Anders Petersen: ‘Café Lehmitz’ – Crónica
Pasen a conocer a Scar, Lilly, Rose, Uschi, Ramona… bienvenidos a Café Lehmitz, donde los desheredados de la sociedad, las prostitutas, los proxenetas y los delincuentes de baja alcurnia, se reúnen en su parroquia particular para celebrar sus pequeñas alegrías y tristezas. Allí nadie está libre de pecado, pero su penitencia queda fuera, donde cada uno lucha para sobrevivir con las armas que les ha dado la sociedad. Dentro está su pequeño paraíso, donde todo está permitido, y en la frágil comunidad que han creado, comparten, bajo un influjo etílico permanente, las pasiones más locamente enraízas en la naturaleza primigenia del ser humano.
Allí hay pocos matices, y se puede pasar de la risa al llanto en menos de lo que uno se toma un chupito de Jägermeister. Saben que su vida no vale mucho fuera de esas viejas paredes y que tal vez aquella noche sea la última vez que crucen la puerta. Pero la lágrima sincera que derrame su compañero de juerga por el camarada que desaparezca, pronto será enjuagada por una nueva broma o una nueva historia contada al calor del alcohol. Porque allí nadie está para perder un tiempo que de una u otra manera saben que será breve. No esperan vivir mucho, ni se lo plantean.
A este lugar del barrio de Saint Pauli de Hamburgo llegó el fotógrafo sueco Anders Petersen (1944) en 1967, que en ese momento acababa de terminar sus estudios, y estaba deseoso por encontrar un tema que pudiera servirle para poner en práctica todo lo aprendido. Atraído, como tantos otros fotógrafos, por el lado más opuesto a su vida habitual, con ese pasaporte que es la cámara fotográfica para adentrarte en terrenos vetados e inaccesibles, Petersen aportó el suficiente grado de empatía y honestidad para ser admitido dentro del Café Lehmitz. Consiguió aquello que muchas veces supone un punto y final en la idea de un fotógrafo, y para lo que sin duda hay que tener un don especial. Una manera de acceder a la gente que explica de esta manera:
“Escojo un lugar, a alguien, me presento, establezco una conversación, hablo de ellos y hablo de mí, les pido permiso para fotografiarlos, pero luego no lo hago. Sólo seguimos hablando y hablando, y después de unas horas quizás les haga fotos“.
Y durante tres años acudió regularmente a este pequeño “antro” para documentar la vida de sus particulares personajes. Hasta que en 1970 finalizó su trabajo con una exposición fotográfica en el mismo Café Lehmitz. Y en 1978 apareció la primera edición del libro que supuso la divulgación del extraordinario material recogido por Petersen, convirtiéndolo en uno los más interesantes y renovadores fotógrafos contemporáneos. Formando parte de una generación que amplió los horizontes y los límites temáticos, donde lo documental y autodocumental se mezclaban como parte de la vida y del proyecto del fotógrafo. Cabría citar, junto a Anders Petersen, a autores como Nan Goldin o Larry Clark.
Este año, el Festival PHotoEspaña, bajo el manto de Alberto García Alix y su ‘Carta Blanca’, donde el fotógrafo español ha tenido libertad para escoger a seis autores, Café Lehmitz –hasta el 17 de septiembre en CentroCentro Palacio de Cibeles– se presenta como uno de los platos fuertes de la presente edición. Con el comisariado de Nicolás Combarro, la exposición recoge una amplia muestra del trabajo del artista sueco. Nada más comenzar la visita nos encontramos la primera parte de la exhibición, quizás la más interesante y ambientalmente redonda.
Sobre las paredes, podemos ver hojas de contacto de Petersen con anotaciones, lo que siempre es un regalo para la vista, ya que te permite visualizar la manera de trabajar del fotógrafo, el antes y el después de las fotografías seleccionadas, y una mayor profundización en la mente del artista. Una proyección de diapositivas, un documental sobre el trabajo de Petersen en Café Lehmitz, y una mesa donde poder contemplar la materialización del proyecto en el libro, forman una perfecta combinación para introducirnos en el microcosmos que dio lugar al proyecto del creador sueco. Una luz baja ayuda a crear una atmósfera íntima y propia de esos lugares habitualmente señalados en rojo, y donde las pasiones se encuentran a flor de piel.
En la segunda parte de la exposición, las fotografías se muestran con una austeridad absoluta. Sin ninguna referencia ni texto que las acompañe, las obras se presentan al aire, sin marco ni cristal y en pequeño formato. Posiblemente ideado así como un guiño a la exposición que realizó Petersen en el propio “Café Lehmitz”, nos enfrentamos a las imágenes, eso sí, con la carga de información previa de la entrada. Las fotografías están agrupadas por personajes, y es el momento de contemplar de manera reposada el juego de Petersen con la cámara y los protagonistas de las imágenes. Miran a cámara, posan delante de él, con la complicidad que se ha ido ganado poco a poco el fotógrafo sueco, y el respeto que muestra ante ellos.
Su estilo de fotografiar es visceral y cercano, poco ortodoxo, acentuando el carácter extremo de las sensaciones que transmiten las imágenes, aunque siempre con ese atisbo de empatía. Hay un alto grado de humanidad en esta gran obra. Todos sabemos que muchos de los que aparecen delante del objetivo de Petersen no eran precisamente almas cándidas y bondadosas, pero nadie les juzga, nadie puede extraer lo malo de ellos al contemplar las instantáneas.
Observamos sensaciones puras, de las que todos hemos sentido en algún momento, como la risa, el llanto, la emoción, la melancolía, la nostalgia, la locura… allí eran y se sentían libres y este Café Lehmitz es un pequeño mundo desaparecido que todavía hoy contemplamos a través de las fotografías. Lo que muchos escritores nos han transmitido utilizando sus novelas, Petersen lo ha logrado con sus fotografías, siendo capaz de atrapar la atmósfera y la esencia de un lugar, en esta obra coral donde el protagonista es el conjunto y sus partes se acoplan hasta formar un todo poético y hondo. La visceralidad de su blanco y negro aumentan aún más si cabe esa corporeidad de una obra que marcó un antes y un después en la fotografía contemporánea y aun hoy, más de 40 años después, no ha perdido un ápice de fuerza y modernidad, y sobrevive como ejemplo de proyecto honesto y sincero. En este sentido, muchos fotógrafos deberían aprender de él:
“Nunca he tomado una foto y he desaparecido. Siempre pido las direcciones, les envío las fotos, las veo con ellos y las discutimos. Tienes que ser cercano, y estar cerca, y quedarte ahí, mostrar quién eres.”
Nos quedamos con la duda, al terminar la visita de la exposición, de si esa austeridad que preside la segunda parte de la muestra peca de ser excesiva, y este maravilloso conjunto de imágenes podría haber planteado otro tipo de juego en su presentación. Podemos entender el motivo en relación a esto último, pero la que posiblemente sea la exposición estrella de esta edición de PHotoEspaña hubiera merecido un espacio más acorde con su importancia dentro del programa, donde ni el acceso dentro del edificio CentroCentro de Palacio de Cibeles ni el batiburrillo del espíritu que preside el recinto, ayudan a darle la relevancia que merece.
Desde aquel primer trabajo que significó Café Lehmitz, el autor escandinavo ha seguido siempre interesado por los desfavorecidos y los apartados de una u otra manera de la sociedad. Así, una prisión, una institución mental y un asilo de ancianos han sido tres de los protagonistas de sus siguientes trabajos. Siempre con su blanco y negro, su película Tri-X, y el mismo revelador y papel. De igual manera, ha sido uno de esos autores que han utilizado su cámara a modo de diario fotográfico, dejando constancia de ello en miles de fotografías, que han sido recogidas en libros y exposiciones. Unido de forma permanente a esa forma de trabajar que bien resumen estas palabras del propio Anders Petersen:
“La mía no es una ‘fotografía cerebral’. Guardo mi cerebro bajo la almohada cuando estoy fotografiando. Disparo con mi corazón y con mi estómago. Y eso es muy importante para mí, que mis fotografías sean intuitivas. Va de aquí y no de aquí –se señala el estómago y luego la cabeza–”.
Disfrutemos de ese estómago tan fotográficamente placentero y conmovedor.