La sexta edición de Fiebre Photobook comenzó el pasado viernes 30 de noviembre inaugurando nueva sede. De la Casa del Lector de Matadero de Madrid, donde se había celebrado en las últimas ediciones, aterrizó en las hechuras del Centro Cultural Daoíz y Velarde. A pesar de las extremas medidas de seguridad, que en algún momento de la jornada del sábado crearon situaciones surrealistas –como el hecho de que los que salían a fumar ya no podían entrar de nuevo porque el aforo estaba completo– la sensación de desahogo era importante y tanto los estands como las presentaciones podían visitarse cómodamente.
Tras la inauguración oficial del festival, la jornada del viernes desarrolló su máximo interés en torno a las dos actividades previstas. La mesa redonda sobre Aporia de Andrew Waits, fotolibro ganador del Fiebre Dummy Award 2018, fue desgranando el proceso creativo que dio lugar a la obra; proceso creativo que es todo un ejemplo de trabajo en grupo.
La producción del proyecto fue patrocinado por Artes Gráficas Palermo, coeditada por Dalpine y pre-impreso por La Troupe. Se trata de un libro sutil sobre el concepto griego de aporía, recogido fundamentalmente en la fábula de Zenón sobre la liebre y Aquiles. Una aporía es un paradoja aparentemente irresoluble; paradoja que en el caso de la obra de Waits se traslada al crecimiento desorbitado de las ciudades. ¿Cómo empieza este crecimiento? ¿Hacia dónde lleva?
Son solo dos preguntas de las muchas que plantea el libro a través de un juego de simbologías que si bien no son fáciles de interpretar, te subyugan por la fascinación de lo irresoluble. Como fascinantes son los retratos que inserta entre las imágenes de las ciudades –retratos dramáticos, siempre con un fondo negro que acentúa la soledad de los retratados– y que tienen una fuerza tan demoledora como aquello que parece haber destruido las propias ciudades.
Por su parte, Rubén H.Bermúdez, con el particular estilo que caracterizan todas sus intervenciones públicas, dio paso a su Hipótesis populista. Una reflexión en clave de humor en busca de una comunicación más certera dentro de las narrativas artísticas, que deben dirigir la mirada hacia otros públicos menos endogámicos.
Para ello, analizó distintas fases de su proyecto Y tú, ¿Por qué eres negro? –recientemente publicado bajo una nueva edición popular en versión bolsillo– a través de un elenco de ejemplos audiovisuales, muchos de ellos extraídos de sus 15 cápsulas sobre la idea de hacer algo, contenido altamente recomendable para cualquier persona que se enfrente a un proyecto personal en este territorio.
Pensando en priorizar la intención de comunicar, Rubén recordó las tres preguntas fundamentales que Cheryl Dunye expone en consejos a una joven cineasta:
1) ¿Qué tipo de autora me gustaría ser? ¿Desde dónde hablo?
2) Cuál es nuestra posición en el mundo? ¿Cuál es nuestro contexto? y ¿A quién me dirijo?
3) ¿Para quién hacemos “nuestra película”? ¿Qué estamos intentando?
Preguntas que inducen obligatoriamente hacia un nuevo espacio de interacción donde el canon impuesto por el coleccionismo –Rubén propuso a Martin Parr o la Fábrica como paradigma de este fenómeno– no sean la única vía. Una crítica intervención cargada de humor que bien podría resumirse con el texto de su imagen de cierre: “Comunicar o barbarie“. Y no parece haber más opciones.
El sábado y el domingo se desarrolló Pechakucha Photobooks! El pechakucha es un formato que se está estandarizando y que consiste en lo que denominan formato 20 x 20 –veinte diapositivas presentadas en veinte segundas cada una–, que tiene unas similitudes evidentes con el formato pitching en el cine –una presentación corta que los guionistas hacen de sus ideas a las productoras y que se ha importado del sistema de Hollywood–.
Afortunadamente, Fiebre Photobook apostó por alargar las intervenciones y ofrecer quince minutos a cada ponente. La calidad de las presentaciones express estuvo un poco mermada por la mala acústica de un pabellón abierto donde se cuelan todos los sonidos adyacentes –incluidos los de la propia feria–. Hay que decir que la pericia de los ponentes para salvar este obstáculo fue notable. Si hay algo que me gusta de este formato es la disparidad de las propuestas que se presentan en un intervalo tan corto.
Desde los autores canónicos de la clásica Ivory Press, que presentó su colección LiberArs, hasta editoriales nuevas como la argentina la Balsa Editorial, que apuestan por autores jóvenes como el caso de Sergio García, pasando por la subversiva Phree de Juan Valbuena, las presentaciones tejieron el tapiz de las tendencias del fotolibro en la actualidad. Igualmente sucedió con los autores que presentaron su obra.
En el espacio confluyeron la fotografía de calle clásica de Julio Balaguer en Vidas Circulares, la intervención de la fotografía a través de un agente extraño en Alucinosis de Fernando Maquieira, o la reinterpretación postfotográfica de Antonio Pérez Río en sus Obras Maestras. Unas propuestas que dialogan una detrás de otra –a veces afirmándose; otras negándose–, y que recuerda en cierta forma al proceso de montaje cinematográfico.
Especialmente interesante resultó la presentación express del libro colectivo Escaleras: 67 fotografías y 11 microrrelatos, producido por Amics de Ralowsky, en el que mezclan fotografías y microrrelatos en torno a las diferentes interpretaciones de la escalera. Casi como si se tratara del tratado de Cortázar Instrucciones para subir una escalera, las imágenes y los textos se hilvanan alrededor de los peldaños creando asociaciones entre la literatura y la fotografía.
Precisamente con Paco Gómez, que acaba de publicar Cienojetes en calidad de editor al abrigo de su plataforma Fracaso Books, hablé de la poca presencia de relaciones “interétnicas” entre las diferentes artes. A pesar de lo mucho que el fotolibro ha aportado a este respecto, resulta llamativo porque la palabra intermedialidad –y las narrativas transmedia por extensión– es una de las más nombradas en el panorama artístico actual.
De hecho, intermedial fue la propuesta de la doble sesión de BookJockey, creada a través de la colaboración con In-Sonora y subvencionada con una ayuda del Ministerio de Cultura. Se trataba de cuatro artistas visuales y dos artistas sonoros que hibridaron sus artes para crear una experiencia sensorial que aprovechara los estímulos de ambas disciplinas.
El resultado fue la creación de una narrativa, que imitaba en ocasiones el lenguaje cinematográfico –mediante el acercamiento de las imágenes a la óptica de una videocámara en posición cenital se creaba una especie de travelling–, y que nos descubrió relaciones insospechadas entre, por ejemplo, las notas de un pasodoble y los fotolibros españoles. Que el aforo estuviera completo durante las dos sesiones nos da una idea de lo mucho que el público demanda y disfruta de estas “hibridaciones bastardas”.
En el apartado de la feria dedicada a los expositores se dieron cita editoriales consolidadas, emergentes, revistas especializadas y escuelas de fotografía que lanzan a sus jóvenes promesas –Deriva, EFTI, Grisart, IED Visual, LENS y MADPHOTO–. Merece especial atención el fotolibro Deceitful Reverence, editado por la polaca Blow Up Press. Durante la mañana del domingo me dijeron que les quedaban sólo cuatro ejemplares. No es de extrañar. Era una de las apuestas más atractivas de la feria y ejemplificaba cómo la trama de descenso a los infiernos sigue siendo uno de los arquetipos que mayor tirón tiene en la autoficción actual.
El proyecto de Igor Pisuk se centra en el proceso de recuperación de su yo tras años sumidos en el alcoholismo. Al mirarse al espejo –símbolo también clásico de la revelación de la identidad– Pikuk tomó conciencia de la debacle de su corporeidad y entonces comenzó su regreso del infierno –con historia de amor incluida–. Es inevitable que la estética recuerde en muchas ocasiones a Antoine D´Agata; salvo que el francés parece instalado permanente y cómodamente en el infierno.
Fiebre Photobook cerró la edición de este año el domingo por la tarde con la satisfacción de los organizadores y con la apuesta por crear un diálogo entre los diferentes posicionamientos que existen ante el fotolibro en el panorama actual; algo que es de agradecer, ya que la pluralidad es siempre un factor enriquecedor que se echa de menos en otras ferias de arte contemporáneo.
El centro Cultural Daoíz y Velarde es también un polideportivo habilitado con aparatos gimnásticos y actividades lúdicas para aquellos jóvenes que durante el fin de semana decidan hacer uso de ello. Fue curioso visitar la feria, asistir a las presentaciones y ver a los chicos al fondo realizando acrobacias, saltando sobre las camas elásticas. En el mismo espacio pero en otra realidad, tan ajenos a nosotros como nosotros a ellos. Y se me ocurrió que la cultura es precisamente eso. Un estado de fiebre que se abre hueco entre lo real, abriendo una puerta a otras dimensiones.