Contra todo pronóstico, y tal vez gracias a mis escasas —por no decir nulas— expectativas puestas sobre una producción que, más allá de su fantástico reparto, no contaba con elementos que invitasen particularmente al optimismo, he de confesar que he disfrutado plenamente de una ‘Ocean’s 8’ que se ha convertido en una de las grandes sorpresas de la temporada estival.
El filme, además de mitigar mi animadversión hacia Sandra Bullock, ha demostrado una vez más que las reinvenciones en clave femenina son una buena idea, acompañando con un magnífico mensaje positivo a su cariz de entretenimiento sin pretensiones; ágil, divertido y poseedor de un ritmo que ayuda a transformar sus dos horas de metraje en un viaje tan fugaz como refrescante.
No obstante, tras la alegría experimentada gracias al último trabajo de Gary Ross, he cometido el error de revisitar la ‘Ocean’s Eleven’ de Steven Soderbergh —que, vayan ustedes a saber por qué, no había recuperado desde que la viese en su año de estreno—. Una experiencia que me ha redescubierto un largometraje excelente y que ha ensombrecido a su nueva secuela; algo que me ha instado a poner ambas cintas dentro de un ring para enfrentarlos en este texto.
Una cuestión de estilo
Tratándose de dos producciones en las que el glamour, la moda y el envoltorio de diseño poseen un peso específico, el acto de situar frente a frente a ‘Ocean’s Eleven’ y a ‘Ocean’s 8’ podría extrapolarse al de colocar un bolso de Louis Vuitton junto a una imitación del «top manta». Ambos comparten líneas, patrones y una forma que, en conjunto, los hace parecer completamente idénticos a simple vista; pero, como suele decirse, el diablo está en los detalles.
Al observar de cerca y más minuciosamente ambos objetos, la copia descarada comienza a revelar pequeñas —y no tan pequeñas— peculiaridades que evidencian su verdadera naturaleza. Los materiales se muestran más toscos y de menor durabilidad, las costuras endebles y visibles, y los detalles propios de la marca se pierden en un mar de imperfecciones que se amontonan tratando de replicar infructuosamente un producto superior.
Con los largos que nos ocupan ocurre algo parecido; deambulando ‘Ocean’s 8’ entre los pantanosos terrenos del remake y la secuela —ahí están las referencias a personajes de la ‘Ocean’s Eleven’ de 2001 para poner en duda su etiqueta— mientras se esfuerza, sin éxito, en capturar esa esencia y encanto que convierten al filme protagonizado por George Clooney y compañía en un ejercicio único.
De autores e imitadores
Gary Ross no es Steven Soderbergh. Con esta —obvia— sentencia podría resumirse a la perfección el motivo principal que hace de ‘Ocean’s 8’ un refrito de la soberbia aproximación de Soderbergh a ‘La cuadrilla de los once’ que Lewis Milestone estrenó en 1960.
A lo largo de su carrera, el artífice de la trilogía iniciada con ‘Ocean’s Eleven’ ha trascendido a su condición de realizador para poder formar parte de ese selecto grupo de los que podemos catalogar como autores; y para muestra están obras singulares y difícilmente repetibles de la talla de ‘Traffic’, ‘Indomable’, ‘The Girlfriend Experience’, ‘Efectos secundarios’.
Independientemente de nuestras filias, fobias y gustos personales, estos trabajos reflejan el espíritu de un autor que empapa de su sello cada una de sus creaciones y que experimenta sin ningún tipo de vergüenza con elementos formales y narrativos, tonales e incluso con los formatos, tal y como ha revelado ‘Unsane’; su última cinta hasta la fecha rodada íntegramente con un smartphone.
Esta voluntad de renovación constante y su falta de remilgos a la hora de asumir riesgos se vieron proyectadas de igual modo en una ‘Ocean’s Eleven’ que, a pesar de ser una producción de un gran estudio encabezada por lo mejor del star-system del momento, apostó por elementos tan atípicos como su estructura no lineal o su desmadrado montaje repleto de recursos tan horteras como efectivos para aportar personalidad a su arquetípica historia de atracos.
Por su parte, con ‘Ocean’s 8’, Gary Ross utiliza el largometraje de Soderbergh como una plantilla para dar a luz una suerte de versión transgénero y descafeinada del mismo. Sin ningún tipo de pudor, el realizador recorre los mismos caminos narrativos y estilísticos de su obra referente, mostrándose como un mero imitador incapaz de insuflar al relato ese estilo propio que le haría pasar de lo simplemente eficiente —que lo es, y mucho— a lo verdaderamente especial.
Las cuadrillas
Siendo justos, donde sí coinciden ambas películas es en el innegable carisma que derrochan sus elencos. El cambio de género de los protagonistas le ha sentado de maravilla a una ‘Ocean’s 8’ que encuentra en sus ocho actrices principales y en la química reinante entre ellas su principal virtud; siendo el único elemento que mantiene firme la producción en todo momento.
Además de la mencionada Sandra Bullock, cuya Debbie Ocean supone la mejor análoga posible al Danny de George Clooney, y por encima de unas estimables Sarah Paulson, Elena Bonham Carter, Mindy Kaling, Awkwafina y de una sorprendente Rihanna, destacan unas descomunales Cate Blanchett y Anne Hathaway que roban todos los focos y que aportan más talento y caché que todas sus compañeras juntas.
A título personal, he de puntualizar que, por mucho que pueda ensalzar las virtudes del casting de ‘Ocean’s 8’, encuentro mucho más completo, solvente en términos interpretativos y acorde al atractivo inherente de sus personajes al impresionante reparto de ‘Ocean’s Eleven’, en el que George Clooney y Brad Pitt logran seducir a espectadores de todo género y preferencia sexual mientras se rodean de secundarios de auténtico lujo.
Afectando a la narrativa
Los protagónicos del filme de Soderbergh no sólo superan a los de Ross en cuanto a actuaciones y encanto; también lo hacen en un tratamiento sobre el papel que influye directamente en la narrativa de los largometrajes.
Un claro ejemplo de esto es Ball Nine, la hacker a la que da vida Rihanna en ‘Ocean’s 8’, y que se alza como un deus ex machina viviente que soluciona todos los problemas habidos y por haber gracias a tecnologías imposibles e interfaces informáticas arcaicas. Esto no sólo minimiza el efecto del suspense y la escasa verosimilitud del golpe —presente en ambas producciones—, sino que merma la labor del resto de mujeres de la banda, limitando a algunas de ellas a la función de simples marionetas al servicio de la líder.
En ‘Ocean’s Eleven’ las interacciones entre los miembros del grupo se muestran mucho más orgánicas, y sus roles dentro del golpe más definidos —el carterista, el actor, el técnico, el experto en explosivos…—; algo que favorece al desarrollo de la trama y a la cohesión de un relato editado de un modo un tanto caótico pero sumamente eficaz.
Aunque, en cuanto a personajes respecta, donde sí podemos encontrar un auténtico abismo de calidad entre ambas cintas, es en sus villanos. Dos caras de una misma moneda en la que, por una parte, tenemos a un Andy García que genera una animadversión instantánea hacia su frío y calculador Terry Benedict y, por otra, nos encontramos con un Richard Armitage en la piel de un pobre idiota, pusilánime y cobarde con el mismo carisma que cerebro.
Solvencia sin alma
Aunque leyendo este texto pueda parecer que ‘Ocean’s 8’ es un auténtico despropósito, he de remarcar que no hay nada más lejos de la realidad. El largo de Gary Ross funciona a las mil maravillas como un entretenimiento veraniego de consumo rápido, con un notable reparto femenino, una capacidad para divertir impagable y un derroche de estilo raramente visible en producciones de este corte.
Es en su enfrentamiento directo contra la magnífica ‘Ocean’s Eleven’ donde la nueva entrega de la franquicia muestra sus carencias y debilidades, dejando patente que su aparente encanto y su poderío visual, tonal y estilístico no son más que una imitación descafeinada del trabajo de un autor realizada por un narrador solvente cuya pericia tras las cámaras no logra enmascarar su ausencia de sello personal.
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La noticia
‘Ocean’s 8’ vs. ‘Ocean’s 11’: de robos, autores e imitadores
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Espinof
por
Víctor López G.
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