Glifosato: verdades y mentiras del herbicida más vendido del mundo
El glifosato es el herbicida más usado en el mundo y también el más polémico. Vinculado durante muchos años a Monsanto y a los organismos modificados genéticamente, el uso (o no) del glifosato es una cuestión que va más allá de lo estrictamente científico y tiene profundas ramificaciones sociales, políticas y económicas.
El Ayuntamiento de Madrid anunciaba en marzo que dejará de «utilizar paulatinamente glifosato para el control de las malas hierbas en los parques y zonas verdes de la ciudad«. Y con ello se suma a un buen número de voces que alertan de los peligros de uno de los productos fitosanitarios más comunes. Nos hemos preguntado, ¿Qué hay de cierto en lo que se dice el glifosato? ¿Es tan peligroso como parece?
¿Qué es el glifosato?
El glifosato es el principio activo de numerosos herbicidas comerciales. Aunque ahora sabemos que fue sintetizado por primera vez en los años 50, no fue hasta 1970 cuando John E. Franz, un químico de Monsanto, descubrió sus efectos herbicidas. Con el nombre de Roundup, empezó a comercializarse en 1974.
No obstante, el éxito de Roundup llegó a partir de 1994-96 cuando la misma Monsanto empezó a comercializar plantas genéticamente modificadas inmunes al efecto del glifosato. Esto permitía utilizar intensivamente el herbicida para eliminar las malas hierbas sin afectar el cultivo principal. Evidentemente, aunque tardó unos años, el uso del producto despegó de forma brutal. Y por si fuera poco, la última patente comercial de Monsanto acabó en el año 2000, con lo que empezaron a aparecer genéricos que hicieron aún más competitivo el uso de estas sustancias.
¿Cómo funciona?
El glifosato inhibe la ruta de biosíntesis de aminoácidos aromáticos, la ruta del shiquimato (anión del ácido shiquímico). Al ser ésta una ruta exclusiva de las plantas, prácticamente no tiene toxicidad en animales. Para que nos hagamos una idea, sustancias de uso común como la cafeína o el paracetamol tienen índices de toxicidad mayores que el glifosato.
Otra característica importante es que tiene una vida media muy corta (22 días) antes de biodegradarse en sustancias no tóxicas. Esto hace difícil que sus efectos acumulativos tengan un impacto significativo a medio-largo plazo. Aunque como es evidente, su uso intensivo tiene efectos sobre el entorno en el que se aplican, no serían propiamente tóxicos.
Sí, es probable que el glifosato sea cancerígeno
Sí, es cierto. El glifosato está en la lista de ‘probablemente cancerígenos’ de la OMS. Justo al lado de la carne roja o ser peluquero. Recordemos que la lista del IARC se elabora según el nivel de evidencia que existe y no sobre los efectos o riesgos que tienen las sustancias. Es decir, hay suficiente evidencia científica como para pensar que sea probable que la exposición al glifosato cause cáncer (1994).
¿Cuál sería esa probabilidad? No muy alta, según sabemos hoy en día. Al menos, no muy alta por contacto indirecto con el producto. En el peor de los casos, algunos expertos estiman que una persona debería comer por día alrededor de 16,8 kg de soja durante dos años para igualar la dosis que se ha planteado como cancerogénica. Aunque, y esto es importante, los estudios que ‘demostraban’ esa relación causal con el cáncer, como en el caso del aspartamo, fueron retirados por tener serios problemas metodológicos. O sea, por la información de la que disponemos hasta el momento, la dosis de uso comercial, es muy complicado (por vida media y por concentración) que tenga algún efecto a largo plazo en las personas.
No obstante, parece razonable que los poderes públicos quieran evitar riesgos innecesarios a sus ciudadanos. Eso nos lleva a hacernos una pregunta y una reflexión.
¿Por qué el glifosato?
A día de hoy, hay herbicidas y pesticidas en uso mucho más tóxicos que el glifosato. Las atrazinas, por ejemplo, se siguen usando y son más problemáticas medioambientalmente porque utilizan vías que no son exclusivas de la plantas (como en el caso del glifosato) y ataca a los anfibios erosionando el medio en el que se encuentran. Sin irnos muy lejos, tenemos también el Paraquat, un pesticida de uso relativamente común que es extremadamente tóxico para el ser humano y puede producir vómitos, quemaduras o problemas neurológicos serios.
No está claro cuál es el criterio para eliminar unos productos y no otros más peligrosos. Este es, de hecho, el principal argumento contra la ‘guerra contra el glifosato’. La historia nos muestra como, a veces, se instalan estados de ánimo (o de histeria colectiva) que sin ser ridículos tienen un impacto muy importante en la vida de las personas.
Legislar desde estado de ánimo y no desde la evidencia científica
La prudencia en política es, en general, una virtud. Es comprensible que las autoridades quiera proteger a sus ciudadanos de posibles riesgos para la salud. Pero pasarse de celo también es problemático. Rebobinemos unos cuantos años en el tiempo.
En 1874, Othmar Zeidler por accidente sintetizó el diclorodifenil-tricloroetano. Más de medio siglo después, en el 39, Paul Hermann Müller descubrió su uso como insecticida y, comercializado por la Geigy bajo el nombre de DDT, fue usado durante la Segunda Guerra Mundial y los años posteriores para controlar con mucho éxito la malaria y la fiebre amarilla. Tanto que en 1948 se le concedió el Nobel de Medicina a Müller.
Prohibir el DDT en ese momento fue una buena decisión medioambiental pero una nefasta decisión epidemiológica
Ese mismo año se comenzó a utilizar en Sri Lanka para tratar de controlar la epidemia de paludismo que sufría. En 1948 hubo dos millones y medio de casos de malaria, en 1962 hubo treinta y uno y en 1963 sólo diecisiete.
En 1962, la bióloga marina y activista Rachel Carson alarmada por el impacto que el DDT tenía publicó la ‘Primavera Silenciosa‘, un libro que inició una campaña mundial contra el DDT. Su impacto fue impresionante dando un espaldarazo a la conciencia del medio ambiente y motivando, en último término, la creación de la EPA (la Agencia de Protección del Medio Ambiente de Estados Unidos) en 1970. Hay quien dice que “dicho de otro modo y telegráficamente: sin el libro de Rachel Carson, hoy seguramente no existiría Greenpeace” En el 72, la EPA prohibió casi todos los usos del DDT. Sri Lanka lo había prohibido en 1964, para el 70 ya se habían alcanzado las cifras de malaria de los años cuarenta.
Prohibir el DDT en Sri Lanka, la India o Bangladesh no fue una mala decisión ecológica o medioambiental, pero fue una nefasta decisión sanitaria y humana. Sin suficiente evidencia científica, el celo desmedido que creó la alarma mundial contra el DDT dejó a muchos países sin su mejor arma contra enfermedades como el paludismo y la fiebre amarilla.
Políticas basadas en la evidencia
El DDT sigue prohibido para la mayoría de usos y, bajo mi criterio, debe de seguir estándolo. De hecho, ya existen unas 500 variedades de artrópodos resistentes al insecticida. Lo que deja patente la historia del DDT es que las decisiones políticas tienen consecuencias.
Hoy por hoy, la prohibición del glifosato tendría como consecuencia directa el encarecimiento de la comida y, aunque ese sobrecosto puede ser asumido sin problemas por el Ayuntamiento de Madrid (o por cualquier institución europea al uso), contribuir a un estado generalizado de alarma sin evidencia científica puede ser muy peligroso. No nos arrepintamos por tomar decisiones apresuradas.
Imágenes | Wikimedia
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Glifosato: verdades y mentiras del herbicida más vendido del mundo
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Xataka
por
Javier Jiménez
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