Entre el siglo XVII y XVIII, la suerte de Susanna y Anna Lister estaba echada. Como hijas del gran médico de la reina, Martin Lister, su vida acomodada y resuelta prometía a estas dos figuras una historia cómoda, plena… e indiferente.
Pero nada más lejos de la realidad. Las dos hermanas nacieron para revolucionar una rama de la ciencia importantísima entonces y ahora: la ilustración científica. Anna y Susanna fueron las primeras ilustradoras que dibujaron usando un microscopio, y sus obras eran tan buenas que no pudieron reproducirse con la misma calidad hasta dos siglos después.
Cuando las mujeres no podían dibujar ciencia
Si viajáramos al Siglo VII veríamos un panorama en el que la mujer no tenía apenas sitio en el mundo académico. En aquel tiempo, las mujeres destacables lo eran por su posición política, social o por su belleza. Por eso, las hermanas Lister son una joya brillando en medio de la oscuridad. Anna y Susanna fueron las dos primeras hijas de ocho hermanos en la familia Lister.
Martin, como médico real, tenía acceso a una posición y a unos recursos únicos de la época. Cuando su primogénita contaba solo con ocho años, envió varias cartas y paquetes con herramientas de todo tipo: planchas, gubias, plumas, frascos… «Las niñas no deben usar este material hasta que no les haya enseñado el modo correcto de hacerlo», decía de su puño y letra.
En el siglo XVII el arte de la ilustración no era un mero pasatiempo, sino que se consideraba peligroso para la mujer. Cortar las planchas de cobre para hacer los grabados requería de una fuerza que no se consideraba adecuada en la mujer y el uso de ácido nítrico para disolver el metal podía arruinar un hermoso rostro.
Pero eso no detuvo ni a la familia Lister. Bajo la tutela de su inquieto padre, las hermanas demostraron tener una habilidad única. Tanto es así que pronto aprendieron a combinar su diligencia ilustradora con una capacidad innata para representar lo que realmente veían. Así nacieron las dos primeras ilustradoras que pudieron dibujar lo que contemplaban a través de un microscopio.
Entre tinta, planchas y conchas
A partir de los diez años, Lister empleó a sus hijas para la ilustración de una de sus obras más conocidas e importantes: la Historia Conchyliorum. Pero gran parte del trabajo pertenecía, en realidad, a sus hijas. La obra contiene cientos de conchas ilustradas con una precisión que no se pudo reproducir hasta mucho tiempo después. Ilustraciones que fueron obra de estas dos jóvenes.
Su padre las instruyó para que no se limitaran a dibujar lo que les decía el instinto y la emoción, sino para que buscaran los detalles que hacían de una pieza distinta a otra. Así, Anna y Susanna consiguieron analizar y encontrar pequeños detalles morfológicos que ayudaban a su padre a determinar las especies y sus diferencias.
Como decíamos, la calidad del trabajo fue tal que no se adquirió semejante nivel de detalle y rigurosidad en ninguna ilustración científica hasta dos siglos después. Completar este trabajo era una tarea titánica: hacía falta saber de anatomía, zoología, latín, algo de carpintería, metalurgia, un pelín de química y, cómo no, de dibujo. De esta manera, las hermanas Lister se convirtieron en auténticas luminarias de su época, mientras trabajaban, durante años, en una de las mayores colecciones de conchas del momento.
La revolución estaba en el pene de un molusco
El cénit de su trabajo llegó a la luz del microscopio. Lister, una figura inquieta e incansable, buscaba en la naturaleza las respuestas. Esgrimía método y habilidad para alcanzar el empirísmo que caracterizaba su trabajo. Así enseñó a sus hijas a trabajar. En cuanto pudo, se hizo con una lupa con la que entrenó a las hermanas.
Gracias a los microscopios, Anna y Susanna comenzaron a observar el mundo con un detenimiento increíble. Durante la década que estuvieron trabajando para su padre, estas hermanas consiguieron identificar la «complicada» anatomía de los moluscos. Entre algunos de sus éxitos más notables están la disección de las branquias y penes de braquiópodos.
Los braquiópodos son una rama de moluscos bivalvos, como los mejillones o las ostras, pero sésiles. Las dos estructuras anatómicas que comentábamos eran de una dificultad extrema de observar con los instrumentos y técnicas de la época. Fue, precisamente, la instrucción de Lister y la habilidad de las niñas lo que consiguió marcar una diferencia en el mundo de la ilustración.
Y es que su nivel de detalle y rigor, como decíamos, no fue vuelto a alcanzar hasta mucho tiempo después. Sus ilustraciones marcaron un antes y un después en el mundo científico. Otra de las grandes innovaciones de las hermanas al mundo de la ilustración científica viene de mano de Anna, la mayor, que dibujó por primera vez el cuerpo de babosas y caracoles vivos.
Puede parecer anecdótico, pero hasta entonces, el interés de los moluscos estaba exclusivamente en la concha, creyendo que el cuerpo era prácticamente idéntico en todas las especies. Los dibujos de Anne demostraron que no es así, ni mucho menos, y lo hizo dos siglos antes de que nadie volviera su atención a los moluscos vivos (no a su disección).
Pero lo más importante de todo es que esta manera de observar, ilustrar y detallar las observaciones, con la habilidad de Anna y Susanna, supervisadas por Martin, plantó la semilla del empirísmo naturalista que sobrevendría en la ilustración científica. Un espíritu en el que la ciencia se centra en el detalle y la precisión absoluta, buscando respuestas.
Enterradas y olvidadas por la sociedad
Cuando se presentó el Historiae Conchyliorum, la obra fue de máximo interés para los naturalistas de la época. Aunque las anotaciones indicaban claramente la autoría de las hermanas, esto fue pasado por alto como un mero detalle de Lister a sus hijas. Con el tiempo, las planchas fueron usadas para publicar otra vez las obras o ilustrar otras obras, atribuyendo el trabajo únicamente a Martin Lister.
El nombre de Anna y Susanna fue deliberadamente olvidado. Solo algunas reminiscencias recordaban a las dos brillantes jóvenes. Así lo cuenta Anna Marie Roos, una investigadora e historiadora que trabaja rescatando el nombre y la obra de personas como las hermanas Lister. Roos, que se centra en describir los secretos del arte de la ilustración de estas obras, cuenta cómo tuvo que buscar entre efectos personales, polvorientas cajas y libros escondidos para dar con las planchas de cobre originales, los bocetos y otros documentos de interés.
Roos consiguió sacar a la luz algunos detalles de la vida de estas dos hermanas, cuyo destino se pierde en el tiempo. Probablemente esto se deba a que el importante nombre de su padre, vicepresidente de la Royal Society, médico de la reina e investigador eminente, eclipsó su figura.
O tal vez solo se deba a la actitud de una sociedad en la que el principal papel de la mujer era ser madre. Probablemente se deba a las dos cosas y a mucho más. En cualquier caso, estas dos jóvenes marcaron, sin saberlo, un hito en el mundo de la ilustración. Sin desmerecer la orientación y el trabajo de su padre, por supuesto, sus figuras marcarán para siempre un momento hermoso en la historia de la ciencia, aderezado con dibujos y grabados aún más bellos.
Imágenes | Anna Marie Roos / Royal Society
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La noticia
Las dos primeras mujeres que dibujaron lo que veían por el microscopio revolucionaron la ilustración científica para siempre
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Santiago Campillo
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