La mano política y la debacle reputacional de la televisión pública
Lunes, comienzo del prime time en España. TVE está emitiendo el que posiblemente sea el programa de su parrilla que lograría mejores datos de ‘hate-watching’ si alguien se decidiese a medir estos sentimientos, Hora Punta. Su presentador, Javier Cárdenas, está entrevistando a Miriam Paredes, cantante y deportista, y suelta la declaración que, aunque no se haya visto el programa, es posible que ya se haya leído en algún medio o encontrado en redes sociales. «¿Y tú tienes parálisis cerebral? Quién la quisiera», señaló. Como apuntan en uno de los medios que se hizo eco de la declaración, posiblemente el presentador quisiera simplemente destacar las capacidades de su entrevistada. Sin embargo, lo único que logró fue generar una tormenta en redes sociales y que se desenterrasen los listados de críticas contra ese programa concreto.
Movámonos ahora dos días antes, al sábado, cuando se celebraba el aniversario de la proclamación de la II República. El día es uno de esos en los que los medios publican reportajes de fondo histórico y en el que también se acaba hablando de TVE. El tema era, como ha sido durante varios años ya, el no-estreno de la segunda temporada de 14 de abril. La República, el spin-off de una serie de éxito que TVE había emitido años atrás (La señora) y que había tenido buenos datos de audiencia en su primera temporada. La segunda temporada quedó paralizada en el cambio de poder en TVE (elecciones generales de por medio) y después fue hundida en el mismo cajón en el que, como recuerdan los medios, están otros contenidos ya rodados – como la segunda temporada de la serie – y con inversiones millonarias hechas sobre ese período histórico.
Toda esta cobertura mediática ocurrió en solo tres a cuatro días y lo más preocupante para TVE es que, en realidad, no fueron más que dos más de las muchas noticias críticas que está protagonizando en los últimos tiempos. Porque las dos noticias, en realidad, no son tan especiales en el conjunto de las cosas, son solo dos gotas más en un océano de problemas y críticas protagonizado por la televisión pública.
Una televisión pública desconectada de los tiempos
El espejo en el que las televisiones públicas se miran es la BBC. Puede que tenga sus problemas pero, fuera de Reino Unido, la televisión se ve como un ejemplo de servicio público. Es equilibrada, tiene contenidos de calidad y crea una línea de ficción que tiene éxito de forma global. Para muchos, la idea de que es una ‘serie de la BBC’ se ha convertido en una especie de sello de garantía para ver un contenido. Posiblemente, la realidad de la televisión pública británica no sea tan de color de rosa como se ve desde fuera, especialmente cuando la televisión pública de referencia más cercana está en una profunda crisis, pero la comparación hace que TVE salga muy mal parada.
A su producto de ficción – objetivamente hablando partiendo de los resultados e influencia que ha tenido en la parrilla general – estrella de las últimas temporadas, El Ministerio del Tiempo, lo han maltratado de una forma incomprensible. La idea de unos contenidos de calidad ha dejado de ser algo que se asocie con la televisión pública en España y la TVE está lejos de ser quien pueda liderar la exportación a otros mercados de la programación televisiva que se hace en España. Y la cadena sigue apostando por formatos televisivos que parecen añejos y gastando mucho dinero en programas que no encajan con la audiencia.
No hay más que pensar en la recepción que tuvo el programa de Carlos Herrara, ¿Cómo lo ves?, hace unos meses. A TVE le costó dos millones de euros. El programa tuvo datos de audiencia muy bajos y se hizo viral con uno de sus programas tras ser acusado del machismo más rancio (una muestra más de lo poco sintonizada que la televisión pública está con el estado de ánimo general en la actualidad: en la era del feminismo, estaba emitiendo lo que en redes sociales se denomina un ‘programa de señores’).
El contenido político
Todas estas decisiones parecen apuntar a una televisión pública desconectada de los tiempos y eso podría acabar, simplemente, haciendo que la audiencia – especialmente la audiencia millennial y la Generación Z (a los que por otra parte la televisión pública está intentando seducir con una plataforma en YouTube que nada tiene que ver con sus programas de la televisión tradicional) – cambie de canal. La programación podría ser simplemente no atractiva. De hecho, la cadena pública ha perdido audiencia de forma notable. Una estimación hace un par de años señalaba que la audiencia se había desplomado.
Pero el problema es mucho más profundo que eso y lleva no solo a que la televisión pública pierda audiencia sino también a que pierda imagen pública. En el análisis en el que se señalaba que la audiencia se había desplomado, uno de los trabajadores de la cadena pública lamentaba una cuestión. «Los primeros (casos) se destacaban en prensa, pero la manipulación de TVE ha dejado de ser noticia», apuntaba.
Y es que Televisión Española no solo está en crisis porque tiene programas que no conectan con la audiencia. Su problema, como mostraba ya el caso de la censura de contenidos televisivos como es el caso de las series, va mucho más allá: se ha convertido en un espacio altamente politizado en el que los contenidos están bien lejos de ser objetivos (o hasta intentarlo). Cierto es que el problema no es exactamente nuevo y otras televisiones públicas han sido acusadas de lo mismo, pero la cuestión parece que se ha convertido en un problema multiplicado y también que las manipulaciones empiezan a ser mucho más fragantes.
Una pérdida de confianza
Solo hay que ver la lista de los últimos casos que han llamado la atención de la audiencia para verlo. La cobertura del caso Cifuentes y todos sus capítulos, el uso de imágenes de archivo para noticias del presente sin señalarlo, la presentación no realista de gráficos, la manipulación de entrevistas, el tratamiento de la información científica (o más bien, como acusan los científicos, a la ‘pseudociencia’) …
La lista es muy amplia y va creciendo semana tras semana. La televisión pública también ha sido acusada de tomar partido en otras cuestiones, como por ejemplo sería dando más peso a contenidos religiosos que a otro tipo de mensajes. La pieza informativa en la que hace unos años se señalaba que el rezo servía para calmar la ansiedad de los parados es posiblemente la muestra más clara de esta acusación.
Todos y cada uno de estos elementos se van sumando y van impactando en la imagen de la televisión pública, que cada vez pierde más enteros. La visión que los espectadores tienen de ella se va alejando cada vez más de lo que en teoría debería ser. La gran pregunta es si algún día será capaz de recuperar los valores perdidos.