Capital de la prefectura de Ishikawa, hasta 2014 Kanazawa no estaba conectada por las líneas de tren Shinkansen (los rapidísimos trenes que conectan el país) así que es un destino relativamente desconocido para los extranjeros que visitan Japón. A poco más de dos horas de la abrumadora Tokio, Kanazawa es la excusa perfecta para escapar de los itinerarios turísticos durante un par de días.
Durante muchos años, fue una ciudad dedicada al comercio y a las artes, gracias al impulso del clan Maeda, uno de los más importantes del periodo Edo. El nombre de la ciudad significa, literalmente, pantano de oro, y todavía hoy produce el 98% del pan de oro de Japón. De hecho, las láminas que se usaron para cubrir el famoso Pabellón Dorado de Kioto en su reconstrucción en 1955 provienen de aquí.
La visita puede empezar en el castillo de la ciudad, construido en el siglo XVI por el clan Maeda. Al contrario que en Europa, los japoneses apenas usaban la artillería en sus batallas. Por eso, sus castillos no son estructuras compactas destinadas a aguantar el fuego enemigo. Son edificios defensivos, sí, pero por fuera aparentan fragilidad, ligereza, se elevan gráciles sobre las ciudades. Sin embargo, levantados con madera, muchos castillos japoneses han ardido y han sido reconstruidos varias veces a lo largo de su historia.
El fabuloso castillo de Kanazawa
El castillo de Kanazawa no es una excepción. Aunque data del siglo XVI, la estructura más antigua es la imponente puerta Ishikawa (del siglo XVIII) mientras que otras dependencias (el foso, varias torres y almacenes) han sido reconstruidas durante el siglo XX siguiendo técnicas tradicionales. A su alrededor se despliega un sencillo parque que sirve de antesala a otra maravilla de Kanazawa: su jardín Kenroku-en.
Es uno de los tres nihon sanmeien, es decir, uno de los tres jardines más famosos de Japón. Su nombre hace referencia a las seis características sublimes que debe reunir un jardín: amplitud, serenidad, venerabilidad, buenas vistas, un diseño sutil y frescura.
No importa la estación, dar un paseo por los jardines es una delicia. En primavera, es un estallido de flores (un poco abarrotado de visitantes, eso sí). En verano, da sombra y sirve de refugio frente al calor húmedo de la ciudad. En otoño, los estanques y fuentes reflejan los colores ocres de las hojas. Y, en invierno, la nieve pinta de blanco los caminos y las copas de los árboles.
Cazadores de geishas
Desde Kenroku-en, donde es posible pasar una mañana entera, se puede dar un paseo, cruzando el río Asano, hasta dos de los tres barrios de geishas que hay en Kanazawa. El más importante es Higashi Chaya, y no tiene nada que envidiar al barrio de Gion en Kioto. Los turistas lo saben y por eso recorren sus calles peatonales con la cámara de fotos preparada con la esperanza de capturar a una geisha saliendo de alguna de las tradicionales casas de madera del periodo Edo.
Para escapar de los cazadores de geishas, lo mejor es cruzar de nuevo el río hasta el barrio de Kazue-machi, en la orilla sur. Es más pequeño y mucho más tranquilo, especialmente al atardecer, por lo que no es difícil escuchar el tañido del shamisen tocado por una geisha, quebrando el silencio que llena sus estrechas calles.
El barrio de los samuráis
Otro barrio imprescindible de Kanazawa es Nagamachi, que fue el lugar de residencia de los samuráis. En la época feudal, la ciudad estaba formada por capas, y la zona donde vivían los samuráis era la más exclusiva. Todavía hoy se aprecia su antigua riqueza a pesar de que la modernidad de la era Meiji arrasó con su poder y su modo de vida.
La mejor manera de recorrer el barrio es perderse por sus calles empedradas atravesadas por canales y muros de barro, traspasar sin vergüenza los magníficos portales (o nagaya-mon, que a veces incluían las habitaciones de los sirvientes) y admirar las casas de madera que se sostienen con orgullo después de tantos años.
Para completar el paseo, la casa-museo Nomura permite descubrir la intimidad de un poderoso samurái y disfrutar de su coqueto y precioso jardín. El contrapunto al lujo lo ponen las humildes casas de los soldados que acompañaban a los samurái y que se pueden visitar también en Nagamachi.
Es el momento de hacer un fast forward directo al presente y al arte más vanguardista con una visita al Museo de Arte Contemporáneo del Siglo XXI de Kanazawa. Todo empieza en su premiado edificio, rodeado, como no, de un parque. Continúa en el interior, en sus exposiciones temporales, que muestran a los artistas más en boga del panorama mundial, y también en su colección permanente, que ofrece obras como “Swimming Pool”, de Leandro Elrich, todo un hito en Instagram.
Además del río Asano, hay otro río que cruza Kanazawa: es el río Sai, hacia el oeste. Muy cerquita, se encuentra el tercer barrio de geishas de la ciudad, Nishi Chaya, apenas una calle peatonal de cien metros que conserva su aroma tradicional. También a este lado de la ciudad, a un paseo corto, se encuentra una de las visitas más sorprendentes de la ciudad: el templo Myōryū-ji, también conocido como el templo de los ninja.
¿Un verdadero templo ninja?
Y no, no tiene nada que ver con los ninja (tan escurridizos que hay quien piensa que nunca existieron) pero se entiende la asociación. En realidad, se trata de un templo budista construido por el clan Maeda pero la visita guiada, en japonés, descubre un interior repleto de trampas, falsas paredes, pisos que no se pueden detectar desde fuera, escondites y túneles. Al terminar el recorrido, queda una pregunta en el aire: ¿cuántos secretos quedan sin desvelar?
No podemos despedirnos de Kanazawa sin hablar de su gastronomía. Puerto de mar, su plato estrella es, por supuesto, el pescado fresco. Para disfrutarlo en todo su esplendor, lo mejor es visitar el mercado Omicho, el más antiguo e importante de la ciudad. Ocupa toda una manzana cubierta de abigarradas callejuelas que ofrecen más de doscientos puestos de comida y de restaurantes. Lo difícil, como siempre, será elegir.