Parece increíble que Microbe et Gasoil, la última cinta del hasta hace poco aclamadísimo Michel Gondry, no se haya estrenado en sala ninguna en nuestro país. Aunque a estas alturas ya, no sé realmente qué tiene de increíble. Ahora son las plataformas, como la que nos ocupa, las que hacen las veces de salas de aquellas “de arte y ensayo” que las llamaban. En este caso, Filmin acoge el título en su Atlántida Film Fest que ya toca a su fin, dentro de la sección “Educación”. La historia de dos chavales de Versalles –hogar del propio Gondry–, con sus apodos y marginación adquirida, que deciden construir una casa rodante con la que escapar de su desopilante rutina.
Después de no salir demasiado bien parado tras ese encargo hollywoodiense nada bien recibido que, sin embargo, poco tenía de desdeñable, titulado El avispón verde (The Green Hornet. Michel Gondry, 2011) remedo de la teleserie homónima, Monsieur Gondry no sólo volvió a hilos si bien no tan experimentales, sí de todo punto personales y clasificables de “auteur”, sino incluso a su Francia natal. Sin renunciar, tamizó las cotas de complicación de inventiva y cachivache propia de sus producciones, y se enrolló incluso con propuestas documentales y animación. La deliciosa adaptación de Boris Vian protagonizada por Romain Duris y Audrey Tautou La espuma de los días (L’Écume des jours. Michel Gondry, 2013), recibida injustamente por la crítica, ya daba cuenta de todo esto que les cuento. Habiéndose quedado en el maletero toda la chamarilería de La ciencia del sueño (La science des rêves. 2006) o Human Nature (2001) le venía a ser reclamada con rabieta, como si toda esa parafernalia hubiera servido para levantar otras hollywoodades como la insuficiente Rebobine, por favor (Be Kind Rewind. 2008) y, además, seguía ahí en todo momento.
Así pues, sería extraño que Microbio y Gasoil (Microbe et Gasoil. Michel Gondry, 2015) hubiera aparecido a principio de los 2000, pero no ahora. Ahora, ni es raro, ni a Gondry le queda esa ansia por rebozarlo todo que tan bien le sentaba a los videoclipes de Björk, pero que habría dado al traste con propuestas como esta que nos toca o la anteriormente citada L’Écume des jours. Ahora, el director de ¡Olvídate de mí! (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, 2004) ya no quiere jugar con la cabeza del espectador, quiere enseñarle sus juguetes, no los más chulos si no los más preciados sentimentalmente hablando. Quiere, en definitiva, contarnos su vida.
De este modo, Microbe et Gasoil es convencionalidad pura, en comparación con sus disparates que hicieron del francés un hito entre cineastas. Pero también es, ante todo, una vitalista epopeya, una road movie que canta a la amistad en una aventura de corte juvenil cuyo dúo protagónico parece ser la dicotomía perfecta de la propia personalidad del director francés. Puro cine de autor, tan maduro en lo de “autor” como en lo de “cine”.
Gondry escribe y dirige esta pieza, donde al Antoine Doinel de turno no le embarga otro trauma que el de verse atrapado en una cada vez menos digerible mediocridad. Un enfant terrible de esos que no hace más que esquivar, mediante sus dibujos y pinturas, clases soporíferas, compañeros faltos, un hermano punk y una madre depresiva demasiado moderna. El chaval (Ange Dargent) se llama Daniel, pero le apodan “Microbio” porque se encuentra entre los más bajitos de la clase. Su vida entera cambiará cuando aparezca su nuevo compañero Théophile (Théophile Baquet), hijo de un anticuario, aficionado a los inventos y la mecánica, al que no tardarán en llamar “Gasoil”. Ambos comparten un espíritu crítico muy avezado que agrede al necio, una sensibilidad especial que transciende lo banal y un alma aventurera propia de viejos estereotipos sobre la juventud.
Ya se sabe en Francia son más de pensar, más de darse al existencialismo, el amour fou que llaman ellos, y de darle vueltas a las cosas –que para eso quería nacer ahí Tristán, el protagonista de La buena vida (David Trueba, 1996)–. De la reivindicación de esta Galia, de todo punto irreductible que dijera Goscinny, surge lo angst de estos Zipi y Zape, la desesperación ante el hartazgo de lo que tienen delante. Esto les hace darse a la invención amateur y el bricolaje de vertedero e inician la construcción de un automóvil partiendo de un motor de cortacésped bajo el somier de una cama de matrimonio. Con este engendro mecánico, Daniel y Théo, Microbe y Gasoil, partirán hacia un viaje por el chauvinismo más pop, en una epopeya aventurera tan baja en violencia como los clásicos del comic belga. Serán Asterix y Obelix en La Vuelta a la Galia, Spirou y Fantasio jugándose la vida en cada curva y rasante.
“Los abusones son las víctimas del mañana”
Théophile Leloir “Gasoil” en Microbe et Gasoil (2015)
Una película de viajes, de esos físicos e introspectivos, que arranca con una descripción, aderezada con la partitura de Jean-Claude Vannier y contada con el pulso propio del mejor F. Scott Fitzgerald, del cuarto de un insomne Microbio, esperando que el despertador de las seis de la mañana, para pasar a una auténtica odisea donde hay cabida para todo tipo de peripecias y a cuyo desenlace se le pone punto-final, justo antes de una coda bordada, con una buena hostia. Una de las mejores hostias dadas en el cine a la banalidad, la osadía y la falta de humanidad.
En Microbio y Gasoil (Microbe et Gasoil. Michel Gondry, 2015) tiene cita el homenaje ochenter que parece marcar hoy todo revival –de hecho, el espectador tarda en dilucidar que la película está ambientada en la actualidad–, pero también todo un remolino de referencialidades inagotable, desde el fútbol a la literatura. Hay mucho del ya citado François Truffaut, y también mucho de Jacques Tati. Y, desde luego, mucho, muchísimo, de ese genio del celuloide nunca suficientemente reivindicado que es Louis Malle.
No sólo hay algún que otro guiño a El soplo al corazón (Le souffle au coeur. Louis Malle, 1971), y más que alguno al clásico moderno Adiós, muchachos (Au revoir les enfants. Louis Malle, 1987) sino incluso ademanes estilísticos próximos a todas luces a esa maravilla a medio conocer, totalmente alejada de estas dos, que es Zazie en el metro (Zazie dans le Metro. Louis Malle, 1959). Microbe et Gasoil es una carta de amor al cine del máster Gondry; y, si bien no es su juguete más sorprendente, ni su guión más profundo –aunque posiblemente sí sea el mejor construido–, posiblemente estemos ante su filme más personal.
La propuesta del guion discurre crítica con una sociedad inoperante y cachazuda, incapaz de toda magia, severa con lo transgresivo, asustadiza ante la audacia. Y para ello, ¿qué mejor que recurrir al andamiaje de la buena fórmula del road movie americano, como tantas veces se ha hecho con estos temas?
Una road movie de reglamento, plagada de personajes excéntricos –atiéndame bien a ese dentista–, con su viaje que se presenta como infinito, durante el que los chavales pueden investigar sobre sexo, arte, historia, virilidad, justicia de clase, prostitución… el eterno despertar a la madurez de todas las “películas con chaval” transcurre, sin dejar de lado las “mecanofilias” de Gondry, sus trampas visuales, sus trucos espectaculares, sus detalles pintones, su carpintería fina… en definitiva, su ingenua libertad fantasía con sus casas volantes y su todo.
En esta manida y resobada fórmula, la esencia del director francés perdura impercedero, con sus cacharritos, su hambre de sueños y su cachondeo padre. Pero es que, además, Michel trasciende a sí mismo ofreciendo un producto de entretenimiento interesante, rápido, eficaz y, por momentos, ágil hasta el hipnotismo, rodado con el pulso del mejor director de encargo. Díganme si no es esto la madurez de un cineasta. Pues la fotografía de Laurent Brunet termina de poner el broche a todo esto con lo que les he taladrado en un trabajo finísimo, que refuerza la energía y vitalidad desprendidas y captadas desde –y “para”– la mirada de sus personajes. Exactamente lo mismo que hiciera su coetáneo Spike Jonze, pero con críos, en la injustamente denostada Donde viven los monstruos (Where the Wild Things Are. 2009).
Y ya, si no les he convencido para que la vean… no sé qué hacer. Ideal para fans de Michel Gondry para fans que lo quieran, no para haters, claro, que posiblemente estemos ante el Jackie Brown o el Tamaño Natural de este artista–, pero también -mire usted- para aquellos a quienes no soportan al de Versalles o les da un poco lo mismo.
En nuestra piel de toro fue presentada en el Festival de Sevilla, no se crean; pero aquí ya… en salas, ni Gondry. Así que aprovechen, pardiez.