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viernes, diciembre 27, 2024
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Pieles

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Después varias semanas pudiéndose ver en el Netflix del resto del mundo, hoy llega Pieles, el debut en la dirección –en formato largo– del actor Eduardo Casanova, a las salas de España. Se estrenó en la pasada Berlinale y tuvo una estertórea acogida en el reciente Festival de Cine de Málaga. El rosa imperante en la estética del filme no ha pasado desapercibido en su acertadísima promoción, ni en su póster, ni en su aclamación unánime en los cines Capitol de Madrid, en su preestreno de hace dos días.

Pieles (Eduardo Casanova, 2017)
Póster de la película, censurado en algún que otro país © Nadie es Perfecto, Pokeepsie Films, The Other Side Films, Netflix

Y Pieles es un filme de esos que, guste o no, no deja indiferente. Una película tan hijaputa como la misma sinceridad, almibaradamente fea, barrocamente cañí. Que traslada el concepto de vintage hasta situarlo en una suerte de limbo entre lo demodé y lo chabacano, y lo glam y brillante. Cada secuencia repugna al aburrido, desconcierta al curioso e hipnotiza a quien va “virgen” a su proyección. Una ópera prima sorprendente, tan ruidosa como arriesgada, persuasiva e impactante. Como dice el Señor De La Iglesia: “Descombacante”.

Desde su potentísimo arranque, Pieles nos sumerge en un Short Cuts (Vidas Cruzadas) (Short Cuts. Robert Altman, 1993) que, si bien es verdad que no está tan magistralmente imbricada, sirve para adherir sobradamente al espectador, más si éste no sabe lo que va a ver. El filme es directo, contundente, visceralmente lapidario, condescendientemente costumbrista, violentamente cómico… algo muy-muy rudo entre todo ese rosa. Esa versionaza del Alguien Cantó da paso a un lacerante rótulo, que sirve de puerta, más bien de portada, hacia esta fábula. Una fábula vertebrada en una Iberia varios pasos más cruel que la real, que bien podría ser –aunque levantado con material de albañilería español– otro universo. Una realidad sita en la fantasía jeaunpaulgaultierana de este joven. La dimensión que un Ramón Gómez de la Serna, criogenizado y puesto a descongelar hace diez o quince años, habría parido de haber tenido una carrera cinematográfica algo más extensa y narrativa.

Esta comedia recoge el espíritu del llamado melodrama hollywoodiense para, mil filtros y referencias por delante, trazar un cuento de los cuentos en torno a la idea del ostracismo social, la apariencia anodina, la marginación, la culpa, la aceptación y la autoestima, los complejos y el rechazo a uno mismo. Historias cortas concatenadas de riguroso interés, que captan la atención desde su misma presentación y que, si bien no se resuelven todas con el mismo acierto, arrastran en su conjunto al espectador por un viaje disparatado, agobiante y vertiginoso, desgarrado, despiadado, escandaloso, escatológico, y enormemente bello. Un viaje para el que el asistente a la sala ha de acomodarse en su impactante feísmo, pero que sin duda lo hace porque los personajes son enormemente humanos, con ese punto de infantilismo del que dota el encierro, de ingenuidad, que los hace adorables hasta desear lamerlos.

Pieles (Eduardo Casanova, 2017)
El arranque de la película es de esos de “no pestañee usted” © Nadie es Perfecto, Pokeepsie Films, The Other Side Films, Netflix

Sorteando el spoiler se puede contar que Laura –Macarena Gómez casi irreconocible sin sus ojazos– es una chica sin cuencas siquiera, o que Vanesa –Ana María Ayala– es una mujer acondroplásica que trabaja haciendo de osito para un programa televisivo infantil. Que los personajes de Ana –Candela Peña–, Ernesto –Secun de la Rosa en uno de sus mejores trabajos– y Guille –olé Jon Kortajarena– vivirán un triángulo amoroso de lo más “teratofílico”; que la “enchandalada” Claudia –inmensa Carmen Machi, en serio, sus diálogos son comedia volcánica– no puede comprender por qué su hijo adolescente –Eloi Costa– es como es –prefiero no desvelarles nada–… amén de otras tramas, plagadas todas de personajes llenos de aristas, de maravillosas criaturas de la naturaleza.

Y, por supuesto, está también Samantha, la muchacha con -vamos a dejarnos de eufemismos- el ojete y la boca cambiados de lugar, que ya viniera de interpretar Ana Polvorosa en el controvertido, al tiempo que laureado, cortometraje Eat My Shit (Eduardo Casanova, 2015), producido por los perpetradores seminales de todo este periplo, los afables e inefables Hermanos Prada –Javier y Kiko–, unos locos colmados de amor por esto del cine –a falta de buenos macarras del este de Europa a lo Menahem Golam y Yoran Globus, ahí están ellos que molan más porque además son gemelos idénticos– que han seguido a la zaga de esta ardua producción, ahora como productores asociados de Carolina Bang –que también tiene un papel en filme, en un par de secuencias de diálogo impagable– y Kiko Martínez. En el corto, Samantha terminaba vengándose de las crueles risas de Itziar Castro dejándole un buen chorongo –evidentemente cagado por la boca– sobre el plato, pero ahora veremos el desarrollo de una historia triste, extrañamente desprovista de su veta más escatológica –que no de su humor–, al tiempo que esperanzadora, romántica, contada con el alma más higiénica.

Pieles (Eduardo Casanova, 2017)
Ana Polvorosa es Samantha, la chica con el aparato digestivo al revés y el personaje que lo empezó todo © Nadie es Perfecto, Pokeepsie Films, The Other Side Films, Netflix

Y ya que les he expendido una buena lista de actores, por favor, no se me dejen ustedes de fijar bien en el escalofriante trabajo de “hachas” de la interpretación como Antonio Durán “Morris”, Joaquín Climent o Enrique Martínez; sin olvidarnos de, cómo no, la que para servidor ha sido el gran descubrimiento de la cinta: esa maravillosa mujer, esa bellísima criatura llamada Itziar Castro, que espero que no deje de trabajar de aquí en adelante.

“El cine es peligroso porque te obsesiona. Es como la comida, que si la dejas mucho tiempo en la nevera se empieza a pudrir, todo se llena de mierda y huele mal. Si quiero contar una historia y no la saco rápido de la cabeza, se me infecta el cerebro de gusanos”

Eduardo Casanova en Tentaciones (29 marzo 2017)

Servidor conoce a Casanova de muy poco. Le veía casi todos los días en el comedor del trabajo, en el tiempo en el que interpretaba al que seguirá siendo, unos cuantos años más, su personaje más conocido: Fidel, el hijo de Pepe Viyuela en Aída (2005-2014). Cuando no entraba cantando, era porque entraba llevando a cabo una acrobática pirueta de slapstick para acabar despanzurrado en el suelo hecho todo un stunt. Medio comedor se descojonaba, había quien aplaudía, algún otro actor se tiraba al lado, las señoras del catering se lo comían a besos… incluso habría quien pensase “ya está Fidel llamando la atención”. El caso es que, ya desde bien joven, en esa energía que les quedan a los intérpretes en las pausas de rodaje y que puede manifestarse –para el sobresalto de quien pille por delante– en el cuarto de baño o durante “el cigarro”, Eduardo Casanova dejaba constancia de un conocimiento, prematuro y absoluto, del espíritu lúdico del entertaiment, de la fanfarria y la farándula, el espíritu de revista, de circo si se quiere, de hacer ruido para dejar constancia, transcendencia sobre el producto, sobre –en este caso– la obra. En definitiva: generar Pop. Por eso podrá repugnarle Pieles, parecerle incluso mal, si tiene usted muy poco sentido del humor; pero también podrá enamorarse de ella hasta las catacletas. Lo que sí le garantizo es que no le podrá dejar indiferente, no va a ser “una peli más” en absoluto.

Pieles (Eduardo Casanova, 2017)
Pieles es también una de esas grandes oportunidades de ver a actores célebres caracterizados hasta lo irreconocible en un espectácular trabajo de caracterización, obra de Óscar del Monte y Cristina Asenjo. Sobre estas líneas: Macarena Gómez en el personaje de Laura, la meretriz sin ojos © Nadie es Perfecto, Pokeepsie Films, The Other Side Films, Netflix
Pieles
Eloi Costa y Carmen Machi, en la oniria pura © Nadie es Perfecto, Pokeepsie Films, The Other Side Films, Netflix

Ignoro, no obstante, sus referencias de verdad. No sé si ha visto la obra de Federico Fellini, si es fan de John Waters –cineasta cuya filmografía se hace de forzosa comparación–, si le gustan Todd Solonz, Harmony Corine o Hal Hasby. Si es más de Todd Browning o de James Whale… Pero no me sorprendería nada que fuera ultrafán de todo junto; como tampoco me sorprendería que no conozca nada de esto y lo haya asimilado todo mediante compendios de artistas posteriores y la vida pop, así en general –la verdad es que empiezo a estar un poco mayor–. Lo que sí que no ha perdido es ese ruido, ese ruido ahora ordenado y macerado y que ahora es sincretismo punk, pero con la calma de un cazador; en una merendola, pero un cazador. Todo ese power es ahora nervio, y eso sirve, a poco que se trabaje, para conseguir pulso cinematográfico.

Servidor lo tiene asumido desde la niñez, pero este filme hace falta para hacer pensar a mucha gente, porque todos somos, en realidad, muy feos. Gracias, Edu.



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