"El Apóstol habla de cómo los hombres llegan a corromper la fe para ajustarla a sus agendas políticas". Gareth Evans
En una semana saturada de estrenos de relumbrón para Netflix destaca el estreno de ‘El apóstol’, una mezcla de acción, suspense, terror y aventura en la que una secta instalada en una isla remota recibe la visita del hermano de una de las mujeres captadas, que llega haciéndose pasar por un nuevo fiel con un único propóito: recuperar a su hermana. Hablamos en Sitges con Gareth Evans, guionista, director y montador de la película, que asume un cambio de tercio después de las dos aclamadas entregas de ‘The Raid’.
¿Qué es lo que te gusta tanto de la violencia?
Yo siempre me guío por mi barómetro personal acerca de qué está bien mostrar en pantalla, y solo me puedo fiar de mi instinto. Si me preocupara por si la gente opina si lo que hago es demasiado bestia o no, me reprimiría y la cosa no funcionaría, así que lo primero es mi gusto personal. Pero tengo un criterio que siempre me funciona para saber qué es mostrable o no en pantalla: mi padre. Si no le ofendo, vamos bien. Para mi padre, la violencia en las películas está bien siempre que no llegue a la crueldad.
En muchas escenas de ‘El apóstol’ vemos violencia, por ejemplo, en una ejecución con una máquina enorme con un taladro, pero está muy estudiado cómo se va a mostrar, para que no solo se muestre dolor físico, sino dolor emocional. Primero enseño cómo funciona para que el espectador se haga la idea del dolor que puede causar, y luego, cuando empieza a funcionar corto a planos de reacción de los testigos, para que la imaginación del espectador haga el resto.
La visión que das de la religión es muy dura. ¿Es una crítica extrapolable a todas las religiones o hablas de un fanatismo concreto?
Mi visión de la religión en ‘El apóstol’ nunca me supuso un problema, nunca lo planteé como un ataque a la religión, sino más bien un ataque a cómo los hombres pueden llegar a corromper la fe de otros para ajustarla a su agenda política. La película es sobre todo un thriller de acción, terror y aventuras, pero subyace un subtexto sobre la corrupción y la tergiversación de la fe.
Y a tu padre le pareció bien…
Mi padre es ateo, así que no hubo problemas (risas). De todos modos, yo nunca tengo la intención de ofender a nadie, pero no me gustaría que gente cercana se sintiera atacada con las cosas que aparecen en mis películas.
¿Por qué el culto es a una diosa en vez de a un dios?
Me interesa que el terror refleje los miedos del momento en el que se vive. Cuándo escribí el guión, en 2016, había muchas noticias sobre el terrorismo, ISIS, las ejecuciones públicas… Los rituales que aparecen en la película están influidos por esa realidad horrible. Detecté en aquellos tiempos cierta masculinidad tóxica, que desde luego no se ha disipado hoy día. Como padre de una hija pequeña me da auténtico terror cómo será su futuro en un mundo como este en el que vivimos. La diosa representa una deidad atacada por la violencia de la masculinidad, de los hombres que encuentran un ecosistema perfecto que funciona y lo corrompen con una agenda política. En vez de abrazarla, la esclavizan y extraen su poder.
¿A qué se debe la ambientación de época?
Siempre me ha fascinado la época victoriana-eduardiana de Inglaterra: los trajes, las costumbres, y el hecho de que me permitía prescindir de la típica escena de Thomas en lo alto de una montaña buscando cobertura con el móvil. Que el protagonista estuviera perdido en la isla y desprovisto de tecnología daba una sensación de aislamiento total, de estar atrapado en un sitio, y hace que el espectador se pregunte cómo va a lograr escapar.
La época victoriana me sirvió además para retratar a un hombre que era religioso y que ha pedido su fe. Tanto yo como Dan Stevens, el protagonista, tuvimos muy claro que no sería el típico héroe, sino un ser vulnerable, frágil y roto. Esto estaba por encima de cualquier otra consideración, la elección de la época no es una declaración de intenciones políticas.
Como en otras películas anteriores tuyas, has escrito, dirigido y montado el film. ¿Por qué te gusta tener el control absoluto de tus películas?
Me gusta ser el responsable de mis errores, pero no el de los de los demás. Me encanta el proceso de montar y también el de escribir. Gustándome ambos extremos del proceso creativo, es natural que también me encuentre cómodo dirigiendo. No tengo problemas con dirigir guiones ajenos, algo que quiero hacer próximamente, pero por ejemplo el trabajo con el guión solo concluye completamente cuando se ensaya y modifica con los actores. Me pasó, por ejemplo, con los tres villanos, fue en las lecturas con los actores cuando se decidió que había problemas con lo que quería de cada uno de ellos.
Lo que quiero decir es que el proceso de rodar es algo muy colaborativo, y buena parte del peso de mi trabajo descansa en escoger gente en la que confiar para que hagan su parte. Me gusta rodearme de un equipo y no ser yo quién lo hace todo, de un director de fotografía, de unos músicos, de unos actores…todos ellos involucrados en el proceso final. Me he sentido muy afortunado por contar con un equipo tan implicado en la película.
La película destaca por su gran cantidad de influencias. Empieza como una película de aventuras, y luego introduce elementos de terror, acción y drama romántico. ¿Qué te interesa de la mezcla de géneros?
Me gusta todo el subgénero del folk-horror, así que se pueden mencionar como influencia todas las obvias: ‘El hombre de mimbre’, ‘El inquisidor’, ‘Los demonios’… todas han influido mucho en la atmósfera y la estética de la película. Y encima de todas ellas, las versiones modernas de ese género, las películas de Ben Whitley como ‘Kill List’ o ‘A Field in England’. Creo que tiene una forma muy específica de describir cómo viven y respiran las comunidades rurales, consiguiendo que te sientas incómodo desde el primer momento.
En cuanto a la mezcla de géneros, todo es cuestión de encontrar el tono y el momento adecuado para introducir el drama y el romanticismo. Por ejemplo, en ‘El inquisidor’ hay una escena que me aterrorizó de pequeño, en el que queman a unas mujeres por brujas. Pero aunque me impactó muchísimo, tuve la sensación de que esos personajes no me importaban. Así que lo que intenté hacer aquí era crear situaciones de tensión y de terror, pero con un drama detrás para que te importe lo que les pase a esos personajes.
‘El apóstol’ incluye secuencias de acción al estilo de las que realizaste en ‘The Raid’, aunque no tan extensas. ¿Qué te lleva a repetir el experimento?
La secuencia más difícil de rodar fue la de la máquina de tortura porque no hay una coreografía de acción tradicional, con puñetazos y bloqueos. Apenas hay conexión física entre los luchadores, todo se basa en el mecanismo de la máquina: uno intenta llegar a un martillo, pero se da cuenta de que eso mueve una cadena que arrastra un mecanismo. Antes de hacer nada, tuvimos que decidir cómo funcionaba la máquina, y a partir de ahí preparamos la coreografía.
Pero lo que me interesa es realizar escenas que sean interesantes a nivel visual. En Gales, donde rodamos la película, se desesperaban al ver que hacíamos muchísimas tomas, pero eso no era nada comparado con los rodajes en Indonesia de ‘The Raid’, donde no hacíamos menos de doce o quince tomas para cada secuencia. Cuando llevábamos siete tomas y decían «¿Pero cuántas veces más vamos a rodar esta toma?», yo pensaba «Esto en Indonesia habría sido como un regalo»
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«El Apóstol habla de cómo los hombres llegan a corromper la fe para ajustarla a sus agendas políticas». Gareth Evans
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John Tones
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