'Ant-Man y la Avispa', crítica: la auténtica esencia de Marvel viene en frascos pequeños
Puede que las pequeñas historias superheroicas no gocen el beneplácito del público. Las que ahondan en las miserias cotidianas del tío que se disfraza y sus némesis -como ‘Iron Man 3’-, las que convierten el «opera» de «space opera» en zarzuela -como ‘Thor: Ragnarok’– o las que se centran en el hecho incontestable de que un superhéroe adolescente tendrá, previsiblemente, preocupaciones más de adolescente que de superhéroe, como ‘Spiderman-Homecoming’. Las tres arriba mencionadas se cuentan entre las producciones Marvel más detestadas por los fans que entienden la ficción superheroica como historias más grandes que la vida.
Marvel lo sabe, y por eso no se queda corta de delirio intergaláctico cuando llega el momento de los Grandes Eventos. Las películas de Vengadores (y casi todas las de sus miembros principales) y las de Guardianes de la Galaxia prepararon el camino, no solo argumental, sino también en cuanto al tono y la escala, para ‘Infinity War’, que pone en juego el destino del cosmos (bueno, de medio, que tampoco es moco de pavo).
Sin embargo, y sin restarle ni un ápice de importancia a la gran épica que ha caracterizado al Universo Marvel desde que supo canalizar con fortuna desde los setenta las corrientes estéticas de ciencia-ficción más aparatosa, no hay que olvidar que si algo diferenció a Marvel de su directa competidora DC casi desde sus inicios era cómo Stan Lee, Jack Kirby, Steve Dikto y compañía insuflaban vida a sus héroes a través de la cotidianeidad. Una costumbre que no hizo sino prolongarse según pasaban las décadas.
Spider-Man y los muy mundanos trajines en el instituto de Peter Parker son el caso vector de esa tendencia, pero no hay que olvidar la clara metáfora sobre la discriminación de los X-Men. O cómo los Vengadores eran humanizados con historias personales que a veces rozaban lo culebronero (y los Ant-Man y Avispa originales protagonizaron una de las historias personales más turbulentas, con abusos incluidos, en los ochenta).
Así que sí, las historias minúsculas, a pequeñísima escala (y con los poderes de Ant-Man, la cosa se pone ciertamente reducida), donde los villanos son mindundis (o tienen, como Ghost aquí, un conflicto absolutamente íntimo y personal), y donde no se pone en juego el futuro de una galaxia, de un mundo o un país -ni siquiera de un barrio-, también son sello de identidad de Marvel. Y si están tan bien urdidas y el resultado es tan emocionante y simpático como esta ‘Ant-Man y la Avispa’, pues estamos también ante la mejor Marvel.
‘Ant-Man y la Avispa’: Viaje alucinante
Esta nueva película de Peyton Reed al mando de la pareja de superhéroes miniaturizables hace algo tan aparentemente sencillo como es tomar buena nota de lo que mejor funcionaba en la primera parte y no toquetearlo demasiado. Y añadir, con mimo, elementos que potencian la base firme de aventuras para todos los públicos, comedia franca y sin dobleces que caracteriza esta encarnación del héroe, sumándole multitud de set-pieces basadas en los cambios de tamaño.
El resultado tiene algo de alquímico, porque la comedia derivada de las interacciones entre Paul Rudd y el resto de los personajes es deliciosa (tensión sentimental con Evangeline Lilly, relación de rivalidad maestro-alumno -sin dramas- con Michael Douglas) y se basa en su personalidad de adorable perdedor, pero con alma de héroe y un espíritu abiertamente aventurero. Alrededor de todo ello, el humor es francamente divertido: de las idas y venidas con los vehículos y los edificios miniaturizables a running gags deliciosos como el del suero de la verdad o el curso de ilusionismo, que por supuesto es algo que solo emociona a los patéticos hombres adultos.
Y aunque el humor es la base de la película (su único punto en contra: jamás dejaremos de conjeturar cómo habría sido el abortado proyecto de Edgar Wright con el personaje), la acción es extraordinaria también gracias al muy preciso empleo de los efectos especiales, que lo mismo propicia un guiño al universo kaiju que genera secuencias como la del combate en la cocina, que bebe con modestia y pericia del cine moderno oriental de artes marciales, con su empleo de escenario y atrezzo. Y la soberbia persecución automovilística, luminosa y trepidante, burbujeante de ideas, ya pasa a engrosar las mejores secuencias de acción Marvel.
Entre los hallazgos visuales de la película también destaca la creación del asfixiante y microscópico Reino Cuántico (si crees que el guion abusa del término «cuántico», Rudd tiene un chiste para ti), que en sus momentos más lisérgicos brinda homenaje a la Marvel líquida de los sesenta casi con más precisión y riesgo de lo que logró hacerlo la algo más agarrotada ‘Doctor Extraño’. Una gozada sensorial a la que convendría sacarle más partido en un futuro.
Sin duda, lo mejor de ‘Ant-Man y la Avispa’, aparte de sus valores como película de aventuras sin complicaciones, revisable una y otra vez -y con unos de los mejores títulos de crédito de una película de superhéroes reciente-, es su actitud. La manera en la que pasa de puntillas sobre «aquello que pasó en Alemania» con el Capitán América en ‘Civil War’: el jovial desdén al resto del Universo Marvel -pero a la vez su consciencia de que está ahí, integradísimo- es casi una declaración de intenciones: no hacen falta sesenta guiños por plano, no hacen falta cameos incesantes ni carretadas de fan-service. A veces, para hacer una buena película de superhéroes solo hace falta humor, aventura e increíbles personas menguantes.
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‘Ant-Man y la Avispa’, crítica: la auténtica esencia de Marvel viene en frascos pequeños
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John Tones
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