La marca personal se ha convertido en una de esas cuestiones decisivas en las que todo el mundo parece estar cada vez más volcado y siendo mucho más eficiente en su gestión. Si algo se ha aprendido en los últimos tiempos, especialmente a medida que se iban haciendo virales historias de personas cuya actividad en redes sociales afectaba a su trabajo, es que lo que transmitimos en Facebook, Twitter y similares no se queda ahí. Tiene un efecto mucho más allá y ayuda a transmitir una imagen personal, lo cual a nivel profesional es muy importante.
Además, esta cada vez mayor consciencia de cómo lo que publicamos en redes sociales modifica cómo nos ven los demás también ha empezado a afectar al modo en el que nos comportamos en entornos mucho menos profesionales o serios. Es lo que se conoce como postureo: en redes sociales nos vendemos y vendemos lo que los demás queremos que sepan. Y, por supuesto, estamos cada vez más dispuestos a modificar aquello que no cumple con los estándares que queremos compartir.
Según un estudio de expertos de la Universidad de Lund, en Suecia, no pocas personas estarían dispuestas a pasar por caja para mejorar la imagen que transmiten en redes sociales. Se podría decir que querrían hasta fichar a una suerte de community manager personal que se encargase de gestionar la información que aparece en redes sociales. Querrían que les hiciesen una especie de trabajo de ‘curación’ de la marca personal.
De hecho, el estudio se ha centrado de forma mucho más específica en este punto. Las redes sociales permiten transmitir una cierta imagen y eso fue lo que sirvió de punto inicial para la investigación a los responsables de la misma. Dado que uno puede gestionar su imagen y puede hacer cosas variadas para modificar cómo esta se sirve al mundo, ¿estarían los usuarios dispuestos a pagar por hacer que la versión que salga de ellos en la red sea la mejor?
Pagar por censurar lo que no me hace quedar bien
Los expertos enfrentaron a los participantes del estudio a una serie de pruebas. En el escenario, tenían que cooperar con una persona anónima. Si se cooperaba mucho (lo que implicaba ser ‘bueno’ de verdad), costaba dinero. Si se cooperaba poco, sin embargo, se gastaba poco dinero. Lo que no averiguaron hasta después de tomar decisiones relacionadas con la cooperación era que la información relativa a esas decisiones se iba a publicar en la red, acompañada por su nombre, lo que los iba a exponer al mundo como ‘buenos’ y ‘no tan buenos’. Pero si pagaban porque esa gestión fuese gestionada, podían censurar la información. El resultado del estudio casi no invita a la sorpresa: quienes habían cooperado poco estaban dispuestos a pagar al censor para que así la información no se hiciese pública.
«Que la imagen que la gente comparte de ellos mismos está suavizada no es tan sorprendente», explica uno de los responsables del estudio, señalando que lo nuevo es que se esté dispuesto a pagar por hacerlo, ya que el deseo de mostrar esa imagen es muy fuerte.
El estudio también se centró en otras áreas para comprender qué es lo que nos hace responder de una manera o de otra. Antes de someter al grupo a la prueba de la cooperación, se pidió a la mitad de los sujetos que se tomasen un selfie y a la otra mitad no. Quienes se habían hecho el selfie estaban mucho más abiertos a la idea de pagar por la censura, especialmente si habían cooperado poco.
Pero eso no es lo único que descubrieron, sino también que quienes habían hecho el selfie y eran habituales publicadores de estas imágenes sus niveles de cooperación eran menores. Los investigadores especulan que quizás se deba a que el selfie abre una suerte de estado de ánimo en el que somos un poco más egoistas.