Los selfies fueron (casi) un accidente

Los selfies fueron (casi) un accidente


Selfie

Ellen Degenerese seguramente no tenía ni idea de que con aquel selfie grupal consolidaba la fiebre selfie de la que millones y millones de usuarios se han (nos hemos) contagiado. Aquella imagen durante la celebración de la gala de los Oscars en marzo de 2014 fue la confirmación final de la relevancia de unas fotos que siempre estuvieron con nosotros aunque nunca parecieran demasiado importantes.

Y sin embargo lo son. Lo demuestra el interés que los fabricantes de móviles han puesto las cámaras frontales de sus últimos modelos, pero sobre todo en el impacto que estas imágenes han tenido en redes sociales como Instagram. El selfie moderno, no obstante, casi fue un accidente.

La cámara frontal nació para videoconferencias

En 2003 Sony sorprendía a todos con una pequeña sorpresa. Su Ericsson Z1010 no solo tenía una cámara trasera: se convertía en el primero en ofrecer una cámara frontal.

Ericsson

Aquel teléfono en formato concha sorprendió a todos por convertirse en un interesante dispositivo para videoconferencia, que era precisamente lo que pretendía Sony.

Jamás hubo intención de que aquello derivase en una cámara con otra utilidad para los usuarios, y de hecho la introducción de esas webcam en dispositivos móviles en los años siguientes siguió teniendo como principal motivación la de ser aprovechada en videoconferencias y en servicios de videollamada como el que Apple introdujo en sus iPhone algunos años después.

La presencia de esa cámara frontal, no obstante, seguía sin tener demasiado sentido. Algunos analistas en 2012 —no hace tanto— afirmaban como sucedía en PocketNow que esa era una característica que «parece estar bastante abajo en la lista de características críticas del sistema que los usuarios demandan». El reducido éxito de las videoconferencias y las necesidades de ancho de banda que esas conexiones implicaban hacían que para muchos la voz en esos casos fuera más que suficiente. Hasta que, claro, pasó lo que pasó.

Y llegaron las redes sociales

En 2012 las redes sociales estaban más que asentadas. Facebook y Twitter se habían convertido en referentes de un segmento que había eclosionado y que tenía un nuevo protagonista: Instagram.

Fue allí donde el selfie se hizo amo y señor de una plataforma orientada a expresarlo todo con imágenes. Jennifer Lee fue según los responsables de esa red social la primera en utilizar esa palabra como hashtag en enero de 2011 justo cuando este tipo de característica entraba en acción en dicha plataforma. De repente ya no había que hacer maravillas para sacarse un selfie.

A finales de 2012 la palabra ya era una de las más populares, y su uso se había extendido como la pólvora en todo tipo de redes sociales. Selfies como la de Ellen Degeneres fueron tan solo uno de los muchos célebres ejemplos de cómo este tipo de capturas se convirtieron en una modalidad con personalidad (y nunca mejor dicho) propia.

Toda una industria pendiente de los selfies

El fenómeno selfie ha logrado además crear una industria de la nada: la de los palos selfies que generan tantas opiniones a favor como en contra.

No solo eso, porque este tipo de capturas ha hecho que esas cámaras frontales se conviertan también en parte integral de la oferta de los smartphones más ambiciosos, que tienen sensores frontales con una cantidad mareante de megapíxeles, y algunos como el Oppo F3 Plus o el Vivo V5 Plus invierten la tendencia de otros fabricantes: la cámara dual es la del frontal, no la de la parte posterior.

Los nuevos Pixel 2/XL son capaces de ofrecer selfies con ese atractivo bokeh que está conquistando a los amantes de la fotografía móvil en modo retrato, y otros fabricantes destacan opciones especiales en sus cámaras frontales como grandes angulares para selfies grupales o sensores brutales que llegan a los 24 Mpíxeles del Vivo V7+.

Los destinatarios de muchos de estos modelos tienen un especial interés por este tipo de fotografías, y lo curioso es que esas cámaras ni siquiera nacieron para ese propósito. Todo, insistimos, fue un singular accidente. Uno que le ha sentado muy bien empresas como a Instagram, desde luego.

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por
Javier Pastor

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