Twin Peaks regresa a las pantallas en su tercera temporada veinticinco años después de su incierto final. Aquél último capítulo dejaba tantos enigmas por resolver que por aquél entonces no nos atrevimos a dar ningún crédito la posibilidad de que aquello hubiera acabado para siempre. Hoy, habiendo seguido el rastro de su director, David Lynch, con un bagaje de obra cinematográfica que apunta sensaciones como aquella, no nos resulta tan extraño. Lo extraño, de hecho, es saber que la serie continúa. En estos últimos años se han publicado varios libros que han perpetuado la leyenda de la serie de televisión que, podemos decir sin rompernos las vestiduras, supuso un antes y un después en la ficción televisiva.
Si no han visto Twin Peaks, seguro que han oído hablar de ella. La imagen del cadáver de Laura Palmer, su rostro en tez azul, metida en una bolsa de plástico, con rastrojos brillantes de arena sobre la frente y la mejilla, ha quedado en la retina de nuestros más soldados recuerdos televisivos, hayamos o no visto la serie.
En su momento, algunos que apenas estábamos dejando de ser barbilampiños teníamos bien establecidos los valores de lo que, a ciertas horas, en televisión, podíamos ver o no ver. Iba más allá de los rombos, que ya habían desaparecido por aquella época –si no sabe de qué le hablo, enhorabuena; eche un vistazo en la web–. Escuchar las primeras notas de la intro creada por el genial Angelo Badalamenti significaba que, o te ibas a la cama ahora, o te enviaban a ella, o si resistías alguno de estos filtros, te acostarías sin certezas y con miedo a mirar bajo la cama.
Después no era así. Twin Peaks tardó en calar como un drama con tintes de thriller en nuestra televisión y, de primeras, parecía venderse en el boca a boca como una serie de terror. Todo en ella parecía incierto y turbador, desde los cuidados colores escogidos en la más mínima escena hasta la música, protagonista indiscutible de todo el serial. Pero, aunque el terror aparecía tras el velo –entiéndase, que aquí pega esta imagen– y se mantenía al acecho capítulo tras capítulo, eran pocas las ocasiones en las que cedía a él, y cuando lo hacía, se personificaba en un rostro o en un personaje, en lo palpable.
Pero la incertidumbre, y de nuevo repito lo “incierto”, era la marca de quienes veían la serie, incapaces de definirla, sin acabar de tener claro cómo etiquetar lo que les provocaba, que no era miedo, terror, diversión ni entretenimiento si no todo al mismo tiempo.
Quizá una de las características que más definió Twin Peaks fue su ambientación, es decir, el propio pueblo en el que se desarrolla la historia. Parece que los creadores de la serie, David Lynch y Mark Frost, y en especial el primero, tenían claro que el lugar donde se desarrollaba la historia debía de ser un protagonista más. Mark Frost fue capaz de, poco a poco, crear una cosmología propia al rededor del pueblecito, de sus lugares comunes y sus espacios naturales, para terminar dando a luz una mitología de solidez narrativa que, por qué no decirlo, es una de las razones que ha generado este artículo.
Pero antes de pasar ahí, un par de anotaciones sobre la nueva incursión de la serie y de su creador, David Lynch. En primer lugar, los veinticinco años que han pasado desde el final de la serie. No vamos a hacer spoilers pero aquél final fue tan sumamente abrupto que el que lo haya visto no lo habrá olvidado. En segundo lugar, la participación de Lynch en esta tercera temporada pasa por una serie de dificultades hasta que –más o menos y no del todo– ha conseguido hacerse con el absoluto poder creativo de la producción. Ha dicho en alguna ocasión que no esperemos en esta tercera temporada una continuación per se. Aunque, por lo poco que hemos visto, –y que servidor se ha negado a investigar– parece que repite la mayor parte del casting original, o, al menos, los principales actores que participaran en las dos primeras temporadas. Echen un vistazo a este trailer, no cuenta nada, que uno no es amante de los destripes, y hay varios más por la web, pero solo un vistazo nos hace dar cuenta de quienes siguen ahí (y los que no salen) y de las caras nuevas incorporadas a la producción.
Y ahora volvamos con su cosmología, de la que hablábamos antes y que Mark Frost ha trasmitido a un libro publicado en 2016 cuyo nombre es La historia secreta de Twin Peaks y que el editor en español ha decidido poner el sobrenombre de “una novela”. No es una novela, desde luego, pero parece haber querido marcar el peso narrativo de la forma de relato con la que Frost ha marcado su libro. Su historia es la historia de Twin Peaks, pero no desde donde comienza a contárnosla la serie, desde el origen de los tiempos, desde que es narrada por primera vez y citada en primera instancia. Los primeros pasos del libro recalan en los escritos originales de Lewis y Clark, a través de una maleta cerrada que un agente del FBI consigue y cuya información decide transcribir.
Una suerte de falso documental, vaya. Plagado de anotaciones y sub-anotaciones, de fotografías de archivo, de aclaraciones oficiales, puntualizaciones no oficiales, esquemas, dibujos… Pasado por el filtro de la verdad, del engaño natural y el beneplácito de los lectores que mientras leen creen en lo que están leyendo. Una maravilla.
Lo mejor que tiene este libro es algo que se une al hilo constante y liviano de las dos primeras temporadas de Twin Peaks, el otorgar trivialidad a la certeza, aquello que antes nombrábamos como incierto. La falsedad en la creación de las imágenes evocadas consigue el efecto perfecto cuando se alimenta de un submundo cultural como es el de una serie del calado de Twin Peaks. Ese mismo submundo, esa mitología, es la que Frost quiso hacer despegar en la segunda temporada de la serie.
Porque, y a nadie le pilla de nuevas, Twin Peaks juega con lo que más redunda en la obra de su director, David Lynch, evocaciones, onirismos y mensajes insinuados detrás del velo. Uno de los valores y marcas de la casa de la obra de Lynch es plantear hechos nebulosos que no terminan por ser clarificados, que quedan a juicio e interpretación del espectador y de forma consciente, sin cerrar. Otra, sus personajes, simbólicos hasta decir basta, repletos de clichés creados ad hoc, excelentemente distinguidos y distinguibles, parte ya de una iconografía visual que les ha convertido en moldes de los que extraer copias para otros menesteres televisivos.
La segunda temporada –y dicen más floja quizá porque los productores metieron demasiada mano en ella– de Twin Peaks sería un ensayo fabuloso de lo que significa el coitus interruptus que, en cierto aspecto, es maraca de la casa. La primera temporada se vio obligada a cerrar la trama sobre el asesinato de Laura Palmer y la segunda a continuarla una vez cerrada, con una historia de tintes parejos a la primera, pero con la intrahistoria intacta, haciendo desarrollar la mitología –lo que a Frost más le interesaba de manera creativa– dándose la mano de la historia principal.
¿Cómo se alimenta la fábula del mundo y el mundo, así mismo, de la fábula? Ese aliciente de colectividad que acaba filtrando toda subcultura permite a las historias tener sabores de lo más extravagantes. Twin Peaks permitió a sus seguidores presumir de la inseguridad, adecentar la incomprensibilidad como una virtud. Un lujo que pocos (¿ninguno?) directores se atreven a pedir o a concederse.
La historia secreta de Twin Peaks pasea por este escenario, adhiriéndose a los acontecimientos (reales o no) solo cuando le conviene, fabulando sobre hechos que sabemos falsos, pero a los que se le confieren la etiqueta de verdaderos. No como en las películas, no esa realidad impostada, si no como la verdadera realidad, la de los libros de Historia, los documentales y los periódicos.
Mark Frost adopta la autenticidad y la verdad como los matices irrenunciables para conseguir lo que su concepción de inmersión lectora le pide. Lo auténtico y la verdad van de la mano solo cuando quieren. Es lo que la escritora –entre otras muchas cosas– Marta Sanz reclama ante la distinción del dolor verdadero y el dolor real, Frost acomete la tarea de diferenciar lo verdadero, que es lo que sucede, y lo real, lo que en realidad sucede. Puede el lector comprobar que el matiz diferenciador puede irse a tomar cuernos a poco que uno frunza un poco el ceño, pero el que algo no haya sucedido y no sea real, no necesariamente significa que no sea verdadero.
Y al hilo de las emparentaciones de Sanz con la realidad y la verdad del dolor, el dolor también ejerce de hilo salvavidas con la realidad. Twin Peaks come del dolor, la sombra y de la historia natural de ambas, y también deja sobresalir un hilo para quien quiera seguir la pista. Puede que entonces entre en conexión literaria con Lovecraft, Poe, Bierce, y con Carcosa, Comala y Dunwich. La estratagema del narrador está en contarnos la verdad a través de los ojos de quienes la ven real, los espectadores sumidos a la belleza y el sueño del engaño televisivo y en forma de libro. Nos da por recordar que, visualmente, los lugares que Lynch presta a Twin Peaks para esos encuentros interterrenales con la muerte de anfitriona parecen escenarios de las obras más cortas y sulfúricas de Samuel Beckett.
Algunas entrevistas, como la que reproduce el libro Regreso a Twin Peaks, editado por Errata Naturae –muy recomendable por entero, especialmente los pasajes que hacen referencia al abismo y el misterio de la psique y el bosque en la serie–, muestran a un Lynch ligeramente apocado e inconsciente. En ella cuenta a la ligera el surgimiento creativo de la serie de televisión y el tono casi exaspera a quiénes hemos nutrido nuestros egos con su obra. Y digo esto porque Lynch se muestra al mundo como un instigador interno, pero como un perfecto y correcto político –trasnochado y despistado, sí–capaz de dejar que las cuestiones que puedan parecer más capciosas acaben por rebotar en él como si respondiera a la gallega.
No son pocos los periodistas, quizá frustrados cineastas, que han pretendido entrevistar al director con la pretensión de que sus palabras iluminaran el camino que les ha llevado hasta ahí, como si la persona fuera una perpetuación física de todo el mensaje oculto que su obra esconde. Pero pocas veces han encontrado a un hombre que se revuelve contra su propio anecdotario; no hay nada menos épico que no dar excesivo valor a las victorias espirituales. A veces, con suerte, se pone serio para hablar sobre los beneficios de la meditación.
¿Así que, de dónde viene todo lo que cuenta Lynch? ¿Qué es Twin Peaks en todo su camino sino una obra multidisciplinar, repleta de guiños a la cara más profunda y extravagante del psicoanálisis? ¿Qué papel tiene la serie en su obra?
Varios libros tratan de dar respuesta. Algunos de ellos, como el que ha editado Alpha Decay David Lynch del autor Dennis Lym, que da una vuelta de tuerca a lo convencional de la biografía para centrarse en el meollo de lo “lynchiano”, ese adjetivo que ya se rifa su volumen de uso con algunos de talla como el “kafkiano”.
A propósito de ello, dudamos que no haya quien pueda acceder al significado de lo “lynchiano” por sí sólo. Como los buenos adjetivos literarios, las ideas y las descripciones derivadas de escuchar esa palabra las suele uno encajar a la perfección sin darse tiempo a pensar qué diablos significa.
Entre las últimas publicaciones sobre la serie hay que destacar también Twin Peaks, 25 años después todavía se escucha música en el aire de Innisfree. Aquí tenemos también textos de varios autores que tocan diversidad de temas que más vale tener en cuenta de cara a esta nueva temporada. Porque hay aspectos y temas concretos que hilvanan todos los capítulos y a los que, antes o después, acceden casi todos sus protagonistas. El sexo como medida represora, controladora y enigmática, por ejemplo. El velo del que hablábamos como separador de binomios espirituales, y de la vida y la muerte, con el encuentro de vivos y muertos en espacios y tiempos en un limbo de suelos de aspas y cortinas rojas. Y los dones otorgados, los demoníacos o angélicos, hombres con los pies en la tierra y a seres que fingen serlo.
Como ven, hay una buena amalgama de títulos a los que acudir y multitud de razones y referencias antes de encararse con la tercera temporada de este clasicazo televisivo. Si bien es cierto que hay mucho que esperar, tengan paciencia. Ni nosotros somos los mismos que éramos hace 25 años, ni los actores, ni Twin Peaks será aquél pueblo recóndito que nos dejó perplejos. Lynch sigue teniendo la misma cabeza de postmoderno emborrachado por sus propias fantasías, que es sinónimo de que su producto será genuino, único, y brillante. Pero eso no quiere decir que esté pensando en que a usted le vaya a gustar.
El vaticinio de Laura Palmer era real, en aquella escena de la segunda temporada; “Nos veremos dentro de 25 años“. Ese tiempo ya ha pasado. Una vez más, lo sobrenatural se abre camino.