John Hilliard – ‘Cause of Death’, 1974
Pocas obras han cuestionado de una manera tan inteligente la veracidad y el poder de la fotografía como las del artista británico John Hilliard. Sus juegos de imágenes presentan ante el espectador, por una parte, la frágil prueba de fe que es recortar en forma de rectángulo o cuadrado una porción de la realidad, y presentarla como documento objetivo e irrefutable. Y por otra, dar cuenta de las infinitas posibilidades de la fotografía como herramienta de experimentación artística.
Nacido en 1945, John Hilliard es un artista inglés que ha desarrollado su carrera dentro del mundo conceptual, siendo el proceso fotográfico el gran protagonista de sus obras. Formado en el Lancaster College of Art y en el Saint Martin’s School of Art, comenzó a mediados de los años 60 a aproximarse a la fotografía, cuando todavía la fotografía era considerada una simple pariente pobre dentro del mundo del arte académico.
Desde entonces, sus obras han girado en torno a la imagen fija, ya sea en forma de instalación artística o como pieza fotográfica. Y ha analizado la fotografía desde todos los frentes. Como objeto físico, dotado de una constitución y una superficie. Como elemento narrativo, donde la imagen es un momento del tiempo detenido dentro un espacio mayor, con una clara influencia cinematográfica. Y, por último, como forma de desentrañar la consideración de la fotografía en la sociedad contemporánea.
Quizás alguna de sus obras forme parte de una época concreta, y las décadas siguientes han superado determinadas ideas preconcebidas de la imagen, con la obra de otros artistas y ensayistas. Pero la inteligencia y frescura de parte de sus proyectos aún mantiene su vigor hoy en día. Y es curioso pensar que precisamente ese vigor se fundamente en lo poco extendido que está el estudio de la imagen fotográfica como elemento ideológico y político.
Todos vamos con una cámara fotográfica en el bolsillo, del tipo que sea. Todos hacemos fotografías a diario, y una mayoría las sube a las redes sociales. Pero, ¿qué tanto por ciento analiza las fotografías más allá del efecto estético que producen en el espectador, en base al mayor o menor número de likes o comentarios halagadores? Un tanto por ciento bajísimo, con seguridad.
Por ello son necesarias estas obras, y las de otros autores. Porque nos ponen delante de la fragilidad, y a la vez la riqueza de la fotografía. Porque nos hacen ser conscientes del poder que tenemos entre manos cuando sujetamos una cámara fotográfica, pero a la vez de lo insignificantes que somos ante los que deciden las imágenes que consumimos y conforman nuestra manera de pensar y reaccionar ante el mundo.
No obstante, nos centraremos hoy en los ejecutores, más que en los distribuidores. Y en Cause of Death (1974), la obra que hemos recogido de John Hilliard, volvemos a evocar esa idea de que la realidad de una fotografía no es la verdadera realidad, siempre es una interpretación de esa realidad. Aproximada o no, cercana o no, el fotógrafo selecciona el punto de vista, el encuadre, la perspectiva, el grado de desenfoque… Son tantas las elecciones que un fotógrafo puede hacer, que podríamos crear decenas de imágenes finales partiendo de una misma escena o momento.
Como decía Garry Winogrand, “yo fotografío para ver cómo quedan las cosas en las fotografías“. Y en esa manera de ver cómo quedan las cosas, hay una continua manipulación de lo que tenemos delante de nuestra cámara. Sin duda, no hay nada más mentiroso que decir que una fotografía es un espejo de la realidad. Seguramente tanto como aquello de una imagen vale más que mil palabras. Pero de esto último hablaremos otro día.
Lo que observamos en esta obra del artista inglés es un mosaico de cuatro imágenes, donde yace lo que parece ser un cadáver. Fotografías que tienen el aire frío y escrutador de la fotografía forense, donde debería buscarse la objetividad y veracidad más extrema. Sin embargo, vemos que no son cuatro fotografías iguales. El cadáver sí está en la misma posición, pero el diferente encuadre de cada una de las imágenes, provoca que el resultado sea completamente distinto.
Acompañada de una palabra a modo de título, el presunto resultado de la muerte de este cadáver se nos muestra diferente según el encuadre elegido por el fotógrafo. Aplastado, ahogado, quemado o producto de una caída. Cuatro posibilidades diferentes, con seguridad factibles en función de los elementos que observamos alrededor. Y sólo con alterar el encuadre de la cámara. Si hubiera alterado otros elementos del lenguaje fotográfico, las posibilidades hubieran aumentado.
Así de juguetona ante la realidad se nos muestra la fotografía. ¿Cuánta verdad hay en lo que vemos?, ¿cómo interpretamos lo que vemos?, ¿qué o quién nos lleva a leer una fotografía de una determinada manera? ¿qué elementos condicionan las decisiones que toma un fotógrafo a la hora de realizar una fotografía? ¿somos libres o somos rehenes de una manera de contemplar el mundo digamos “institucionalizada”?
Son muchos los interrogantes que podrían surgir a partir de alguna de las obras de Hilliard, siempre inteligente en sus planteamientos y fines. Tal vez lo que podamos extraer de sus trabajos, y de otros de similar corte, es una razonable y meditada ‘duda’ a la hora de aproximarnos a cualquier fotografía. Y cuantas más herramientas de conocimiento y educación visual tengamos, mejor podremos resolver esa duda de la manera más acertada posible.
Y como al final sólo podría desentrañarnos la verdad completa –o casi– de lo que estamos viendo el autor de la fotografía, nos quedará confiar en eso que llamamos ética. Que no en la objetividad, que ni existe, ni se la espera, ya que partimos de que somos seres pensantes y “sintientes”. Y, en todo caso, para los fotógrafos y aficionados, nos reconfortará reconocer en el medio fotográfico un apasionante e infinito mundo de deleite estético, emocional y mental.