¿Quién mató al conde de Villamediana?
El domingo 21 de agosto de 1622, por la noche, dos cortesanos atravesaban Madrid en carroza, de vuelta del palacio real. Eran Luis de Haro, un joven aristócrata que tendría más tarde un destacado papel político, y Juan de Tassis, conde de Villamediana, conocido de todos por sus alardes en las fiestas públicas de la corte, sus amoríos escandalosos, sus deudas de juego y sus poesías satíricas. A sus 40 años, Villamediana se hallaba en la cumbre de su fama y despertaba expectación allí donde iba, con sus trajes suntuosos y su gusto por el derroche. Pero también había muchos que no lo miraban precisamente con buenos ojos.
Mientras su carroza avanzaba por la calle Mayor, de repente salió de un portal un hombre que se acercó a la carroza por la izquierda, allí donde estaba sentado el conde, sacó una espada –otros testimonios dicen que fue una cuchilla o una ballesta– y se la clavó en un costado. La herida fue terrible: "Dejóle tal batería que aun en un toro diera horror", escribió un autor; "le tiró un solo golpe, mas tan grande que, arrebatándole la manga y carne del brazo hasta los huesos, penetró el pecho y corazón y fue a salir a las espaldas", dijo otro.
Aun así, Villamediana trató de defenderse y llevó la mano a su espada, pero se derrumbó y murió al poco de que lo trasladaran a su casa. El asesino, entretanto, logró escapar, según algunos gracias a unos cómplices que espantaron a cintarazos a los criados de don Luis de Haro que se lanzaron en su persecución.
Alud de rumores
El asesinato del conde de Villamediana causó conmoción en Madrid. Así lo reflejan las innumerables coplas sobre el asunto compuestas por los literatos de la capital, algunos desde la simpatía con la víctima –como en el caso de Góngora–, otros –como Quevedo y Lope de Vega– sugiriendo que el indómito conde se lo había buscado.
A la pregunta de quién lo había matado y por qué, todos daban respuestas enigmáticas y entre líneas, no se sabe si porque sólo había rumores sin ningún fundamento o porque no se atrevían a declarar abiertamente sus sospechas. La muerte de Villamediana se convirtió en un enigma irresuelto, sobre el que desde entonces se han aventurado toda clase de hipótesis.
Lucía sobre su vestido un lema que decía "Son mis amores reales", que todos interpretaron como una referencia a la soberana Isabel de Borbón
La más conocida es la que atribuye el asesinato del poeta a una orden del mismo monarca Felipe IV, llevado por los celos, a la vista de que el conde se había enamorado de la reina Isabel de Borbón y se envanecía públicamente de su amor. A este respecto se contaban muchas anécdotas. Por ejemplo, un día Villamediana habría aparecido en la corte luciendo sobre su vestido un lema que decía "Son mis amores reales", que todos interpretaron como una referencia a la soberana. También se contaba que en otra ocasión –apenas tres meses antes de su asesinato– se representó en los jardines de Aranjuez una ópera suya, La gloria de Niquea, y que en un intermedio de la obra se produjo un incendio que hizo huir a los espectadores. Según algunos, el fuego fue provocado por el propio conde como pretexto para ir en ayuda de su amada, la reina, y estrecharla entre sus brazos.
Desde el siglo XIX, los historiadores han tendido a no dar crédito a esta tesis. Es cierto que hubo un incendio durante el montaje de La gloria de Niquea, pero nadie dijo entonces que el conde lo había provocado y aún menos que lo había aprovechado para abrazar a la reina. Esta historia aparece por primera vez en dos autores extranjeros de la década de 1650 y tiene todos los visos de ser una invención novelesca. Por otra parte, cuesta imaginar que el conde se atreviera a concebir una pasión por Isabel de Borbón, y aún más que la expresara en público. Sobre el lema "Son mis amores reales" y las poesías dedicadas a una tal Francelisa o Francelinda, según algunos nombre en clave de Isabel de Borbón, se ha señalado que probablemente se refieran a otra mujer.
Otra hipótesis sobre el crimen conduce a un terreno más escabroso. Los estudiosos modernos descubrieron un proceso judicial que se resolvió unos meses después de la muerte de Villamediana y terminó con la condena y ejecución de cinco criados suyos. El delito de todos ellos: sodomía. Al tener conocimiento del caso, el rey habría dado instrucciones al juez de que no se citara el nombre de Villamediana "por ser ya muerto y no infamarle".
Se formuló la hipótesis de que el conde fuera bisexual y mantuviera relaciones con esos criados y que su muerte se debiera a alguna reyerta en ese ambiente
El historiador Narciso Alonso Cortés, que publicó estos documentos en 1928, formuló la hipótesis de que el conde, pese a sus aventuras femeninas, fuera bisexual –"un Oscar Wilde del siglo XVII"– y mantuviera relaciones con esos criados y que su muerte se debiera a alguna reyerta en ese ambiente. Sin embargo, otros historiadores han rechazado esta interpretación, señalando, entre otras cosas, que las acusaciones de sodomía eran típicas de las guerras literarias en esos años.
¿Crimen de Estado?
Frente a estas hipótesis, cabe pensar que lo que perdió realmente a Villamediana fue su genio satírico. Desde su entrada en escena en tiempos de Felipe III, pocos cortesanos se libraron de los dardos del conde, ya fuera un marqués ignorante, un galán que lucía los diamantes que su mujer recibió de sus amantes o una actriz en declive. Villamediana no se arredraba tampoco ante los poderosos. Por ejemplo, cuando el duque de Lerma fue elegido cardenal escribió: "El mayor ladrón del mundo / para no morir ahorcado / se vistió de colorado". Este tipo de invectivas le valió varias órdenes de destierro.
Al ascender al trono Felipe IV, el conde retornó con todos los honores a Madrid, pero pronto volvió a las andadas y empezó a atacar a los nuevos gobernantes, incluido el conde-duque de Olivares. "Niño Rey, privado Rey", escribió en una ocasión para señalar la influencia que el "conde Olivete", como también lo llamaba, ejercía sobre el adolescente Felipe IV.
Se ha observado que estas burlas no eran una mera diversión, sino que estaban relacionadas con las ambiciones políticas del propio Villamediana, lo que explicaría que Olivares decidiera deshacerse de él. El conde-duque quizá convenció al rey de que ordenara su muerte o encubriera a los asesinos, como indica un informante de la época: "No se supo quién eran los matadores […] se dejaron de hacer las diligencias por orden de Su Majestad, con que se declararon las sospechas que se tuvieron de que fue por orden del rey". Hay quien ha concedido especial importancia al testimonio de un cronista de la época, Matías de Novoa, al corriente de todos los secretos de palacio, que en un pasaje de su Historia de Felipe IV censura de forma velada a "aquel que introdujo el consejo y le trazó", esto es, al que ideó el plan de asesinato. Si se tiene en cuenta que Novoa era un enemigo acérrimo de Olivares, no hay duda de a quién se dirige la acusación.