Las películas de mi vida
Hoy llega a nuestras pantallas –podemos suponer que a las más selectas y de V.O.– Las películas de mi vida (Voyage à travers le cinéma français. Bertrand Tavernier, 2016) un filme documental imprescindible para cinéfilos, cinéfagos y amorosos en general. Un recorrido de la mano del que sin duda es uno de los directores franceses más reconocidos e influyentes de los últimos treinta o cuarenta años, Bertrand Tavernier, a través de los títulos más importantes en la historia del cine francés.
Porque para muchos, eso del “cine francés” remonta directamente al período de ensayismo constante e implacable sesudez de la autodenominada Nouvelle Vague, casi como si no existiera nada más. Y para otros, más silvestres y reduccionistas, el cine francés es ya directamente un género, como si, por ejemplo, Al final de la escapada (À bout de souffle. Jean-Luc Godard, 1960) y Arthur y los Minimoys (Arthur et les Minimoys. Luc Besson, 2006) tuvieran algo que ver. Pero lo cierto es que pocas filmografías pueden presumir de poseer a lo largo de su existencia tanta cantidad, y tanta variedad. De esta manera, Voyage à travers le cinéma français lleva a cabo un impagable recorrido, filtrado por el léxico y la mirada del maestro Tavernier, y acompañado de la bellísima partitura de Bruno Coulais, a través de la historia del cine galo –incluyendo coproducciones, no se vayan a pensar que hay chorreo de chovinismo– desde la década de los 1930, hasta inicios de los 70.
Porque antes de la Nouvelle se hizo mucho –muchísimo– noire. Cine de policías, de detectives, de agentes secretos… Jules Dassin, Julian Duvivier… Héroes de la pantalla como Eddie Constantine, Jean Gabin o Lino Ventura. Cine de género, de terror, fantástico… Y después de la Nouvelle también. Hubo quien se pasó al género, como Louis Malle, hubo otras miradas de autor, otras propuestas…
Y así, hablando por encima y remontando didácticamente de obras inmortales como L’Atalante (Jean Vigo, 1930), Las diabólicas (Les Diaboliques. Henri-Georges Clouzot, 1955) o Pickpocket (Robert Bresson, 1959), Tavernier vuelve a discurrir por los mismos derroteros que las premisas dramáticas de sus propios filmes, ahora de manera prístina y sencilla. Las películas de mi vida no pretende ser catedrática ni impositora, pero tampoco tediosa ni restringida. Tavernier enseña picando la atención del amante y despertando la curiosidad del diletante, en un entretenido recorrido ejemplificador de la propia inmortalidad de lo que llamamos el cine. Y todo ello, sin esconder su fuente de inspiración original, que no es otra que el similar experimento titulado Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine americano (A Personal Journey with Martin Scorsese Through American Movies. Martin Scorsese, Michael Henry Wilson, 1995), casi cuatro horas con el mismo concepto, pero yankee y de la mano del maestro Scorsese, imprescindible también, a más no poder.
En la restrospectiva no falta nadie, ni un solo “Jean”. ni el ínclito Jean Renoir –hijo del pintor–, ni el exclusivo y lamentablemente escaso Jean Vigo, ni el disparatado caprichoso de Jean-Luc Godard, ni el impactante nostálgico de Jean-Pierre Melville. Joyas con títulos como Le Jour se lève (Marcel Carné, 1939), París Bajos Fondos (Casque d’or. Jacques Becker, 1952), French Cancan (Jean Renoir, 1955), Un condenado a muerte se ha escapado (Un condamné à mort s’est échappé ou Le vent souffle où il veut. Robert Bresson, 1956), Ascensor para el cadalso (Ascenseur pour l’Echafaud. Louis Malle, 1958), Los 400 golpes (Les quatre cents coups. François Truffaut, 1959), Pierrot el loco (Pierrot le fou. Jean-Luc Godard, 1965)… y muchas más.
Filmes de los que uno –casi incluso hasta “el que más sepa”– podrá aprender nuevamente. Lecciones humildes de montaje, fotografía y narrativa. Pero, sobre todo, un compendio compartido desde el sabio poso contemplativo de Bertrand Tavernier para transmitirnos su amor eterno por esta cosa tan extraña de la cinematografía.
El propio Tavernier quedaría feo en el compendio –igual que pasaba con Scorsese en el documental seminal–, pero tampoco se queda cojo. A él le debemos peliculones como 1280 almas (Coup de torchon. 1981) La vida y nada más (La vie et rien d’autre. 1989), La hija de D’Artagnan (La fille de D’Artagnan. 1994), La carnaza (L’appât. 1995), Capitán Conan (Capitaine Conan. Bertrand Tavernier, 1996) –que servidor reconoce como una de sus cintas favoritas de forever and ever, que el cine que uno ve de adolescente entra por los ojos con todo su flow– o, más recientemente, la producción hollywoodiense En el centro de la tormenta (In the Electric Mist. Bertrand Tavernier, 2009), drama sureño con Tommy Lee Jones y John Goodman, o la exquisita Crónicas diplomáticas (Quai d’Orsay. Bertrand Tavernier, 2013), su último filme de ficción hasta la fecha.
Se le han otorgado premios para llenar varias plazas de toros: cinco premios César, un BAFTA, y un Oso de Oro. No es de extrañar que el documental que nos ocupa haya inaugurado el pasado Zabaltegi-Tabakalera en el pasado Festival de San Sebastián, ya que la relación de Tavernier con el sarao vasco viene de lejos –varios premios y presidente el Jurado en 1999–, después de pasearse por Cannes, y es que la cita, que ha unido en coproducción a las dos productoras más importantes de la cinematografía francesa: Gaumont y Pathé, de verdad, lo merece.
A Sherlock Films volvemos a deberle la distribución de esta pieza cinéfila, un año después de que hiciera un esfuerzo similar con el estreno en salas de Hitchcock/Truffaut (Kent Jones, 2015). Hagan ahora el esfuerzo ustedes, si es que de verdad sienten eso que llamar amor por eso a lo que llamamos cine.