El fotógrafo, la guerra y los niños
Siempre insisto en que “sentir para transmitir” es una de mis bases fotográficas. En ocasiones las circunstancias obligan a tomar distancia, cojo una bocanada de aire puro, me sereno, y me sumerjo de nuevo para continuar. Algo emocionalmente muy complicado.
Enfrentarse a la realidad de la vida de la infancia más desprotegida hace mella en la piel, aunque sería más adecuado decir que lo hace bajo la piel. Deja muescas que me permiten regresar a la propia infancia y recordar lo felices que fuimos. Qué suerte tuvimos cuando el azar nos protegió. ¿Quién decide la familia en la que debes nacer, la nacionalidad indicada en tu pasaporte, tu raza, religión o condición social? ¿Quién decide qué negra sombra te va a perseguir? Son circunstancias que marcan tu destino y serán el lastre o impulso para toda la vida.
Según Save the Children, organización con la que mantengo una estrecha relación, casi 700 millones de niños y niñas pierden la infancia en una edad en la que no deberían ser más que eso, niños. Su Informe mundial sobre la infancia 2017: Infancias robadas, nos alerta con datos demoledores:
- Cada día, más de 16.000 niños mueren antes de cumplir los cinco años, la mayoría por causas que se pueden evitar.
- Cerca de un cuarto de todos los menores de cinco años (156 millones) no están completamente desarrollados ni física ni mentalmente debido a la desnutrición.
- Uno de cada seis niños en edad escolar en todo el mundo no va al colegio.
- El conflicto ha obligado a uno de cada 80 niños en todo el mundo a abandonar su hogar.
- 168 millones de menores trabajan en condiciones de explotación, de los cuales 85 millones lo hacen en condiciones muy peligrosas.
- Cada siete segundos se casa una niña menor de 15 años.
- Cada dos segundos una niña da a luz en el mundo.
Son datos y números a los que ahora voy a poner rostro. Empiezo a imaginarlos de manera figurada con la cara de mis hijos, mis sobrinos, sus amigos, e incluso con la mía propia como padre y como niño que un día fui. Y ahí, cuando las caras de los allegados son las que sustituyes por cifras, las desgracias toman sentido. Mi función en la organización es precisamente esa: colocarme frente a frente a los números que ahora son miradas, sintiendo sus gestos sobre cuerpos diminutos, y sobre estos cuerpos la desgracia crece. Su desprotección es alarmante.
Hay que aprender a llevarlo; es una mochila de situaciones complejas y negativas que debemos invertir cuando presentimos un mínimo avance. Este paso hay que enfrentarlo como el balón de oxígeno que nos permite continuar.
Y es que la situación mundial es desesperante. La desgracia siempre es más rentable que la paz. Aunque sepamos que nunca la podremos erradicar, es nuestra responsabilidad contribuir con pequeños cambios y hacer lo que esté en nuestra mano para facilitar una vida más agradable a quien así lo necesita.
Otra de las cuestiones que me preocupa en estas coberturas es no transgredir las limitaciones de protección de imagen a la infancia que recomienda la organización. Las más estrictas son las relacionadas con los niños desplazados que se encuentran en tránsito y viajan solos. Los refugiados y los menores no acompañados: los menas. Estas recomendaciones, que son normas, me obligan a descartar multitud de imágenes perfectas por intensidad, encuadre e información para cualquier medio o agencia fotográfica para las que he trabajado. Y surgen dudas, porque nunca había pensado en ello hasta que entré a formar parte del equipo de comunicación de Save The Children para algunos de sus programas.
A nivel fotográfico, muchas de las imágenes que la organización solicita no son las fotografías más impactantes. No son mis mejores fotos, aunque sí respetan todas las restricciones y Save The Children puede usarlas constantemente para su distribución en medios de comunicación, documentos de sensibilización, informes técnicos, redes sociales, publicidad y cualquier uso que necesiten. Esto es un reto muy interesante y descubro que mi mejor foto, la ideal desde el punto de vista compositivo y emocional, desde las necesidades que puedo imponerme como fotógrafo independiente, no es la imagen más deseable para la organización. He conseguido avanzar en ese aspecto y voy puliendo mi forma de conseguir estas fotografías. Dejo de pensar en cuál es mi imagen ideal y busco la idónea, la más adecuada para los niños y para la organización que en su protección trabaja. Hay un millar de imágenes que se están quedando atrapadas en discos duros y que de momento no usaré por las restricciones de protección de imagen de la infancia fotografiada. Un día, cuando esos menores se encuentren en la mayoría de edad podremos sacarlas a la luz e intentar con ellas sensibilizar para los menores desprotegidos de ese futuro, que los habrá.
En Nepal, septiembre de 2015. Se cumplía medio año del tremendo terremoto del 25 de abril y del que a día de hoy aún no se han recuperado. Allí nos llega una historia tan tremenda, tan dura e impensable que entendí que esas restricciones de protección a la infancia no debía y no podía obviarlas.
A la par que multitud de organizaciones humanitarias se desplazaban al país para desplegar toda su ayuda hacia la población más aislada y afectada por el seísmo llegaron “otros” con ofrecimientos desde organizaciones ficticias, chalecos impolutos y dinero en los bolsillos. Su finalidad era bien distinta, captar niños y niñas e introducirlos en el terrible mercado de explotación sexual. Lo hacían con falsas promesas hacia familias devastadas que les abrían las puertas de unas viviendas ya derrumbadas, desorientados y muy afectados por desesperanzas. En muchos de los casos estas familias debían encargarse del cuidado de hijos de familiares y de los de sus propios vecinos. Todos ellos, huérfanos de sus vidas tras el desastre.
El Instituto de secundaria en Pimaltar, en Nuwakot, ha sido colocado bajo grandes árboles. Seis meses después del terremoto que devastó Nepal, las escuelas siguen en muy mal estado poniendo en peligro la seguridad de los estudiantes y deben continuar sus lecciones en escuelas improvisadas.
Los señores del mal y sus engaños expresados con dulces palabras prometen educación y cuidado en colegios e internados de la capital Nepalí, Katmandú, cuando realmente los niños serán trasladados a India, para en ruines antros engrosar listas de burdeles repletos de pederastas. La asociación Shakti Samuha con la que colabora Save the Children rescata a estos niños de la trata y les ayuda a superar esos episodios y recobrar la infancia robada.
Mostrar los rostros de esa infancia desamparada sin analizar las consecuencias facilita el camino para que estos indeseables sepan donde se encuentran los más desamparados y fácilmente puedan acceder a ellos con sus caramelos envenenados. Un año después Interpol nos decía que en territorio europeo 10.000 menores se encontraban en paradero desconocido. Es difícil confirmarlo y fácil pensar que los que extorsionan también están entre nosotros.
Aquí en Europa, en Idomeni, en Grecia, un menor de catorce años intentó quemarse a lo bonzo ante mí. Mi primera reacción fue soltar la cámara e intentar disuadirlo. Capté inmediatamente que me había convertido en el detonante de la situación. Me encontraba presente y solo junto a ellos, frente a su preocupación y desaliento. El niño, en su depresión, dos años después de comenzar el éxodo de Siria y encontrarse solo en Grecia tras haber perdido a su familia, prometió entre lágrimas y llantos intentarlo de nuevo hasta conseguir su propósito.
Cuando su camiseta empapada en gasolina le fue arrancada para evitar la desgracia, grabé un plano de vídeo en el que mostraba toda su desesperación. Clavando la mirada a cámara, que es como mirar a los ojos del telespectador, desgrané su travesía, penuria, su soledad y abandono, e insistió en quitarse la vida al no resistir un día más la incomprensión.
[…un menor de catorce años intentó quemarse a lo bonzo ante mí. Mi primera reacción fue soltar la cámara e intentar disuadirlo. Capté inmediatamente que me había convertido en el detonante de la situación…]
Acabábamos de obtener unas imágenes de gran fuerza informativa y emotiva con las que habríamos puesto el foco sobre el problema de una manera muy directa y con gran intensidad visual. Valoramos los pros y contras de hacer públicas aquellas imágenes y la decisión fue no mostrarlas. Si estuviera trabajando para un medio de comunicación no habría dudado en difundirlas. No era el caso y realizamos una valoración muy meditada. Allí no me encontraba trabajando para informar en un medio. Estábamos descubriendo las necesidades de los refugiados para la ONG por lo que prevaleció la protección de la imagen del desesperado niño a que los telediarios llenaran minutos de informativos con unas imágenes distribuidas por la organización. Ante todo, lo más importante son ellos. Y aquella situación ayudó a detectar un caso para que los asistentes en terreno prestaran ayuda al joven.
Estos dos ejemplos son suficientes para apreciar que, cuando una organización no gubernamental como Save the Children necesita de tus imágenes, lo hace para sus departamentos de comunicación o marketing. Por encima de todo, incluso de las propias fotos, se encuentra la filosofía de la organización y en su punto más alto la protección, cuidado y ayuda hacia la infancia como máximo exponente.
Cuando esos niños no se encuentran en una situación de desamparo tan alta, cuando viajan, si son desplazados o refugiados, con sus seres queridos y familiares y estos, tras explicarles la situación, firman un permiso de uso de las imágenes que vamos a tomar y entonces podemos tener una mayor libertad de trabajo. ¿Pero quién se atreve en determinadas situaciones a pedirle a un padre o a una madre que está saltando de una embarcación donde ha pasado la noche, abrazada a sus pequeños, empapada, que firme un permiso de uso de las imágenes que le acabas de tomar? La mayoría de las veces en la edición no eliges la mejor, vas buscando la que sin ese permiso firmado podrás usar sin infringir las normas. Es una tarea complicada.
Por encima de todo, incluso de las propias fotos, se encuentra la filosofía de la organización y en su punto más alto la protección, cuidado y ayuda hacia la infancia como máximo exponente.
Son viajes a terreno muy breves, una media de dos o tres días en destino que te obliga a trabajar a un ritmo frenético. Debes amanecer antes de la salida del sol, cuando las condiciones de seguridad lo permiten, y regresar ya entrada la noche. Es tiempo suficiente para descargar las tarjetas, cargar baterías de cámaras, dormir cuatro horas y amanecer de nuevo. En muchas ocasiones realizas desplazamientos incómodos de cuatro, seis y ocho horas, por pistas impracticables y polvorientas para llegar a una comunidad aislada. Y cuando llegas no puedes quedarte en el lugar más de una hora. Tienes otras ocho horas de regreso. Hay que fotografiar deprisa, analizar las necesidades y ser muy previsor. Además, en el disparador de la cámara llevas las restricciones de imagen que ponen el reto en el terreno. El nivel de concentración ante estos parámetros logísticos y ante la presión del poco tiempo del que dispones no permite perder la concentración. Estos viajes se convierten en agotadores por estas circunstancias y por las imágenes que nos quedan en la retina.
Cuando fotografío para agencias o medios de comunicación, no se me ocurre pedirles a los protagonistas de mis imágenes que ejecuten una acción con la intención de potenciar así las fotografías. En las coberturas para Save the Children tampoco lo hago, no lo concibo más que en los retratos. Nosotros no somos coreógrafos de realidades inventadas. Es algo prohibido, bajo cualquier concepto, para mi manera de entender la realidad que mostramos.
Por ello tras muchos años fotografiando entre los límites de la verdad y bajo estos protocolos periodísticos comencé a crear paralelamente otro lenguaje, otras situaciones. Instantes premeditadamente ficticios en los que con un simple golpe de vista, hacer comprensibles las palabras de un informe técnico o un comunicado de prensa.
Mi fotografía en este área pasa a ser un proceso creativo y logístico para crear con ficción, una especie de performance capaz de plasmar de manera nítida una idea preconcebida. Quiero que se note que es una recreación, nada de cine documental.
Es imprescindible descubrir las necesidades materiales y la búsqueda de localizaciones, la obtención de permisos necesarios para realizar la instalación, la coordinación de horarios del equipo, las pruebas técnicas y el plan de grabación o toma fotográfica. Aunque es una situación bajo control, surgen imprevistos e incluso éstos deben estar controlados. La solución a un imprevisto es generar otro con rapidez e imaginación. Si conseguimos que tenga la suficiente personalidad puede llegar a ser mejor que la propuesta original.
En mi fotografía todo es un proceso reflexivo. Los instantes decisivos no existen. Desde el fotoperiodismo más puro, en el que no intervengo y camino de puntillas y busco la invisibilidad, hasta la fotografía expresamente ficticia en la que selecciono e incluyo todos los matices necesarios para transmitir, la reflexión marca los ritmos.
Todas las situaciones, por rápidas e inesperadas que sean, son resueltas gracias a la reflexión. Al igual que tomo distancia para inspirar aire puro y sumergirme de nuevo para continuar, reflexiono sobre las necesidades de mis imágenes para que éstas no desaparezcan al liberar el obturador.