Profe: «¿Usted qué creé que debemos hacer cuando un publicista o un director de Marketing no creé en la empresa para la que trabaja?
Esa es la pregunta que me hicieron esta semana mis alumnos del grado de Publicidad. Automáticamente salió de mí una respuesta: irte.
Me separan aproximadamente 25 años de mis alumnos, pero aún tengo grabado a fuego la primera empresa para la que trabajé. Tenía 22 años, una licenciatura y un máster: se trataba de una asociación sin ánimo de lucro que decía representar los intereses de un gran colectivo de trabajadores. Mi función, como responsable del área de comunicación y de Marketing, consistía en comunicar a la sociedad las cosas que hacíamos y dar a conocer cómo nos dejábamos la piel por hacer nuestro trabajo de una forma ética y eficaz.
Era mi primer trabajo y me sentía tremendamente feliz y orgullosa de la labor tan preciosa que me habían confiado. Un buen día, tras revisar algunos aspectos que yo consideraba parte de mis responsabilidades, decidí que era hora de cambiar de proveedor de imprenta; el que teníamos trabajaba de forma desordenada, nunca entregaba los trabajos a tiempo y sus presupuestos siempre estaban por encima de los otros dos presupuestos que, aunque nadie me obligaba a pedir, yo creía necesario tener para poder comparar con otros agentes del mercado.
Con motivo de la celebración de una reunión de la Junta General, aproveché para solicitar que se metiera en el orden del día el asunto de la posibilidad de cambiar de imprenta. Algunos presidentes; dos en concreto, decidieron que, si se incluía ese punto en el orden del día, deberíamos convocar a la reunión al proveedor actual para que nos explicase el motivo de mi descontento. Proponían, al fin y al cabo, un «cara a cara» entre yo, su responsable de comunicación y de Marketing y el gerente de la imprenta que llevaba ofreciendo sus servicios a la Organización desde hacía más de 10 años.
El «cara a cara» resultó ser muy poco entrañable: yo acudí a la reunión con la documentación que me permitiese demostrar que, efectivamente, el trabajo que nos estaban realizando no estaba ni cumpliendo con nuestras necesidades en tiempos de entrega, ni cumpliendo con nuestras necesidades en cuanto a la calidad del mismo y que además de todo eso, nos estaba cobrando un 30% más que los presupuestos que nos enviaban sus competidores.
Después de exponer ante la Junta todos estos asuntos que comento, terminé explicando que creía que había llegado el momento de cambiar de proveedor, puesto que en mi casa y en mi universidad me habían enseñado que, cuando alguien cobra más que el resto por un trabajo que además hace mal y llega tarde, debemos llamar a las cosas por su nombre; engaño.
Creo que no me dio tiempo a terminar de pronunciar esta palabra, que por supuesto iba referida a la actitud que nuestra imprenta estaba teniendo con nosotros, cuando su gerente se levantó dando voces y, mientras me señalaba con el dedo, me dijo que era muy grave la acusación que le estaba haciendo. Además añadió que no llegaría a las manos porque no le merecía la pena que le denunciara después.
Recuerdo cómo me temblaban hasta las canillas; sentía un miedo atroz que se me mezclaba con el sentimiento de estar segura de haber hecho lo que me correspondía como responsable del departamento de Marketing y Comunicación que dirigía.
Al terminar la reunión, uno de los presidentes provinciales, la persona que me había contratado, me dijo que me había metido en arena movediza al tratar un tema que en el fondo todos querían tratar pero que nadie se atrevía a hacerlo. Su miedo procedía de la profunda amistad que el gerente de la imprenta mantenía desde hace muchísimos años con el presidente nacional de nuestra organización. Después de conocer este dato, pude entender que hubiese intereses ajenos a la optimización de presupuestos, pero seguí convencida de haber obrado correctamente.
Con 22 años desperté a una realidad que hoy ya sé que existe en millones de empresas, pero el saberlo no me hizo dudar ni un momento en presentar mi baja voluntaria y abandonar la asociación. No estaba dispuesta a contribuir con mi trabajo al engaño y a la manipulación.
Desde entonces creo haber tenido que hacer lo mismo unas cuantas veces; ponerme una mano delante y otra detrás e irme por donde había venido. Afortunadamente la vida siempre me tenía preparada otra nueva oportunidad laboral y jamás me he arrepentido de haberme ido de aquellas empresas en las que no lograba creer.
25 años después de aquella experiencia con nuestro proveedor de imprenta y después de haber tardado 25 años en llegar a donde siempre quise llegar laboralmente, volvería a dar los mismos pasos que di y volvería a abandonar sin pensármelo dos veces a aquellas empresas que quisieran utilizar mis conocimientos y mi trabajo como comunicadora para engañar.
En la Universidad siempre decimos que el enseñar a comunicar es un arma de doble filo; o bien podemos contribuir a crear personas que sepan defender y buscar la Verdad en cualquiera de las manifestaciones que la Comunicación tenga o bien podemos estar dándole a alguien las herramientas más poderosas para lograr manipular y engañar al mundo.
Que Dios nos pille confesados y nos libre de estos últimos.