‘2047’ – ¿Ha llegado ya el futuro?
Nuestra idea del futuro está marcada por el cine y la literatura. Desde las primeras referencias de obras pioneras como Nosotros (Evgueni Zamiátin, 1924) en la literatura o Aelita (Yákov Protazanov, 1924) en el cine, el imaginario del mundo que habitaremos dentro de unos años ha ido cambiando y evolucionando a la vez que lo ha hecho el presente.
Lejos de la isla Utopía de Tomás Moro, la idea de una comunidad que vive en perfecta armonía es la contraposición de la distopía del futuro que se nos presenta en la ciencia ficción, en la que de alguna manera se ven reflejadas las preocupaciones que tenemos a nivel global.
El germen de este proyecto fue la exploración de realidades cercanas que podrían ser extrapoladas a escenas del futuro y que poco a poco derivó en la identificación de las preocupaciones de las culturas globalizadas con un ideario común. El origen fue analógico, y las primeras imágenes se tomaron con una cámara estenopeica de grandes dimensiones.
La estética particular que aporta la técnica quedaba en este caso más cercana a las películas de ciencia ficción soviéticas. No solo por el blanco y negro, sino por esa pátina de las copias finales que las hacen parecer casi más recuerdos que fotografías. La fotografía estenopeica es una técnica antigua que irremediablemente nos remite a tiempos pasados, a los albores de la fotografía. Esto fue lo que de alguna manera propició la reflexión sobre la técnica utilizada; me resultaba contradictorio hablar del futuro haciendo uso de una técnica que me trasladaba al pasado.
Por ello la evolución del proyecto pasó por la introducción de una nueva herramienta, la cámara instantánea. En concreto, la Instax Square SQ 20 un modelo híbrido entre analógico y digital, que asumí como un nexo entre el pasado y el futuro. Precisamente por este motivo no me resultaba tan ajena, ni el cambio en la técnica tan abrupto. Si hay algo que echo de menos en ocasiones cuando trabajo con mi cámara estenopeica es el color, que empecé a introducir mediante acuarelas de forma manual en las copias finales. El uso de esta cámara me ayudó a introducir el color como un factor narrativo más.
Otra de sus grandes ventajas, propias de su naturaleza híbrida analógico/digital, es que pude contar en todo momento con una previsualización en pantalla de lo que sería la imagen final antes de imprimirla, lo que supuso en la práctica un importante ahorro de material fungible –los cartuchos de 10 copias– en un proyecto de esta naturaleza, donde el azar es una herramienta más.
El futuro me lo imagino teñido de rojo, el rojo no es solo “Marte”, simboliza también tierras áridas e inhóspitas en las que no se encuentra presencia humana, como podemos ver en algunos de los clásicos de la ciencia ficción como Mad Max (George Miller, 1979) o Desafío total (Paul Verhoeven, 1990). Ciudades devastadas por desastres naturales o bélicos que forman parte de futuros apocalípticos en los que la polución y el humo colapsan las nubes tiñendo el cielo de amarillo.
El ajuste de los tonos para lograr un efecto bicolor lo obtuve a través de filtros externos a la cámara colocados delante de la óptica. En este contexto, la intensidad de la luz es una variable que utilizando una cámara de estas características dificulta la homogeneidad en todas las tomas. Sin embargo, no se ha buscado la perfección técnica de las imágenes sino que por imprecisas trasladaran a un futuro onírico.
Los polígonos industriales fueron los lugares en los que se hicieron las primeras fotos. En muchos casos se encuentran edificios de los años 60 y principios de los 70 que se construyeron como parte de un plan de industrialización del país. En aquel momento eran un símbolo de progreso y representaban el futuro que estaba por llegar. Estos edificios con el tiempo fueron sustituidos por otros más modernos cuya funcionalidad estaba más acorde con el desarrollo del momento y que ahora forman parte de un contexto de futuro-pasado hacia el que también nos encaminamos.
La desaparición de la civilización viene marcada por los espacios en los que la naturaleza toma el control quedando bajo el dominio de la vegetación dominante con cierto recuerdo romántico. Todo ello alude al miedo a quedarnos solos en un planeta despoblado en el que vamos en busca de compañeros supervivientes.
1984 y 2001 son ya pasado y también lo será 2047. El futuro ya no nos resulta tan ajeno como pudo ser hace 50 años y su idea no dista demasiado de nuestro presente. Hay situaciones cotidianas que ahora vemos con normalidad y que hace años nos hubieran parecido de ciencia ficción. Por ejemplo, viajar en los autobuses de Madrid y que una voz robótica nos diga la hora exacta devolviéndonos a la realidad y recordándonos la importancia de llegar puntuales a nuestro destino.
El cambio climático es un hecho cuyas consecuencias empiezan a tener repercusión en nuestro día a día. Lo vemos en situaciones como no poder acceder al centro de la ciudad en coche porque los niveles de contaminación han alcanzado índices tan altos que empiezan a afectar a nuestra propia salud, o las imágenes que nos llegan de ciudades en las que es casi necesario salir a la calle con mascarilla porque el aire es irrespirable.
Ya en el siglo XII, Malthus habló sobre la descompensación progresiva entre el crecimiento demográfico y la escasez de los recursos que podría tener terribles consecuencias a largo plazo. Por suerte, su pronóstico catastrofista no ha llegado aún a cumplirse.
Tras la posguerra se construyeron en España multitud de silos para almacenar cereal como posible solución a las hambrunas en épocas de escasez. Estas llamadas catedrales del campo por sus enormes dimensiones compartían una peculiar y moderna arquitectura con visos de representar la innovación y el cambio. Hoy casi todas abandonadas, siguen formando parte del paisaje rural.
La posible deshumanización aparece como uno de los mayores miedos con escenarios comunes en los que el ser humano es controlado por máquinas o híbridos como cyborgs. Regímenes totalitarios en los que la libertad se ve limitada llegando incluso a introducirse en la vida privada de cada uno de nosotros, coartando así la intimidad individual. Alusiones a ello las encontramos en lo que luego se han convertido en referentes del género de ciencia ficción como Farenheit 451 (Ray Bradbury, 1953), Un mundo feliz (Aldous Huxley, 1932), que llevan a cuestionar al lector su propia felicidad o, por supuesto, 1984 (George Orwell, 1947) sobre un futuro que ya es pasado.
Ninguna de las preocupaciones que podemos tener y que aparecen repetidamente en el ideario futurista son ajenas a nuestro pasado. A lo largo de la historia han tenido lugar acontecimientos que superan la ficción. Guerras, regímenes totalitarios, hambrunas, desastres naturales o plagas de enfermedades quedan en el recuerdo colectivo como traumas que se convierten en el miedo a que vuelvan a suceder, pero en ese caso a gran escala y con repercusiones mucho más devastadoras.
Resulta curioso pensar en la necesidad que tenemos de imaginarnos el futuro. Puede que el miedo a la incertidumbre de lo que está por llegar nos lleve a crear mundos de ficción para disipar ese vacío.
El proyecto “2047” ha sido cofinanciado por la delegación Instax de Fujifilm España; dicho acuerdo no conlleva ninguna exigencia relativa al contenido de este artículo, así como a las opiniones en él incluidas.