Paul Newman | 'Camino a la perdición' de Sam Mendes
Llegamos hoy al final del especial sobre Paul Newman con ‘Camino a la perdición’ (‘Road to Perdition’, Sam Mendes’, 2002), la última aparición cinematográfica del mítico actor —más tarde aparecería en el telefilm ‘Our Town’ (James Naughton, 2003), la mini serie ‘Empire Falls’ (Fred Schepisi, 2003), y prestaría su voz a uno de los personajes en ‘Cars’ (íd., John Lasseter, Joe Ranft, 2006)—, y por la cual recibió una muy merecida nominación al Oscar como mejor actor de reparto.
Mendes estaba viviendo del prestigio de su obra maestra: ‘American Beauty’ (íd., 1999), ganadora de cinco premios de la Academia de Hollywood, incluyendo mejor película y mejor director. Del terrorífico libreto de Alan Ball pasó a uno muy diferente de David Self, que realizaba algunos cambios al material original de Max Allan Collins y Richard Piers Rayner, una novela gráfica que enseguida captó el interés de todos. Mendes volvió a lucirse como sólo haría una tercera vez.
‘Camino a la perdición’ —bochornoso título español que tergiversa la ambivalencia del título original— narra la historia de una familia de mafiosos a principios de los años treinta, cuando Al Capone dominaba ese mundo. Tom Hanks da vida a Mike Sullivan, padre de Michael Sullivan, Jr., el narrador del film, cuya voz oímos al inicio y al final, tras todo un periplo que funcionará como catarsis emocional de envergadura, vertiendo cierta mirada sobre el enigmático personaje central.
La identidad a través del tono fotográfico
He ahí uno de los aciertos de la historia de ‘Camino a la perdición’. Ese singular Mike Sullivan que tan bien viste Hanks con una composición diferente, en registros, a lo que estábamos acostumbrados a verle, incluidos papeles “serios”. El asesino a sueldo Sullivan —profesión que descubrimos tiene al mismo tiempo que su hijo, cuando le sigue a una de sus misiones, oculto en su coche— será alguien a quien nunca lleguemos a conocer realmente, sólo a percibir.
Una percepción que pasa por los ojos de Sullivan hijo —personaje a cargo de un algo frío Tyler Hoechlin— y que va construyéndose a lo largo de un relato que da comienzo con tonos muy fríos, y en lugares donde nieva, para ir adentrándose más en tonos cálidos, en lugares primaverales. Colosal el trabajo de fotografía de Conrad L. Hall, que recibió un Oscar póstumo por su trabajo. Hay dos secuencias donde el fotógrafo deja constancia de lo grande que era.
Una es la entrada en el club. La cámara sigue a Hanks y su acompañante por diversas estancias, en las que la iluminación va cambiando. Un plano secuencia, en realidad más largo de lo que vemos en el film, que en cierto modo adelanta lo que vendrá cuando padre e hijo tengan que huir y enfrentarse a diversos peligros. Otro es el inolvidable tiroteo con el que Sullivan arregla sus problemas. Realmente parece metido a calzador, pero su ejecución es soberbia, conteniendo una de las mejores frases del film en boca de Paul Newman.
PAUL NEWMAN
“Me alegro de que seas tú” es la lapidaria última frase que pronuncia John Rooney, un Paul Newman secundario pero con el personaje de mayor peso en el film, incluso por encima del penoso hijo al que da vida un muy convincente Daniel Craig. En una película donde la frialdad está constantemente en cada plano —la relación de Sullivan con su propia familia, los socios de Capone, el personaje de Jude Law, etc— es Newman quien ofrece algo de humanidad al relato.
La impresionante dualidad del actor, capaz de bailar constantemente en ese lugar que diferencia al personaje del actor, Newman ofrece otro de sus recitales. Un mafioso que ama a su verdadero hijo, y también le desprecia por lo profundamente tonto que es; ama a Sullivan como si fuera su propio hijo —llega con la secuencia del piano para definir la relación, ante la mirada envidiosa de Craig— pero no puede permitirle que se salga con la suya, debido al error de su verdadera sangre. La ironía.
Dicha ambivalencia le hace parecer también la persona más amable del mundo, protector de la familia y los suyos para, con el mismo rostro amable, resultar totalmente amenazador —el instante de la moneda con Sullivan hijo—. Me hace pensar en una posibilidad que pocas veces, sólo aquí, hemos contemplado: que Paul Newman podría haber interpretado a gloriosos villanos, de esos que se quedan grabados en la retina y que definen que el mundo no es únicamente blanco y negro, sino que está lleno de una amplia gama de grises, en la que los términos “bueno” y “malo” se mezclan.
Gángsters. Padres. Hijos. Honor. Todo eso, y más, es ‘Camino a la perdición’, quizá demasiado perfecta, demasiado calculada, pero con gran cine en su interior, y con la que concluyo el emocionante viaje que ha sido repasar la filmografía de uno de los más grandes.