Cristóbal Hara – ‘Lances de aldea’, 1989
España, religión, color, dolor, pureza, llanto… los conceptos que de una u otra manera describen nuestro país desde los más profundo, se ven reflejados en la obra de Cristóbal Hara (Madrid, 1946). El fotógrafo madrileño ha sido el renovador de la fotografía documental española, y en cierta manera es el padre de la nueva y brillante generación documentalista que ha surgido en la última década.
Aunque sus orígenes fueran clásicos, utilizando el blanco y negro e inspirándose en la obra de Henri Cartier-Bresson y Robert Frank, la obra por la que es conocido es netamente en color y rupturista. Y es que Hara se apartó de la tradición en España, que tiene en Rafael Sanz Lobato y su continuadora Cristina García Rodero a sus máximos exponentes, para iniciar un nuevo camino.
Los territorios pisados pueden ser similares, aunque el enfoque es completamente distinto. Hara se siente atraído por lo rural y lo vernáculo, pero se mueve en el simbolismo, en la verdad oculta y en la incomodidad del ojo ajeno dentro de un mundo de cientos de aristas. Insinúa, más que describe, y narra con retazos complejos, reflejo del que ha vivido en lugares tan cosmopolitas como Londres, e intenta comprender algo tan hondo que va más allá de la mera superficie.
Cristóbal Hara pasó parte de su infancia y juventud fuera de España, alejado de la gris estampa que se vivía dentro de nuestras fronteras. Y cuando regresó, se encontró con un paraíso de posibilidades fotográficas, dentro de un país que iniciaba su modernización, pero todavía tenía una fuerte raíz de tradición rural. A sus imágenes les faltaba el color, que llegó a mediados de los 80, después de su frustración con el blanco y negro.
Para Hara la fotografía es un descubrir continuo. Es una superposición de planos desde donde surge la creación. Busca el caos, pero un caos ordenado, con sentido y con intención. No pretende repetir lo ya inmortalizado miles de veces, trata de renovar el lenguaje fotográfico, de probar nuevas formas de fotografiar la realidad. Una realidad que no es nueva en cuanto a temas, sino que pretende serlo con relación a la forma, y cómo se conecta con su contenido.
Lances de aldea es una de las muchas fotografías que realizó sobre la tauromaquia ‘menor’, la que se mueve en los pueblos, y donde los buscadores de gloria buscan la fortuna entre sangre, tradición y fiesta. El color es intenso, como en muchas de las imágenes de Hara. Una intensidad fruto de un sol fuerte y abrasador, que es el que habitualmente golpea la península durante buena parte del año.
Y la composición no puede ser más acertada. Un brazo emerge desde la esquina inferior izquierda hacia el centro, tapando el cuerpo del que parece ser uno de los toreros de la tarde, que sostiene una oreja del toro. La posición del brazo se alinea con el lateral del cuerpo, hasta hacer coincidir el puño con la cabeza del torero. A la vez, desde ese brazo, surge el brazo que sostiene el sangriento trofeo.
Por lo tanto, vemos una fuerza dinámica que surge desde la periferia de la foto hacia el centro, dirigiendo la mirada del espectador de una manera enérgica y potente. Y en ese centro se produce el choque, la superposición de planos, el juego y la creación. La posición del fotógrafo, que se encuentra sobre el ruedo, mientras el torero es sostenido seguramente a hombros, provoca que la toma sea picada. Ese ángulo crea una limpieza en la imagen que realza la escena. El fondo es el cielo, con numerosas nubes, pero creando un escenario donde la estampa se recorta y se engrandece.
El contraste cromático entre rojos y azules, entre la carne humana y el negro del torero redoblan la intensidad de la imagen de Cristóbal Hara. Parece una obra propia del expresionismo pictórico. No hay nada que desvíe la atención del centro del encuadre. La periferia, sin restar protagonismo a lo esencial, cumple la importante misión de localizar geográficamente el momento. Una plaza de toros portátil, en un entorno rural de un pueblo ibérico.
Y como tantas veces ocurre en esta vieja España, la fiesta se mezcla con la sangre, la algarabía con el dolor, la risa con el llanto. El poder humano que aplasta en forma de puño al animal, con unos espectadores que asisten al espectáculo, entre bebida, cigarros y banda de música. Pero la cara del ‘héroe’ es tapada. La gente le mira, y nosotros no podemos verle. Vemos su trofeo, no sabemos si de héroe o de verdugo, y él sólo simboliza ese ritual que tan bien representa nuestra historia. La visión de Hara hace de filtro, donde su vida, su niñez fuera de España, y los mitos de España, se entremezclan y entrelazan hasta construir una personal visión de nuestro país.
Así son las grandes fotografías de Cristóbal Hara, abiertas y experimentales. Innovadoras y provocadoras estéticamente. El reconocimiento a su trabajo fue tardío, y aún todavía es un outsider dentro de los círculos fotográficos españoles. Incluso esa bien ganada fama llegó antes desde fuera de nuestras fronteras, cuando la prestigiosa editorial alemana Steidl decidió publicar su obra. A pesar de todo, en 2016 PHotoEspaña le reconoció con el Premio Bartolomé Ros, a la mejor trayectoria española. Y previamente ya había recibido por Vanitas el Premio al Mejor Fotolibro del festival.
Podemos terminar con una reflexión de Cristóbal Hara, que puede ser una lección para tantos y tantos fotógrafos en esa dura búsqueda de una visión propia. Palabras que nos dejó en una conversación con los fotógrafos Julián Barón y Fosi Vegue: “Cuando empecé a hacer fotografías sabía todo, conocía todo; y creo que esa era una de las razones por las que no podía avanzar… Analizaba las situaciones fotográficas en función de lo que ya sabía, no había frescura. No sabía cómo romper con un lenguaje que ya conocía de antemano“.