Por qué el Nobel de Química es el patito feo de los premios, pero también debería importarte
Ganar un premio Nobel es uno de los mayores honores a los que un científico puede aspirar en el mundo. Ser un Nobel te convierte en una eminencia, no dentro de tu campo de especialización, donde ya lo eres hace tiempo (si no, es muy difícil ganar este premio), sino también a ojos de todos los demás, el resto de la sociedad que no siempre sabe o se interesa por la ciencia, lee tu nombre en los titulares y ve tu cara en los telediarios.
Un auténtico baño de masas que de hecho abruma a más de uno, acostumbrado a la quietud de su laboratorio y la relativa tranquilidad de los congresos científicos.
Claro que no para todos los premios el barullo es el mismo porque no todas las categorías tienen el mismo atractivo. Dentro de los premios Nobel a disciplinas científicas, la Física es sin duda la más popular y sexy de todas. Es compleja, fascinante, se refiere a fenómenos espaciales distantes y lejanos (como las ondas gravitacionales de este año) o a partículas diminutas que componen todo lo que nos rodea (como el bosón de Higgs de 2013 por poner solo dos ejemplos).
La Medicina cuenta con tres ventajas a su favor: es cercana, porque refiere a algo tan cotidiano como nuestro cuerpo; es positiva, porque supone avances en la salud; y es la primera, su premio se anuncia el lunes de la semana grande de los Nobeles.
Ay, la pobre Química
Pero la Química… Ay, la pobre Química. La Química es el patito feo de los nóbeles. No tiene el atractivo sexy de la Física ni la cercanía de la Medicina, y además siempre llega la última. Todo esto, aderezado con un componente quimiofóbico que tiene la sociedad en general que le hace mirar con desconfianza a todo lo que lleve la palabra «química» y que es tan injusto como difícil de solucionar, ha relegado este premio a una especie de segunda categoría. El pobre Nobel de Química parece no importarle (tanto) a nadie.
Y eso es tremendamente injusto con este premio se han reconocido grandes avances de la ciencia de los que todos nos hemos beneficiado. Vamos a repasar algunos para que entiendas por qué aunque sea el patito feo, el Nobel de Química también debería importarte.
Marie Curie y su segundo Nobel
Marie Curie ganó su primer Nobel en 1903 en la categoría de Física, pero el que aquí nos interesa es el segundo, otorgado en 1911 en la de Química por descubrir dos nuevos elementos químicos, el radio y el polonio, y por aislar un tercero, el radio.
La vida de Curie estuvo ligada a la investigación de la radioactividad, un fenómeno descubierto a finales del siglo XIX pero cuyas propiedades aun eran en gran medida desconocidas hasta que la científica polaca se puso manos a la obra. Gracias a sus avances se pudieron conocer y aprovechar esas propiedades en los campos de la imagen médica y la energía entre otros.
Nos estamos cargando la capa de ozono
En 1995, el jurado decidió reconocer a tres científicos por su trabajo en química atmosférica, «especialmente por lo que se refiere a la formación y descomposición del ozono«.
La academia reconoció así el trabajo del holandés Paul J. Crutzen, el mexicano Mario J. Molina y el estadounidense F. Sherwood Rowland que en los años 70 demostraron, dando la voz de alarma a nivel mundial, que muchos gases emitidos por la industria de la época se estaban cargando la capa de ozono que protege nuestro planeta de la incidencia excesiva de los rayos del sol.
Gracias a su trabajo, que luego continuaron otros muchos, se detectó el problema y se tomaron medidas para frenarlo y revertirlo, como limitar las emisiones y cambiar unos gases por otros menos nocivos en muchas industrias.
Estudiar el ADN no es tan fácil
El estudio del genoma ha abierto nuevas puertas a la medicina, la genética, la evolución y al diagnóstico, tratamiento y prevención de muchas enfermedades. Pero el genoma se almacena dentro del ADN, hace falta grandes cantidades de ADN para poder analizarlo con facilidad y conseguir esto no es tan fácil.
Al menos hasta que en 1985 Kary B. Mullis inventó un proceso llamado reacción en cadena de la polimerasa que permitía conseguir cadenas de ADN largas a partir de un pequeño fragmento de forma rápida, sencilla y barata. Esto dio pie a una explosión de las investigaciones sobre el ADN y el genoma que dieron pie a decenas de avances. Por ese motivo, fue galardonado con el Nobel de Química en 1993.
Así es la insulina
Las proteínas son moléculas formadas por cadenas de aminoácidos que cumplen funciones esenciales para que nuestro cuerpo funcione correctamente. Su estructura concreta la conocemos en parte gracias a Frederick Sanger.
En los años 40, este científico inglés se dedicó a estudiar la estructura de las proteínas, especialmente de la insulina: separó sus cadenas y las despiezó aminoácido a aminoácido para comprender de qué estaba hecha.
La insulina es una proteína esencial para la salud porque se encarga de procesar los azúcares. Cuando falla, aparecen patologías crónicas graves como la diabetes, y por tanto conocer su estructura es importante para ayudar a estos pacientes. Por eso, recibió el Nobel de Química en 1958.
Los secretos que revela el carbono-14
El carbono es un elemento presente de forma natural en todos los seres vivos en dos variantes o isótopos: el carbono-12 (estable) y el carbono-14 radiactivo). Este último se va descomponiendo con el tiempo a un ritmo fijo.
En 1949, Willard F. Libby desarrolló un método para utilizar los restos de carbono-14 en un fósil, objeto o cadáver para determinar su antigüedad, una técnica que se comenzó a aplicar en antropología, geología, arqueología e incluso en ciencia forense. Por eso fue premiado en 1960.
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Por qué el Nobel de Química es el patito feo de los premios, pero también debería importarte
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Xataka
por
Rocío Pérez
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