado chispazos.
Logan además tiene una serie de lecturas político-economicas absolutamente pertinentes. Tanto en el hecho de que Estados Unidos pierde su condición de tierra del sueño americano, o la condición de minoría perseguida que es relevante ante las decisiones de Donald Trump, así como el foco que tiene el poder de un aparato industrial-comercial como eje clave en el misterio tras la merma de la población mutante.
Hay algunos elementos más propios de la ciencia ficción que enriquecen notablemente la textura de este mundo de futuro cercano, en donde Wolverine inclusive por momentos nos rememora más a Mad Max, como aquel agente foráneo que llega, cumple su misión y se retira.
También es claro que en esta película no hay espacio a grandes sorpresas, ya que el relato de la película es inevitable. Es la crónica anunciada de la última gran aventura de Wolverine. Por eso la decisión de hacer uso de aquel enfoque de que “esta es la última película de Hugh Jackman” como parte del marketing, juega un poco en contra al factor sorpresa. Uno va preparado a ver cómo desenfunda las garras por última vez.
Pero también es cierto que en Logan pasa lo que tiene que pasar y nada se siente gratuito ni menos regalado en su recorrido. De hecho, la idea tras el gran enemigo de la película, el rival al que Wolverine debe hacer frente en dos tremendos choques uno a uno, funciona excepcionalmente.
Teniendo en claro que el cómic Old Man Logan solo fue utilizado como una inspiración súper leve en esta producción, mis problemas con Logan son menores. Tanto en el hecho de que no compré que Charles Xavier hiciese uso de algunos diálogos, ya que se siente que a veces ocupan malas palabras solo por justificar la categoría R más que dar sentido al accionar de los personajes, ni me cuajó del todo la relación más paternal que se termina forjando entre Wolverine y Laura. La entendí, pero no me conmovió.
También se hace un poco larga un poco antes de entrar en materia final, pero no es para nada aburrida, pero no sé si es tan fácil que alguien enganche con su onda si no tiene conexión alguna con el estilo de película de la que Logan se nutre.
Pero la mayor parte de esos puntos tienen relación con algo muy relevante: Logan es el fin de una relación. Es una película que hay que digerir. Que pide que uno le de más vueltas, porque una primera reacción salida de las entrañas es demasiado impulsiva.
Sin embargo, aún cuando aún estoy pensando en la película, y me daré un tiempo antes de repetírmela, tengo claro que la sorpresa que representa esta última travesía de Logan, la bocanada de aire fresco que es ante lo que se está haciendo con otros superhéroes, justifica la decisión de despedir al Wolverine de Hugh Jackman con esta última secuela de aquello que comenzó el año 2000.
Logan a la larga es una gran carta de despedida que termina como debe terminar, dando pie a créditos con un tema de Johnny Cash. Ese cierre es la guinda de la torta de una versión del personaje que finalmente se gana completamente el derecho a ser calificado como un verdadero icono cinematográfico.
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