Emplazada donde los Apeninos pierden su fiereza y se convierten en una extensión de suaves colinas, Umbría es una de las pocas regiones italianas sin salida al mar; de ahí que ponga el acento en sus valores naturales y se proclame "el corazón verde de Italia". El paisaje mezcla retales de campos cubiertos de olivos, de pinos y de cipreses con el amarillo rabioso de los girasoles y con la torre de una iglesia asomando al fondo. Es, en definitiva, una Italia alejada de la masificación y que se degusta a paso lento.
Siempre que visito Umbría, fijo mi base de operaciones en Perugia, no solo porque se encuentra en el centro de la región y permite aprovechar el trazado radial de sus carreteras, sino porque es una ciudad apasionante. Su belleza radica en la imperfección, de la cual es buena muestra la plaza IV de Noviembre, con una fuente de Giovanni Pisano que parece situada al azar. El suelo, inclinado, apenas disimula lo abrupto del terreno, mientras la catedral gótica forma ángulos irregulares con el Palazzo dei Priori, antigua sede del poder secular.
Perugia, como tantas urbes medievales, requiere moverse para apreciar todas sus perspectivas, pues quienes las concibieron no trazaron planes urbanísticos. Dentro del palacio se encuentra el Collegio del Cambio, equivalente a una banca actual. Las paredes están decoradas con uno de los mejores ciclos pictóricos de Pietro Vannucci "Il Perugino", maestro de Rafael. Allí plasmó personajes de carrillos sonrosados, amantes del buen comer. Muchos parecen calcos, y así es, ya que en el siglo XV se usaban unos cartones para copiar las figuras que después los discípulos del artista iluminaban; cuanto mejor se imitaba al maestro, más consideración recibía el ayudante.
Una gastronomía envidiable
La buena mesa es una constante en Perugia y en toda Umbría, donde abundan los platos aderezados con trufa blanca o negra. Muchos reflejan el ánimo anticlerical de los umbros. Aquí se come el pan sciocco (bobo), sin sal, para evitar el impuesto papal por el condimento. También se toma la pasta strozzapretti, estrangula-curas, nombre que no requiere aclaraciones. Tanta antipatía tiene una explicación histórica, ya que en el siglo XIV el cardenal Gil Albornoz, de origen español y enterrado en Toledo, puso en Umbría las bases para la unificación del Estado Pontificio por mandato del papa de Aviñón. Para ello, construyó grandes fortalezas que servían más para vigilar que para defender.
En el mismo contexto político, en 1540 se llevó a cabo una de las obras más fascinantes de Perugia: la Rocca Paolina, un baluarte ordenado por el papa Pablo III y para cuya construcción tuvieron que desalojarse viviendas y tiendas. Destruida a mitad del siglo XIX, el interior de la Rocca es hoy algo parecido a una catacumba que comunica la parte alta y la baja de la ciudad. En este espacio se celebran eventos culturales de carácter internacional, que unidos al Umbría Jazz Festival y a la Università per Stranieri, animan las empinadas calles de Perugia.
Gubbio, a unos 40 minutos en coche, presenta rampas aún más inclinadas. La primera imagen que se tiene de esta localidad es su Palazzo dei Consoli (gótico, del siglo XIV), señoreando el valle desde lo alto de unos arcos formidables, como si un gigante lo alzara con las manos por encima de su cabeza. La sorpresa sigue cuando se descubre que la escalera de acceso brota de un muro en el segundo piso, derramando los peldaños sobre la plaza Mayor.
En el museo del palacio se exponen las Tablas Eugubinas, siete tablillas de bronce que están escritas en umbro y en latín, y dedicadas a Júpiter. Fechadas entre los siglos III y I a.C., las tablas demuestran que Gubbio es la localidad más antigua de la región.
Fechadas entre los siglos III y I a.C., las tablas demuestran que Gubbio es la localidad más antigua de la región
El sol arranca reflejos cegadores a los mármoles que recubren la basílica de San Francisco de Asís, aupada sobre el monte Subasio. En los días de niebla, vista desde la localidad de Asís, parece flotar en el aire. Su interior es rico en frescos que destacan por los colores y la calidad del trabajo, no por el uso de oro, tan habitual en otras iglesias.
Asís se encuentra a unos 50 kilómetros de Gubbio y a solo 25 de Perugia. Aquí nació san Francisco, en el seno de una familia de mercaderes. Renunció a todos sus bienes cuando sintió la llamada de la fe rezando en el convento de Santa Clara, en el otro extremo del pueblo. Siempre me ha parecido curiosa la historia por la cual la bendita Clara es la patrona de la televisión: gravemente enferma, no pudo asistir a la misa de Navidad, pero la intervención divina hizo que asistiera en espíritu a la celebración. En 2008 se propuso que también fuera la patrona de internet, pero la idea no prosperó.
Subiendo hacia la basílica, varias tiendas venden figuras de pesebre, una invención de san Francisco; dentro de la Basílica Mayor, el fresco El Belén de Greccio representa el momento en que se le ocurrió. Es solo una de las 28 escenas que pintó Giotto, aunque a mí me gusta más la obra de Cimabue del crucero, realizada con una técnica que me recuerda los negativos de la película fotográfica.
Reconstruyendo la historia
Todo lo que se ve hoy ha sido reconstruido pacientemente por el equipo de Sergio Fusetti; en su día tuve la oportunidad de entrevistarlo y ver cómo recomponía el gigantesco puzle de 300.000 pedacitos de pintura en los que se habían convertido la cúpula y la galería de entrada durante el terremoto de 1997. El templo escapó de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial gracias a que los alemanes habían instalado un hospital dentro.
La ruta sigue hacia Spoleto, al sur, pasando por Spello, Montefalco o Folligno, tres deliciosas villas medievales que forman el más bello conjunto de atalayas para contemplar el panorama. Nos adentramos así en la Valnerina, el valle del río Nera, que se prolonga hacia los montes Sibilinos y el parque nacional al que dan nombre. Se trata de una zona privilegiada para los aficionados al senderismo, con rutas que viajan entre aldeas detenidas en el tiempo, ajenas al poderío medieval del centro de Umbría.
Destaca la villa de Santa Anatolia di Narco, donde incluso el local más sencillo sirve la mejor comida. Y las cascadas de Marmore, así llamadas por el carbonato cálcico que tiñe sus aguas de blanco. Se encuentran dentro del Parque Fluvial del Nera, a 8 kilómetros de Terni, y deben su origen a la construcción de un canal en tiempos del Imperio romano. Ante tal belleza, parece un sinsentido que la Valnerina fuera escogido por Roberto Benigni para instalar el campo de concentración de su película La vida es bella (1997).
La población de referencia en esta zona es, sin duda, Spoleto. En su cumbre despunta la fortaleza del cardenal Albornoz, aunque lo primero que llama la atención al acercarse es el acueducto que une la población con el monte Luco. La distinta anchura de sus arcos de medio punto evidencia que se completó en épocas diversas. Una vez en el casco antiguo, la catedral del siglo XII sorprende con un inesperado interior barroco y unas excelentes pinturas de Filippo Lippi. Pintor del Quattrocento italiano, Lippi odiaba la idea de morir aquí, por eso se retrató haciendo los cuernos con la mano en el mural que representa la dormición de la Virgen.
Menos irreverente resulta la decoración de la catedral de Orvieto, la siguiente etapa artística de nuestra ruta circular alrededor de Perugia. Gótica sin concesiones, en una capilla expone el Juicio Final de Luca Signorelli, obra que al parecer inspiró a Miguel Ángel su versión del pasaje bíblico en la Capilla Sixtina del Vaticano. Por otro lado y aunque la ciudad se asoma peligrosamente a un acantilado, lo más curioso no reside en las vistas, sino en el subsuelo, donde una serie de cuevas ya eran utilizadas por los etruscos y, hasta fecha reciente, se empleaban para guardar al fresco los alimentos.
Una copa en la mano, mientras el sol se esconde a orillas de uno de los mayores lagos de Italia
En las cercanías del lago Trasimeno, otras cuevas se utilizan todavía para envejecer los vinos. Como por ejemplo, en las cantinas cercanas al pueblo de Castiglione del Lago. En general, los caldos de la zona se elaboran con uva San Giovese, pero también la sagrantino, que trajeron de Asia Menor los devotos de san Francisco. Con una copa en la mano, mientras el sol se esconde a orillas de uno de los mayores lagos de Italia, me parece que tuvieron una gran idea.