Vida y muerte de un arquitecto
Esta edición del Atlántida Film Fest, que ya les venimos narrando de cerca desde el año pasado, acoge en su seno y abre gala con la película Vida y muerte de un arquitecto (Vida i mort d’un arquitecte. Miguel Eek, 2017), dentro de la sección “Memoria Histórica”. Un documental sobre uno de los crímenes sin resolver más extraños de la Mallorca de finales de los 60, donde se mezcla misterio, corrupción urbanística, discriminación sexual, abuso de autoridad y un sinfín de material noire para una historia tan real como cercana en el tiempo.
El filme fue presentado el martes de la semana pasada, durante la apertura de la edición, en un estreno mundial en el majestuoso Castell de Bellver. Y se sabe que el filme ha sido adquirido para su emisión en el programa El documental de Canal 33, en la televisión catalana. A parte de estas oportunidades –que todos sabemos que, para este tipo de proyectos, y en nuestro país, son más bien escasas–, puede usted encontrarla, como bien les digo en la sección correspondiente al festival, en el sacrosanto Filmin. La verdad es que la pieza lo merece, porque Miguel Eek -a la sazón director y perpetrador generalizado de la cinta- ha sabido ver que, desde luego, la historia de Josep Ferragut y su desaparición en extrañas circunstancias sí valía la pena como material dramático de primerísimo orden.
Un material dramático que se ha exprimido hasta el tuétano en la escasa hora que dura el documental, desde que se presenta el ambiente criminal en la quietud de la noche, tan sólo rota por los faros de un coche de cuya radio emana Camino Verde de Juanito Segarra, en una suerte de filme de Artur Penn cañí, de puro cine negro español hasta lo polvoriento. Por otro lado, un documental plagado de pequeñas ficciones –lo que todos conocemos por “reconstrucciones”–, donde Miquel de Marchi interpreta a José Ferragut, el arquitecto del franquismo al que encontraron asesinado en febrero de 1968, tirado en el monte con la cabeza destrozada a pedradas, en medio de la nada. Las extrañas circunstancias de su cadáver, la aparición de dos cabezas de turco cuya inocencia fue demostrada con los años, y la homofobia propia de la época/país, propiciaron que la prensa más sensacionalista del momento convirtiera el incidente en uno de los asesinatos más sórdidos y amortizados de la España franquista.
José Ferragut era lo que se conocía durante El Régimen como “un buen español”. Burgués, excombatiente del bando nacional, hijo de marino de guerra, católico seglar de misa diaria, y miembro de las Juventudes de Acción Católica. Además, era un gran profesional y un sobresaliente artista en su campo, tenían de él un muy buen concepto vecinal, hacía gala de muy buenas formas –y mala hostia– e iba siempre bien vestido y arregla’o. Para colmo de bondades era un humanista justo y equitativo, un esteta sensible, y un empresario de generosidad de tintes extrañamente socialistas. ¿Su único defecto, vicio, tara, casi crimen en aquella España gris? Ser homosexual.
¿Quién sabe qué podría a haber llevado a cabo este “grande de España” –vaya ahora con la sorna de las dos acepciones– de no haber sido asesinado? Un hombre que repartía beneficios de empresa con aquellos empleados a quienes él se refería como “colaboradores”, que remodeló la parte más gastada y hambrienta de Palma de Mallorca y introdujo el concepto de Iglesia moderna, práctica y lironda, en España. Que luchó contra lo que él llamaba “desaguisado urbanístico” hasta filmando películas como cineasta amateur.
El caso es que su vida de vio truncada, escandalizando a toda la ciudad, cuando Antoni, el pastor que encontró su cadáver, oyó resumir al agente de la Guardia Civil que avisó a tal efecto: “Esto es por una mariconería”. Con esa taxativa repudia, el agente sentenciaba lo que más tarde se haría oficial con la aparición y confesión -con, a lo mejor algo de mano policial suelta- de dos quinquis de la época, habituales de ámbitos de clandestinidad homosexual a los que Ferragut acudía de vez en cuando, puestos en libertad hacía cuatro días. El tipo duro Francisco Quintana Belli y el pusilánime José Venegas Martínez fueron acusados y, casi inmediatamente, puestos en libertad, ante la decisión de la familia de acallar el tema por el “qué dirán” en cuanto la cuestión sexual fue apareciendo en las pesquisas judiciales.
“Después de hacer un documental sobre Gaspar Bennasar un amigo me recomendó que buscase información sobre José Ferragut, aunque apenas había dos artículos”
Miguel Eek, entrevista en El Mundo
Y ya se pueden imaginar, al menos, dos cosas: la primera es que esto no acaba aquí, porque, sí, por supuesto que van a seguir apareciendo giros inesperados y personajes de lo más Coen pero a la mediterránea. Y la segunda es que, efectivamente, no les voy a contar más, porque si no ya es estropear.
Lo cierto que, no sólo por el increíble potencial de la historia real, sino por el elocuente y finísimo trabajo de narrativa visual, fundiendo ficciones con materiales de archivo en una estructura de thriller liviana y rapidísima, donde hay cabida para el relato policiaco, pero también un discurso reflexivo sobre la discriminación sexual, sobre la urbanidad y urbanismo –que no es lo mismo–, sobre el arte y la sensibilidad, sobre el amor y la justicia y sobre la mismísima política.
De verdad, aprovechen a pillar Vida y muerte de un arquitecto (Vida i mort d’un arquitecte. Miguel Eek, 2017) que merece. Estará en Filmin hasta finales del mes presente, o en otoño ya… en la tele.