‘Bitch Planet’ – Crónica
No hace mucho, concretamente a finales del mes pasado, nos hacíamos eco, en forma de reseña breve, acerca de la edición en España de Bitch Planet, la nueva colección de Image Comics que Astiberri edita en nuestro país en forma de tomo –que así queda mejor para el relamido lo pueda llamar “novela gráfica”–. Revisado el primer tocho, que aglutina los cinco primeros números de la colección original, y aunque la trama haya quedado inconclusa –actualmente, Bitch Planet se sigue publicando– ya podemos ofrecerles una reseña algo más amplia sobre la colección.
Historias sobre prisiones hay muchas. El concepto de prisiones-planeta, como el que se nos presenta en el comic, no es nuevo ni original, lo llevamos viendo en historias espaciales, copiado una y mil veces. Lo de que a los reos de la prisión futurista de turno se les obligue, no ya a trabajos forzados, sino a participar en escabrosos concursos para ofrecer “pan” al “pueblo” de cualquier sociedad apocalíptica, en deportes imposibles donde uno se juega la vida… tampoco es nuevo. Pero es que historias sobre mujeres prisioneras también hay muchas; en cine, hubo hasta un movimiento –de lo más underground– denominado WIP (Women In Prison), que ya les explicamos en qué consistía en artículos pasados, de esos colmados de psicotronía que a veces se casca un servidor. Hablamos de reas, como también les desarrollamos algún que otro concurso televisivo futurible.
Lo que no se había hecho, era aglutinar ambas ideas, y reforzar las mismas premisas dramáticas –la deshumanización del consumo desenfrenado, la alienación corporativista, la esclavitud asumida…– desde la perspectiva del feminismo actual, desde la visión del patriarcado en el occidente primermundista, desde concepto de lo que hoy se gusta en hacerse llamar de género –y que, si les parece bien, servidor no va a usar, por aquello de la confusión con el “género” literario, al que se suele aludir mucho–.
“… y 1. En el principio, Dios creó los cielos y La Tierra. La Madre Tierra la llamábamos. Antes de entenderlo bien. Antes de conocer los cielos, de vivir aquí y de sentir su cálido abrazo. El Espacio es La madre que nos recibe, ¿veis? La Tierra es el padre. Y vuestro padre… os ha desterrado”
(Splash-page de introducción de Bitch Planet)
En Bitch Planet, la emergente autora Kelly Sue DeConnick, siempre con un pie en el mainstream de superhéroes y el politiqueo fresco de editoriales más independientes, reinventa el feminismo para la ciencia-ficción más sañera, rebañando éxitos efervescentes –a nadie se le puede pasar por algo la saga de libros-pelis Los Juegos del Hambre o la aclamada serie de Netflix Orange is the new black (Jenji Kohan, 2013-en emisión), leyendo este comic–, sin perder la perspectiva sobre la principia materia, el pulp padre –o mejor digamos madre– del que parte todo, perfectamente actualizado por la ominosa mente de esta autora, y rediseñado por los bártulos de artista de Valentine De Landro. Bitch Planet es un ideón que, perfectamente –y con mayor peso satírico, si cabe– podría haber existido en el comic americano indie de los 60, pero también en el Metal Hurtland franchute de los 80. Pero que se ha tenido el tino de llevar a la visión actual, sin dejarse de documentarse detalladamente en todo un universo referencial que nutre la obra a varias capas.
El tebeo plantea su concurso de marras, que en este caso es televisivo, y de una audiencia tal, que se sigue incluso en los arrabales periurbanos como en Perseguido (Running Man. Paul Michael Glaser, 1987). El planteamiento de dicho deporte -de cierta complejidad- viene perfectamente explicado, a lo relato de Orson Scott Card pero con viñetas, con el fin de que el propio juego sea elemento de expectación en el lector; en ocasiones, como si de un forofo más se tratara. Esto es, extrae ese elemento, de la fórmula de “deporte mortal que no existe”, reconvirtiendo con absoluto acierto el Rollerball (Norman Jewison, 1975) de turno en una suerte de hiperviolento Roller Derby –que no sé si saben, pero es deporte bastante cañero donde sólo juegan chicas–, totalmente a tono con lo que se quiere contar y acorde con las nuevas generaciones de lectores/as que se tienen que ir captando.
A este respecto, y me refiero a lo referencial –¡qué cacofónico!– y lo “roller”, más de uno son los guiños que evidencia el laude de DeConnick al rareza semi sexploit Las violentas del Rollerball (The Unholy Rollers. Vernon Zimmerman, 1972), sobre el deporte exclusivamente femenino antes referido, que se conoce que empieza a vuelto a poner de moda. Rareza por lo desconocida y por la carga feminista y los además punk que, para la época, desarrolla esta película que sin duda la escritora de Ohio ha visto, y cuyo trailer les dejo a continuación, por si les pica la curiosidad.
Como les contábamos en el breve, en Bitch Planet se nos presenta un futuro no muy lejano en el que el patriarcado ha seguido erigiéndose en una sociedad decadente dominada sin pudor por las corporaciones, cercenando cualquier atisbo de contraposición femeinizante. El mundo está gobernado por el Protectorado y un Consejo de Padres que lo dictan todo, y toda mujer que sea considerada, literalmente, una “no conforme”, será forzada al ostracismo en el denominado Bitch Planet que da lugar al título. Una cárcel siniestra y ultratecnológica denominada Puesto de Obediencia Auxiliar.
Bajo esta etiqueta de “no conforme” (“non compliant“), se encierra a las mujeres contestarías y/o subversivas, las irascibles o consideradas violentas, las que no tienen un cuerpo perfecto según los cánones imperantes –que son, cómo no, los que dicte el Consejo de Padres– junto al resto de criminales y delincuentes comunes. En esta distopía futurible cualquier marido que se sienta intimidado, que se aburra o que, sin más, quiera deshacerse de su esposa, no tiene más que denunciarla y, sin pruebas ni nada, será despachada y enviada al ‘Planeta de las zorras’. Divorcio de goce unilateral sin pensiones alimenticias ni obstáculos burocráticos. Y es, precisamente, el misterioso asesinato de una de estas “divorciadas” lo que desencadene la trama policíaca dentro de esta historia carcelaria exagerada y lenguaraz, con tantas dosis de violencia como de humor.
Se puede decir que el planteamiento de distopía y planeta-cárcel vejatorio podría dar para colección completa. Pero, más allá del concepto Fortaleza Infernal (Fortress. Stuart Gordon, 1992), se presenta una trama de suspense y misterio por el asesinato citado para, al tiempo, adentrarnos en el planteamiento final: la forzosa participación en un deporte de esos imposibles también citados más arriba. El Duemila, también conocido como Megatón, es el espectáculo rey, el deporte angular que une a todas las clases sociales, el Rollerball, el Running Man, La carrera de la muerte del año 2000 (Death Race 2000. Paul Bartel, 1975) de este universo, donde el espectador lo goza con el deporte extremo al tiempo que ve como los reclusos obtienen su merecido, y las altas esferas que regulan toda una civilización se lucran hasta el paroxismo. Este entretenimiento nacional, ahora está un poco de capa caída, pero “los padres” tienen la solución; introducir novedades.
¿Qué mejor que conformar un equipo con reclusas, mujeres, que nadie echará de menos porque son lumpen del peor, y que además tienen fama de violentas y agresivas dentro de las instalaciones del penal? Así, subirá a la palestra, el equipo protagónico del comic, para dar otros aires al espectáculo de masas, invirtiendo el sexo de los participantes/víctimas. Kamau Kogo, la mujer más peligrosa del planeta –una suerte de Pam Grier dotada de cierta hipertrofia–, será la líder del equipo; la gigantesca Penny Rolle será su compañera infranqueable; mientras que Meiko Maki jugará un rol que mejor no les desvelo por aquello del spoiler gratuito. Y, luego pues… imagínense: todo un plantel de equipo, como los cast de El Castañazo (Slap Shot. George Roy Hill, 1977) o La leyenda del indomable (Cool Hand Luke. Stuart Rosenberg, 1967), sólo por citar un par de pelis de ejemplo que, da la casualidad, son de Paul Newman. Todas con su background, a cada cual más revelador aunque en este tomo no vayamos a conocer todos, algunos de ellos desvelados mediante un número especial (Penny Rolle, quizá el personaje más carismático de la historia, contará con su propio facsímil, el número 3, donde Valentine De Landro será sustituido para la ocasión por los lápices de Robert Wilson IV).
“SRTA. WHITNEY: El deporte modela el carácter. Los antiguos griegos creían que la capacidad atlética era un indicador de autoridad moral.
KAMAU KOGO: También creían que sus dioses vivían en una montaña y que los problemas los provocaban hombrecillos con pollas de caballo y flautas de pan. No pretendas que parezca inteligente sólo porque es antiguo.”
Bitch Planet, nº 2.
El humor socarrón, la chanza punk y la sátira descarada e incluso agresiva, se mantienen durante toda la obra en una suerte de metalectura donde en ningún momento se abraza la parodia, al mismo tiempo que se desestima cualquier tipo de solemnidad sobre el contenido. Cosa que no impide que el mensaje siga quedando claro y prístino; de hecho, diría que el humor le permite a la DeConnick ser, si cabe, más expeditiva y despendolada, pudiendo enarbolar sus verdades como puños amparada en el poder de la (ciencia) ficción y la inteligencia de la mejor comedia.
En una brillante decisión editorial, a la DeConnick se le ocurrió incluir en cada número dos secciones muy especiales. La primera se llama Bitches be like…, y aglutina ensayos sobre sociedad de firmas femeninas invitadas, que escriben sobre diversos temas, siempre teniendo con el feminismo como leiv motiv. Así, talentos como los de Angelica Jade Bastién, Danielle Henderson o Megan Carpentier, dan rienda suelta con textos que analizan el mismo concepto de feminismo, u otros problemas actuales como los estereotipos sobre la mujer afroamericana. La sección suele completarse con entrevistas y recomendaciones literarias sobre feminismo, bajo el rezo Bitches, read (“Leed, zorras”).
Esta sección no se incluye en la edición española, cabe suponer que, por aquello de lo copioso en la traducción, a parte de la pérdida de la rigurosa actualidad –allí, la colección comenzó en 2014–. La que sí que se ha incluido es otra, que se muestra a modo de epílogo y se asemeja a las publicaciones más pulp de los años 60 y 70, con un compendio de falsos anuncios exquisito. Incendiaria publicidad de productos inexistentes que, más allá de las típicas gafas de Rayos-X, ofertan unas que permiten ver las “verdaderas intenciones” de las mujeres y toda una serie de artilugios de lo más chusco, como soluciones para eliminar el olor vaginal, remedios adelgazantes fulminantes o pastillas para ser más agradable con tu marido, todos coronados por soeces eslóganes del tipo “porque él no tiene por qué aguantar tu mierda…”. Ya les digo, humorismo del más corrosivo nada apto para ultrasensibles o ultraconfortables, desaconsejable de todo punto para quienes usan términos como “feminazi”, directo y en absoluto piadoso.
Bitch Planet es un cómic que va a por todas desde su concepción. La autora narra como toda valentía un futurible peligro de continuar en un patriarcado endémico como en el que nos recreamos día a día los occidentales y del que no nos damos ni cuenta, creando para ello un elenco de personajes rico y diverso, que se muestra –ya desde su presentación– ansioso por incomodar. Cuando la guionista revitalizó como nunca antes se había hecho –con la excepción, que John Byrne me perdone, de Hulka– a uno de los personajes femeninos más poderosos y sin embargo menos conocidos del universo Marvel –concretamente a su capitana, la Capitana Marvel–, lo hizo con la misma ínfula de libertad que de rebeldía. Kelly Sue DeConnick quería trasladar su lucha como activista en el feminismo al universo del superheroísmo industrial, y vaya si lo consiguió. Su Captain Marvel & the Carol Corps –publicado en nuestro país en un único tomo, dibujado por el español David López– era una colección rockera y reivindicativa, con una trama que colmaba al lector de preguntas y de ampollas levantadas. Lo que quizá no se esperaba nadie es que el recibimiento de tal colección fuera rotundamente favorable, tanto en crítica como en ventas. Con su obra, DeConnick ha conseguido convertirse, sin duda, en una de las voces fuertes del cómic americano. Bajo el nombre precisamente de Carol Corps, se ha montado una fanbase sobre el personaje, que se ha viralizado bastante.
En la Marvel, dejaría más historias, como la serie Osborn: Evil Incarcerated –donde conocería a su colaboradora habitual, la también española Emma Ríos– y una etapa para Avenging Spiderman nada desdeñable, justo para volver a Image Comics –anteriormente, de lo más indie; hoy día, ahí-ahí–, donde ya había trabajado en su etapa de creación más underground, además de cómo editora y traductora de manga. Es en este período en Image Comics donde crea, al alimón con su compañera gallega, la aclamada serie Bella Muerte –Pretty Deadly, nominada a varios Premios Eisner en 2014– y ésta maravilla que les estamos reseñando, un apasionado proyecto que ha imaginado con el artista canadiense Valentine de Landro, quien también se ha dejado los codos para la factoría de Stan Lee (Marvel Age Spiderman, Marvel Knights 4, X-Factor…) unos cuantos añitos.
Bitch Planet ha supuesto la consagración para la DeConnick y “un antes y un después” en la carrera del De Landro. La forma en que han imaginado los personajes principales consigue hacer de ellos individuos complejos y convertirlos en iconos modernos. El ritmo de la narrativa de Kelly Sue DeConnick fluye imbricado entre la sencillez de los planteamientos de Valentine De Landro, siendo rotundo cuando toca, más allá de lo claro en anatomías y sofrosines –toda una lección me atrevo a estimar– sin perder la tónica ni la velocidad. Él dice que no lee las críticas, pero que le han dicho que son excelentes.
Aquí en Hispania, y posiblemente en toda La Vieja Europa –igual porque, en el fondo, somos más modernos–, jamás notaremos los ecos de esta colección como en los USA. Pero allí, el éxito ha sido arrollador y, tanto Kamau, como el resto de la cuadrilla, se han convertido en símbolos notorios de la lucha por la igualdad. Las siglas NC –de “non compliant”– que las reclusas lucen impresas sobre el pecho en sus uniformes naranjas, han sido adoptadas por la feminista de a pie como lema reivindicativo. Tal ha sido la fiebre, que más de una fan ha llegado a tatuárselas incluso, siempre respetando el diseño que en el tebeo se muestra, siempre creando legión.
En estos entretenimientos, gracias al birlibirloque de la interné, y con los hashtags de #nc o #noncompliant, podemos encontrar en las redes todo un catálogo de luchadoras de la virtud marcadas para siempre con el indeleble sello que atestigua su disconformidad con el patriarcado gracias al poder de la ficción. Un fenómeno que va más allá de lo sucedido con la Capitana Marvel y que dice mucho acerca de lo que escribe esta crack, que consigue captar la atención de sus lectores abarcando a varias generaciones.
Bitch Planet es una obra totalmente… iba a decir recomendable, pero casi me voy a mojar –a riesgo de que me insulten tanto como cuando Las Cazafantasmas– y voy a decir que es necesaria. El universo del comic, que es el medio actualmente recipendiario del verdadero contenido político, pedía a gritos a la buena de Kelly Sue. Y éste es su –al menos de momento– su gran trabajo.
Así que, sea usted de leer tebeos o no, no puedo por más que animarle a la cata de esta “novela gráfica” y, si lo tienen a bien, sumarse a la gran caravana del Badass Feminist –que además servidor cree que es el más divertido–. ¡Que se conforme Rita!