Ira
Hoy se estrena, después de darse su riguroso paseíto por el festivaleo nacional, Ira (Wrath (Ira). Jota Aronak, 2016), el primer título de la filmografía de Jora Aronak, que se ha hecho con el Premio a la Mejor Dirección Novel en el Festival de Toulousse (y una buena almadraba de premios pescados alrededor de toda la Península, desde el guión a premios de interpretación), gracias a esta producción independiente contada entre varios planos de “realidad” y a modo de falso documental, para abordar temas tan inmortales como la justicia, la venganza o la pena capital.
Jota Aronak ha hecho destacar la mayor parte de su trabajo como realizador en el ámbito de la publicidad (con anuncios para empresas como Nike, Movistar, Amnistía Internacional, Fox, Mercedes Benz…) y el videoclip musical, desde Abraham Mateo a Supersubmarina, pasando por gambiteos electrolatinos (Don Omar, Juan Magán o Duo Kie), rock del duro (Barricada o Marea), y rap (El Chojin, India Martínez…). Su lenguaje agresivo y comprometido, también gastado en sus seis cortometrajes (premiados, la mayoría de ellos, internacionalmente), ha llegado a identificarle. Junto a publicidad y videoclips Aronak ha dirigido 6 cortometrajes premiados internacionalmente. Su dilatada experiencia le ha servido para preparar su primer largometraje de ficción, que, al mismo tiempo, no sabría uno si calificarlo de tal, así taxativamente, sin “peros” ni “señales”. Una obra compleja y llena de planos de lectura, un juego audiovisual finísimo conseguido con un ajustado presupuesto y un actores brillantes y prácticamente desconocidos.
Ira es un falso documental. Pero no es tan sencillo. Es una suerte de reconstrucción audiovisual de un crimen que aconteció en la realidad, aunque en realidad no aconteció jamás. No se si me entienden. Es un imbricado juego de cine dentro de cine, un documental acerca de una ficción elaborada, absoluto thriller negro, cuyo planteamiento es el de un reportaje cinematográfico real ante los ojos del espectador.
Desde el inicio se advierte al respetable de que las imágenes que van a ver son una reconstrucción, de otras encontradas sobre la investigación “real”. La crudeza de dichas imágenes es tal, que se ha preferido reconstruir la realidad con intérpretes y del material “auténtico” (adviertan siempre el entrecomillado) sólo se percibirán pequeños fragmentos. Y por supuesto, obvia decir, que el juego de formatos de vídeo y el juego de material “de archivo” está exprimido a la perfección.
Esta reconstrucción que supone el entero del filme (salvo algún que otro inserto más que bien traído) se presenta y despliega ante nosotros como un documental en toda regla, conducido por Iker Vélez (Urko Olazábal), a la sazón protagonista del filme. Un reportaje ensayístico sobre las diferentes maneras de entender la justicia y aplicar el castigo alrededor del mundo. Durante la grabación de éste, su primer documental, Iker conoce a César Mayo (Nacho Marraco), uno de los más interesantes casos de entre sus entrevistados.
César Mayo es el padre de un joven asesinado violentamente, que presenció como el culpable de tal atrocidad fue absuelto y desde entonces vive obsesionado. Pero el interés de esta figura irá más allá del material bruto, ya César Mayo le hace una arriesgada propuesta al periodista que cambiará el rumbo de su documental: grabar, con todo lujo de detalles, cómo mata al asesino de su hijo, desde el proceso de planificación del crimen hasta el juicio. Iker acepta después de un intenso debate. Registrará el proceso pero jamás cooperará en el crimen en modo alguno.
De esta manera, en esta suerte de foundfootage mejor justificado que de costumbre –mediante la sencilla idea del concepto, nada perdido, de “reconstrucción”–, el filme desarrollará dos tramas a un tiempo. Por un lado, Iker investigará el caso del joven asesinado y las extrañas circunstancias que lo rodearon; mientras que César, un hombre corriente –y hábilmente, el contrapunto cómico de ambos–, aprende ante la cámara como matar bien mata’o y como reducir su futura condena. De esta manera podrá demostrar lo fallido del sistema, cómo justicia es manipulable, y otorgarle a Iker el mejor contenido para su obra. A medida que pasa el tiempo César diseña y elabora un plan para ejecutar a Fabián Arias (Roberto Mori), el supuesto asesino de su hijo juzgado en aquella ocasión. Estudiando las leyes y el código penal basará el crimen en su propia defensa.
De esta manera, a lo largo de su desarrollo, Ira cuestiona temas controvertidos, sin posicionarse nunca, pero invitando a llevar a cabo reflexiones de esas que incomodan. Y la mixtura de personajes y casos reales con los personajes ficticios creados para la ocasión, amén del lenguaje que funde la inmediatez y verosimilitud del documental con el suspense y ritmo del thriller de misterio de toda la vida, acercan al espectador a la diégesis de un modo rotundo.
“Mi personaje lo deja todo bien planificado. Estudia lo necesario de leyes y se asesora bien para dejarlo todo perfecto… para pillar la menor cárcel posible”
Nacho Marraco (César en Ira)
La mezcla constante e intermitente de realidad y ficción deja al espectador en un barbecho, que bazuquea su sentido de la credibilidad, hipnotizando y haciéndole “trabajar”. A este respecto de planos de realidad y lenguaje documental, se ha de destacar de manera sobresaliente el trabajo actoral. Nacho Marraco y Urko Olazabal, escogidos en sus perfiles con una perfección en el casting como pocas veces se ve, sostienen un trama desarrollada casi en su totalidad en una vivienda, en la más absoluta intimidad y estrechez, con la naturalidad que precisan los filmes sostenidos con este tipo de lenguaje. Marraco aterra, despliega su rudeza de rasgos y timbre de vez, contrastando con esa mirada bondadosa, de adánica humanidad (dones que le han servido para hacerse con el premio al Mejor Actor en el Festival Internacional de cine del valle del Guadalquivir y en el Festival Internacional de cine de Calzada de Calatrava). Mientras que Urko Olazabal, diletante en esto del largometraje de ficción, sorprende con esos trabajos que hacen dudar de su propia profesión. Que ya saben que los actores, en esto del cine, son como los efectos especiales: que son perfectos cuando su trabajo no se nota. Y sorprende también Roberto Mori, cuyo personaje quizá parta como el más difícil de afrontar, lleva a cabo hazañas en dramatis artis que todo estudiante del rollo debiera observar con detenimiento. Eso es naturalidad (en varios planos de ficción diferentes, además, porque es un personaje de alto estatus, que aparenta y “posa” dentro de su universo) y lo demás es cuento.
Y si a estos esfuerzos se prestan los talentos de los intérpretes, no se quedan atrás departamentos como el de fotografía (obra de Rafael Reparaz), que ya pueden imaginar la cantidad de soportes que abraza y la necesidad de un trabajo fino, nada ostentoso, y que aún así resulta atractivo, atrayente y lo suficientemente agobiante como para reforzar la premisa dramática de la cinta. O el de música (firmada por Antonio González Torija), inquietante y sutil.
Ira se presenta en esta nuera era, en un momento en el que empezamos a pensar en nuestro sistema por primera vez en siglos. ¿Qué mejor que cuestionarlo un poco? Con el experimento resultante del trabajo de Jota Aronak, el espectador podrá cuestionar (e indignarse, si lo prefiere) el sistema judicial, moralista, ético incluso, que el ser humano a levantado en sus distintas “civilizaciones”. Podrá absorber información con la prestancia de un reportaje, y vibrar como en la mejor de las ficciones.