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jueves, diciembre 26, 2024
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Pierre Gonnord y el rostro de la Madre Tierra

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Un día sin nubes, una suave brisa y un calor propio de principios de verano invitan al paseo, pero uno no se cruza la ciudad en transporte público para renunciar a su objetivo. Así que el espectador mira al cielo y entra en la galería con gesto de resignación. El espacio le es familiar –ha estado en infinidad de ocasiones– y sabe que podrá disfrutar de las obras con tranquilidad y en silencio.

La exposición de Pierre Gonnord (1963 Cholet, Francia), que pudo visitar en la galería Juana de Aizpuru, le sumerge en una serie de paisajes que le  trasladan a su propia niñez; cuando con apenas diez años se bañaba junto a sus hermanos en alguna de las playas que aparece en las imágenes. Días de felicidad absoluta y ausencia de preocupaciones. No como ahora.

"FLYSCH" (2016), ©Pierre Gonnord (cortesía galería Juana de Aizpuru)
“FLYSCH” (2016), ©Pierre Gonnord (cortesía galería Juana de Aizpuru)

Obviamente, las sensaciones que le provocan ciertos recuerdos están fuera del alcance de las obras de la exposición. Éstas muestran un territorio aséptico y vacío. Una belleza que destierra toda posibilidad de emocionarse. El espectador lo entiende pero espera, al menos, un pequeño indicio de pensamiento crítico, de originalidad, de investigación histórica.

Sin embargo, nada de esto surge de las imágenes. Se detiene en algunas intentando desentrañar un misterio que se le escapa. Las mira detenidamente como si esperase a que una verdad le sea revelada. Son lugares ciertamente agradables, pintorescos, complacientes. Nada que reprochar si fuese un catálogo de espacios protegidos, ruinas prehistóricas o momentos decisivos.

La alusión a tierras vírgenes suena demasiado forzada tratándose de lugares de tan fácil acceso que algunos han tenido que limitar la entrada de visitantes. Un bosque no es un rostro humano, pero puede agitar del mismo modo a quien lo observa si el fotógrafo ha sido capaz de sentirlo antes.

"URBASA I" (2016), ©Pierre Gonnord (cortesía galería Juana de Aizpuru)
“URBASA I” (2016), ©Pierre Gonnord (cortesía galería Juana de Aizpuru)

El espectador no entiende muy bien el tamaño de las imágenes y se acuerda de ese dicho tan común en el mundillo que dice que una mala foto ampliada es dos veces mala. Pero bueno, tampoco entiende que su pareja le reproche constantemente que nunca saque al perro y sigue viviendo con ello. Tamaños considerables, piensa él, que sirven en demasiadas ocasiones para intentar convencer al público de que lo que tiene ante sus narices es una verdadera obra de arte –o para dejar un margen algo mayor de beneficio–.

Cuando termina de ver la exposición acuden a su memoria Joel Sternfeld, Hans Strand, Richard Misrach, Shinzo Maeda, Robert Glenn Ketchum o el mismísimo y ya lejano Eliot Porter. Se acuerda de algunos autores que sí supieron retorcer el paisaje para mostrarle al público un mundo lleno de color pero también de significado; pleno de indicios y sensaciones; repleto de evocación y sentimientos.

Pero claro, algunos se pasaron toda la vida pisando charcos, recorriendo caminos, pateando el territorio. Algunos han tenido que sacudirse el polvo tantas veces que lo transportan ya dentro de sus pulmones. Otros como Robert Glenn Ketchum llevan todavía el paisaje dentro de sus venas. Para saber dónde puede llegar, uno ha de entender de dónde viene.

Portada del libro de Eliot Porter "Intimate Landscapes" Daniel Wolf Press 1979.
Portada del libro de Eliot Porter “Intimate Landscapes” Daniel Wolf Press 1979.

Fuera, el día luce espléndido, pero el espectador no quiere salir sin antes hacer un pequeño ejercicio de análisis con el fin de entender lo que está ante sus ojos. No se perdonaría irse sin una idea algo más clara de lo que esta exhibición supone para él. Ya sabe que Pierre Gonnord ha sido calificado alguna vez como el retratista de almas y concluye, en su cabeza, que esta muestra hace evidente que el terreno que mejor controla es el del retrato. Piensa que el autor francés ha querido salirse de su zona de confort y se ha encontrado con una Madre Naturaleza que no presta sus musas al primero que aparece con una cámara. Hay que conocerla, hay que sentirla, hay que entenderla. Aunque el fotógrafo habla de memoria de la tierra, la tierra que aparece en las imágenes dice poco de lo que el autor lleva dentro; en su memoria, en su cabeza, en su alma.

Sale finalmente a la calle e inspira un aroma que huele más a café que a otoño. El cuerpo le pide sentarse en la terraza más cercana y olvidarse de todo por un rato, pero alguien le avisa a través del móvil de que aún no ha sacado al perro. Imagina que lleva al pobre cánido a un centro de acogida de animales pero sabe que al día siguiente tendría los papeles del divorcio encima de la mesa del comedor.

Aun así, se sienta en un banco, alisa sus cabellos de color blanco y deja que el olor a café inunde su sentido del olfato. Está convencido de que Pierre Gonnord ha salido ahí fuera y ha hecho lo mejor que ha sabido. Seguramente, cavila, la culpa no es suya sino de un personaje llamado criterio. Una criatura bajita, rechoncha, bigotuda, que lleva bombín y usa bastón. Un personajillo siniestro que dice lo que en cada momento es bueno, malo o todo lo contrario. Algunos dicen que le gusta dejarse llevar por la moda y que en ocasiones se arrima a los que más suenan. Sea o no verdad, algunas galerías que ahora no tienen pudor alguno en mostrar amables paisajes, hace no tanto les negaban sus paredes a esos inventos del demonio llamados fotografías. Cuánto más bella era la imagen, menos interesante les parecía.

"PASSAGE I" (2017), ©Pierre Gonnord (cortesía galería Juana de Aizpuru)
“PASSAGE I” (2017), ©Pierre Gonnord (cortesía galería Juana de Aizpuru)

Toca irse. La edad no perdona y se levanta con la espalda encogida mientras alguien cercano llama a su mascota. ¡Eros ven aquí! El pastor alemán acude raudo a la llamada de su dueño. Eros, que apodo más gracioso y tan poco corriente. Entonces recuerda el nombre de unas cuantas personas que llevan tiempo tragando polvo y “sintiendo” el paisaje, pero a los que el señor criterio quizá no ve con buenos ojos o que con toda seguridad ni siquiera conoce. Nombres ordinarios de personas corrientes que sí saben lo que es trabajar con el paisaje –Isabel Díez, Daniel Beltrá, Héctor Garrido, Antonio Camoyán, Doris Fernández, Carolina Santos, Carlos Cid, Rosa Isabel Vázquez y tantos otros–.

Esa es la pena, piensa el espectador, mientras trata de estirar su maltrecha columna. Esperando a que el semáforo cambie le asalta una idea que siempre le ha dado miedo decir en público y se imagina ante un auditorio declarando, mientras agita sus manos, que después de tantos años todavía tenemos pendiente en este país una enorme tarea de pedagogía fotográfica. Su último pensamiento antes de bajar al metro es todo sabiduría: “No me va a quedar más remedio que sacar al perro“.



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