Durante años hemos sido capaces de «diseñar y sintetizar máquinas moleculares». De hecho, el Nobel de Química de este año fue otorgado a este tipo de máquinas. El problema es que una nanomáquina sola no puede hacer nada. O casi nada.
Pero, según se acaba de publicar en Nature Communications (y nunca mejor dicho), por primera vez dos nanomáquinas se han coordinado para realizar una tarea. Es un paso diminuto para el hombre, pero un paso enorme para la lucha contra alguna de las enfermedades más peligrosas del mundo.
Nanoconversaciones en la intimidad
«Una nanomáquina por sí sola no puede hacer mucho […], pero serán capaces de muchas más cosas si son capaces de interactuar», explicaba Josep Miquel Jornet, de la Universidad Estatal de Nueva York en Buffalo, para New Scientist. El problema era cómo hacerlo, cómo conseguir diseñar nanomáquinas capaces de coordinarse entre ellas de forma efectiva.
Y la respuesta la ha encontrado un equipo de investigadores de la Universidad Complutense de Madrid y la Politécnica de Valencia inspirándose en la naturaleza. Las nanomáquinas, como las bacterias, se comunican mediante señales químicas.
En este caso, el equipo ha usado un par de máquinas con dos caras: una de ellas está hecha de dióxido de silicio y es la cara que se usa para transportar el principio activo (el tinte); la otra cara está fabricada con oro y ha sido tratada con distintas encimas para responder a las señales de la otra máquina, es el «centro de control y comunicación» de la nanomáquina.
El experimento ha consistido en usar una molécula de lactosa para comunicarse entre ellas. El ‘protocolo de comunicación’ tenía varias fases antes de liberar el tinte, de esta forma los investigadores se han asegurado bastante concienzudamente que la comunicación entre máquinas se estaba produciendo.
El futuro tiene escala nanométrica
El equipo de investigadores no esconde sus intenciones: este tipo de aplicaciones nos puede permitir construir enjambres distribuidos y autónomos de nanomáquinas que combatan enfermedades como el cáncer de tú a tú. De hecho, se antojan como una pata esencial de la famosa medicina de precisión en la medida en que puede ayudarnos a controlar los tratamientos a escala nanométrica.
No obstante, aún queda mucho trabajo. Este es el equivalente al famoso «Sr. Watson – venga – quiero verle«, la primera frase que se dijo en un teléfono el 7 de marzo de 1876. El siguiente paso es crear redes de máquinas capaces de realizar tareas cada vez más complejas. Pero, sin lugar a dudas, hoy es un día para darle la razón al escritor danés Meik Wiking: «la felicidad está en las cosas pequeñas«.
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La noticia
Los nanorobots ya pueden comunicarse (y coordinarse) entre ellos: un diminuto paso para el hombre, un gran paso para la ciencia
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Jiménez
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