'El señor de los anillos' de Ralph Bakshi: una adaptación delirante, mágica y tristemente incompleta
Pensar en ‘El señor de los anillos’ y su relación con el séptimo arte conduce, generalmente y de forma automática, a los bellos parajes neozelandeses y el apabullante diseño de producción de la igualmente espectacular trilogía cinematográfica iniciada por Peter Jackson en el año 2001. Una obra de lo más ambiciosa, prácticamente redonda y respetuosa con el texto base que concluyó con un punto final engalanado con once premios Oscar.
No obstante, la saga del realizador kiwi no fue la primera adaptación del que, sin duda, es el trabajo más popular del escritor sudafricano J.R.R. Tolkien, correspondiendo este crédito a la versión homónima del mismo dirigida por Ralph Bakshi en 1978. Un filme que, a pesar de sus palpables carencias narrativas, no sólo resulta fascinante en su apuesta visual, sino que sentó una férrea base para el material rodado por Jackson un cuarto de siglo más tarde.
Realismo rotoscopado: una producción titánica con un aspecto único
Tras un prólogo que logra embrujar desde el primer fotograma gracias a su poderoso tratamiento plástico y en el que se repasa la forja y devenires del Daño de Isildur, ‘El señor de los anillos’ de Bakshi condensa en poco más de dos horas los arcos de ‘La comunidad del anillo’ y la práctica totalidad de ‘Las dos torres’ —lamentablemente, nunca se rodó una conclusión—. Una decisión que convierte al largometraje en un auténtico festival de las elipsis y las transiciones atropelladas en el que se pierde gran parte del cariz contemplativo de la obra base.
Por suerte, su endiablada cadencia, su ritmo sin tregua y la obvia confusión en la que, probablemente, se verán sumidos los espectadores ajenos al lore de la Tierra Media, no empañan en absoluto una cinta en la que lo verdaderamente importante es su lisérgica propuesta estética, cuyo proceso de animación dejó tras de sí litros de sudor —y no me extrañaría que también de lágrimas— de un equipo que se encontró atrapado en una producción titánica.
La decisión de emplear técnicas de rotoscopía —esto es, groso modo, dibujar sobre el fotograma previamente rodado— en ‘El señor de los anillos’ es tan poco corriente como, a priori, acorde al tono y estilo del largo: ¿para qué dar apariencia de dibujo al material filmado cuando se busca un aspecto realista y en absoluto caricaturesco?
Independientemente de los referentes y pretensiones de Bakshi, y del debate sobre si la pieza que nos ocupa es un horror visual o una auténtica genialidad, es de rigor reconocer la innovación que supuso este, llamémosle, «realismo rotoscopado». Una soplo de aire fresco que, además de regalar pasajes que circulan entre lo inquietante, lo evocador y lo inolvidable, convirtió el proceso de creación de la película en un reto especialmente duro.
Además del incalculable esfuerzo que supone producir lo que podríamos considerar como dos películas —una rodada tradicionalmente y una segunda al convertir el material a la animación— en aproximadamente dos años, secuencias como la que relata la batalla del abismo de Helm ejemplifican a la perfección las dimensiones del proyecto, con decenas de personajes en plano que suponían semanas de trabajo para dar a luz un sólo fotograma finalizado.
Un storyboard animado para la trilogía de Peter Jackson
Además de apreciar ‘El señor de los anillos’ como un ejercicio pictórico y artístico único, merece la pena explorarlo como un evidente germen de la obra cumbre del mencionado Peter Jackson; condición que puede verse reflejada tanto en las obvias influencias —por no decir «copias descaradas»— en lo visual, como en algunas decisiones de guión.
En este último campo, las adaptaciones de Bakshi y Jackson comparten elementos que se desvían de la novela de Tolkien como la ausencia de todo rastro de Tom Bombadill, el periplo de Frodo y sus acompañantes por el Bosque Viejo o la sustitución de Glorfindel —el elfo que logra llevar al hobbit protagonsita a salvo hasta Rivendel— por otro personaje: Arwen en el filme de 2001 y el mismísimo Legolas en el del 78.
Al entrar en terrenos estrictamente audiovisuales, no sería descabellado definir esta ‘El señor de los anillos’ como una suerte de storyboard animado —y biblia conceptual, si me apuran— de las dos primeras entregas de la trilogía de principios de siglo. Obviando la estética, diseño de personajes y localizaciones —literalmente calcadas en muchas ocasiones—, no es difícil encontrarnos con escenas planificadas exactamente igual en ambas producciones.
Para encontrar las primeras muestras de esto no debemos adentrarnos excesivamente en el metraje, sorprendiendo particularmente el primer encuentro entre Frodo, Sam, Pippin y Merry con los Nazgûl; en el que los medianos se ocultan bajo un tronco. Una escena replicada sin pudor por un Peter Jackson que, sin el trabajo de Ralph Bakshi, no hubiese podido obrar el milagro de materializar una adaptación casi perfecta de la creación literaria de fantasía épica más importante de todos los tiempos.
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‘El señor de los anillos’ de Ralph Bakshi: una adaptación delirante, mágica y tristemente incompleta
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Víctor López G.
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