El mito del fotógrafo explorador (III)
Comencemos por lo más obvio: los estudios de psicología muestran que intentamos evitar acciones que no deseamos y acercarnos a aquello que queremos, muy a menudo inconscientemente. Puede parecer de Perogrullo, pero es importante entender cómo decidimos. Además, Rubén Moreno Bote, investigador y profesor del Departamento de Tecnologías de la Información y la Comunicación de la UPF, nos recuerda que el 99% de nuestras acciones diarias corresponden a hábitos, es decir, a secuencias aprendidas con el tiempo y realizadas de forma mecánica.
Sigamos con evidencias científicas: no podemos escoger, razonar o aprender sin emociones. Todo proceso de decisión está teñido por las sensaciones y emociones causadas por aquello que experimentamos, recordamos o imaginamos. El cerebro utiliza intuiciones, sensaciones y simulaciones para decidir, basándose en la información del pasado almacenada en nuestra memoria. Y toda simulación de futuro ha de apoyarse en experiencias previas, las cuales generan recuerdos que, a su vez, están asociados a algún tipo de emoción.
La divertida película Del revés (Inside Out, 2015), que seguramente muchos habréis visto con vuestros hijos, intenta reflejar el papel que juegan las emociones en el comportamiento humano, mostrando de una manera amena y didáctica que las decisiones que tomamos son resultado de una interacción proporcionada y necesaria entre emociones y pensamientos. Mostrando también que nuestras decisiones no son siempre racionales.
El investigador y neurólogo Antonio Damasio es mundialmente conocido por sus investigaciones en el campo de las bases neurológicas de la mente, especialmente en lo que se refiere a los sistemas neuronales que subyacen a la memoria, el lenguaje, las emociones y el procesamiento de decisiones. Una de las aportaciones fundamentales del científico portugués al conocimiento del universo emotivo es la constatación del mecanismo por el cual los procesos emocionales guían la conducta e influyen especialmente en los procedimientos de toma de decisiones, pero también en el propio proceso de aprendizaje. Esto sirve para recordarnos que en la raíz del conocimiento existe un mundo sensible. Los seres humanos somos así: antes de decidir, sentimos.
Es fácil suponer entonces que cuando un comportamiento está vinculado a una emoción positiva, estamos más predispuestos a repetir el mismo acto una y otra vez, mientras que una emoción negativa contribuirá a que intentemos evitar ciertas acciones. Además, la propia experiencia de cada uno nos enseña que toda información asociada a una sensación, del tipo que sea, es recordada con mayor facilidad. Las emociones, de hecho, refuerzan la memoria y la formación de los recuerdos. Una sensación placentera asociada a un enclave, una persona o un alimento nos empujará a visitarlo, relacionarnos o degustarlo tantas veces como nos sea posible.
A los fotógrafos nos encanta, y mucho, salir con la cámara y captar todo lo que nos parece interesante. Pero ni todos los temas ni todos los lugares nos trasmiten las mismas sensaciones, así que tiene lógica que intentemos desarrollar el tipo de fotografía que nos haga sentir mejor, que nos dispare las endorfinas hasta el infinito y más allá. No es solo hedonismo; las emociones desempeñan una función adaptativa pues responden a una lógica evolutiva que es resultado de la selección natural, contribuyendo así a la supervivencia y al éxito reproductivo. Por tanto, las emociones, subrayan los neurocientíficos Tiziana Cotrufo y Jesús Mariano Ureña, existen porque resultan útiles.
Y si al ser humano como especie le resultan útiles, y a las personas en general nos sirven para fomentar unos actos y huir de otros, a los fotógrafos las emociones nos empujan, a menudo inconscientemente, a visitar espacios determinados, elegir ciertos motivos y optar por puntos de vista que nos proporcionan placer. Y quien dice placer dice alegría, buenas vibraciones, gozo, entusiasmo.
Bien; intentemos cerrar el círculo. Habíamos quedado en que el cerebro “construye” el mundo en el que vive y lo hace a través de un aprendizaje concreto en un entorno social y cultural determinado. Así, lo que percibimos es siempre una combinación entre lo que hay fuera y los recuerdos almacenados. Este aprendizaje, nos dicen los científicos, da lugar a una información que se acumula y guía la percepción como un molde donde encajan, o no, las impresiones que nos llegan, de forma que existe una disposición innata a dar prioridad a lo que nos es familiar.
Toda esa información se almacena en la memoria asociada siempre a algún tipo de emoción, pero además los recuerdos asociados a sensaciones positivas tienden a fomentar la repetición de las acciones que los generaron. Lo familiar, si es placentero, termina poseyendo un atractivo irresistible que es, también, parte del funcionamiento innato del cerebro. De alguna manera, “decidimos” lo que el subconsciente nos susurra al oído. Un subconsciente que conoce muy bien lo que nos gusta y lo que detestamos.
Todo lo que he expuesto en esta miniserie es bastante más complejo, pero ni soy científico ni psicólogo cognitivo. He leído, subrayado, resumido y organizado de la mejor manera que he sabido. El mérito es de todas las personas que he nombrado y de muchas otras que siguen abriéndonos los ojos y la mente a dos mundos fascinantes, la realidad externa e interna, que tienen una complejidad mucho mayor de la que percibimos. Mundos que siguen siendo hoy en día un pozo sin fondo de asombro y descubrimientos.
He intentado dejar claro que desde el nacimiento aprendemos a interpretar el mundo, así que miramos como miramos en función de nuestra historia personal, de nuestro aprendizaje. El futuro, de hecho, lo construimos desde el pasado, así que mirar es revelar nuestro interior, lo que somos Y precisamente porque las expectativas están dentro de nosotros, lo que esperamos ver es tan importante como lo que tenemos frente los ojos.
He querido resaltar en esta última entrega la importancia de las emociones, y el hecho de que todos los procesos cognitivos están condicionados por nuestro sustrato emocional. Que según nos sentimos, así elegimos. Que el libre albedrío existe, pero estamos llenos de pequeños o grandes sesgos e inclinaciones que nos llevan a decidir unas cosas y no otras. Y por encima de todo entender que ese “ahí fuera” que sale a investigar el fotógrafo con su cámara no es sino un reflejo, más o menos exacto, más o menos imperfecto, de su propio “ahí dentro”. Digamos que la realidad que sale a explorar el fotógrafo no es, utilizando unas palabras del gran John Berger, “una ventana enmarcada abierta al mundo, sino una caja fuerte empotrada en el muro, una caja fuerte en la que se ha depositado lo visible”.
Entender por qué decidimos ciertos puntos de vista y determinados motivos debería servir para hacer nuestro proceso creativo más consciente, menos tópico y algo más maduro. El que nuestras decisiones estén hasta cierto punto marcadas por aspectos reflejos y mecánicos, no significa que no podamos deleitarnos con cada salida fotográfica, que, al margen de los resultados, debería ser siempre una experiencia emotiva llena de euforia, satisfacción y orgullo.
Sea lo que sea que nos susurre al oído el subconsciente, disfrutar debería ser siempre obligatorio.
Nota: Aunque el neurólogo Antonio Damasio distingue las emociones de los sentimientos, en el artículo se han utilizado ambas expresiones como sinónimos.