Una semana más, nos hacemos eco de uno de esos peliculones, curioso, preciado, peculiar y, sobre todo, inédito en nuestro país. Parte selecta del siempre agradecible catálogo de la finiquitada edición del Atlántida Film Fest 2017, concretamente de su sección “Educación”, es esta coproducción Israel-Palestina, que bien cabe dentro de nuestra vieja serie –como vemos, creciente– de Pandillas Aventureras, concretamente en el capítulo en el que se habla de quienes servidor dio en llamar los Niños de Ley.
Y es que Land of the Little People (Medinat Hagamadim. Yaniv Berman, 2016) es de Pandillas Aventureras de primer orden y nivel. En Filmin la ofertan como una suerte de Strangers Things a la israelí, aunque no tiene nada de fantasciencia –será porque van en bici, aunque sólo tengan una para todos–. El debut en el largometraje de Yaniv Berman pertenecería con justicia a la fórmula del menor temerario, si bien es cierto que su discurso y explicitud de formas la convierten en un objeto para público adulto. Eso sí, las referencias están ahí, y en Land of the Little People se puede encontrar guiños que viajan desde La guerra de los botones (La guerre des boutons. Yves Robert, 1962) o El Señor de las moscas (Lord of the Flies. Peter Brook, 1963) a El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973), ojo, pasando incluso por Cuenta conmigo (Stand by Me. Rob Reiner, 1986) o Terminator 2 (Terminator 2: Judgment Day. James Cameron, 1991). Eso sí, todo muy bien metido, muy trufa’o y bien contado, quedando en capas inferiores que no interfieran en el thriller a contar, de corte indudablemente político.
Eso sí, la rudeza con la que comienza la primera secuencias es de un áspero más parecido a las historias de Achero Mañas –¿recuerdan su cortometraje multigalardonado, falso documental, titulado Cazadores (1997)?–. Ahora bien, el nivel de lija en la película que nos ocupa sube hasta niveles de ultraviolencia, en una constante metáfora sobre la cultura bélica de un país en tangana constante. Esas pugnas y escaramuzas que ya hemos globalizado en nuestra mente, etiquetándolas todas juntas con ese recurrente título como el “Conflicto de Oriente Medio“. Tradición militar que, desde luego, deja por los suelos el nivel de peligro real de los Littles Rascals, Los Goonies, o cualquier chiquillo investigador de los de Enyd Blyton.
Medinat Hagamadim –que se titula la cinta en su hebreo original– arranca con la misma tenacidad y crudeza que La Caza (Carlos Saura, 1966), de hecho, creo que no es casual. Ya me dirán ustedes qué piensan- y, de ahí, para arriba. O sea que no es mal indicativo si se conmueven demasiado, o incluso si se me marean con la primera secuencia que, créanme, si su estómago no la soporta y sus niveles de credulidad le hacen sufrir en lugar de entretenerse, mejor no siga con el filme. Y servidor no se quiere referir a ningún gore ni casquería del tres al cuarto.
En absoluto. La violencia de Land of the Little People viene especificada sin píxeles llenos de fillage ni efectismos de sonidos exagerados. Aquí las lesiones, e incluso el matarile, son crudos-crudos como el frío invierno, que dijera aquel inglés, aunque transcurran al lado del desierto, bajo una solana que noquea. Adrenalínica sin adoptar jamás la narrativa del cocktail hollywoodiense, Land of the Little People es reposada y contemplativa. Hay demasiadas capas que leer y no puede transcurrir todo ante nuestros ojos a velocidad supersónica.
Y es que, absolutamente nada, acontece a ninguna velocidad en la urbanización para militares de los suburbios más periurbanos, donde se alojan sus familias mientras ellos hacen la guerra. Nada, salvo los constantes carrerones que se pega la chavalería, hijos de los soldados, perturbando el tedio lleno de grillos y cigarras, allá donde Cristo perdió la sandalia. Otra guerra ha estallado en Israel, y el escenario solo deja a la vista casas de alto standing levantadas en medio de la arena, todas con su mujer preocupada frente a las noticias de la televisión, y su jardinero en edad de jubilarse.
En este alegre resort viven Chemi (Lior Rochman), Tali (Mishel Pruzansky), Yonatan (Amit Hechter) y Louie (Ido Kestler), una niña y tres niños que solo cuentan con un gigantesco centro comercial como medio de entretenimiento. Por eso, hace tiempo que han formado una especie de logia asalvajada, en la que se entretienen jugando a la guerrilla, al aborigen prehistórico y a saber Dios qué más. Estos cuatro chavales, sin vigilancia ni supervisión de ningún adulto, acechan entre los arbustos pertrechados con arcos, flechas, venablos y ballestas, matando animales y allanando propiedades militares abandonadas. En el culo del mundo no hay nada que hacer, y además hay mucho monte propicio para la privacidad. Pero sus aventuras y barrabasadas dan un inesperado giro cuando encuentran su santuario, su base de operaciones y templo sagrado, ocupado por dos mayores.
Tanto espíritu aventurero les llevará a curiosear donde no se debe, lejos de cambiar de base, no se les ocurre otra cosa que saquear las pertenencias de los okupas. Estos son Yaron (Maor Schwitzer) y Omer (Ofer Hayoun) dos desertores del ejército, más cortos que el miembro de un virus, que no van a consentir, de ninguna manera, que los críos delaten su escondite antes de que su contacto llegue a la zona para recogerles con un vehículo. Por su lado, Chemi, Tali, Yonatan y Louie, la alegre pandilla, tampoco piensa quedarse de brazos cruzados, dejándose humillar por unos cobardes de la pradera que han huido de un conflicto en el que sus propios padres están jugándose la vida. Puede imaginárseme usted ya, la que se puede preparar en esta tesitura y la aventura trepidante de peligro y suspense que puede llegar a montarse.
Y ya paro aquí con la sinopsis, ¿no? No querrán que les describa cada punto de giro, cada trama secundaria y cada susto y sorpresón, que la peli anda repleta. Que esto puede que empiece como el filme de Rob Reiner anteriormente citado, pero se convierte en un Deliverance – Defensa (Deliverance. John Boorman, 1972) de padre y muy señor mío, o casi-casi en una subversión del clásico patrio ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976). Como Perros de paja (Straw Dogs. Sam Peckinpah, 1971) a la israelí, o como El Rosario de La Aurora, lo que usted prefiera. Estos guajes llevarán el concepto de “Conflicto de Oriente Medio” a una nueva definición, cuatro pueblos más allá de lo que dos soldados profesionales del Primer Mundo pueden soportar.
Land of the Little People (Medinat Hagamadim. Yaniv Berman, 2016) es un slasher político, un thriller psicológico, un western fronterizo, la enésima adaptación de El malvado Zaroff, cine bélico, cine de autor para todo el mundo… Es, verdaderamente, otro imperdible del Atlántida de este año.
Debutan, tanto los críos como el director, en un filme que ya ha dado lo suyo que hablar y que ha supuesto un absoluto éxito en su Israel de origen –mucho shekel ahí–. Una producción ajustada, por momentos austera, pero jamás pobre. De esos thrillers que juegan con las atmósferas y los ambientillos creados, y con la desesperación que genera una narrativa continuamente en suspense, tanto en el relato de género principal, con el drama de las tramas secundarias. De esos filmes tan bien construidos que escapan a su posible (en éste caso lo hay) discurso político para poder ser deglutidos con toda la atención volcada en el suceso que lo vertebra todo.
Flechas, balas, escombros, astillas, ramas, alimañas, peleas, persecuciones, metal oxidado, calor asfixiante, incertidumbre, paroxismo familiar, angustia preteen, trampas y cepos, un pozo abandonado que no parece tener fondo… Y el comando de turno son unos niños de todo punto vulnerables, haciendo uso de la violencia más básica del ser humano, esa de arma rudimentaria que parte del absoluto ingenio.
Desde luego, este extraordinario debut entra con absoluta justicia en el ranking de nuestra serie sobre Pandillas Aventureras. Entra cum laude, como uno de los títulos excelsos, a la altura de esa maravilla del noveno arte titulada El último recreo (Carlos Trillo, Horacio Altuna. Toutain Ediciones, 1983-1984) que ya les desarrollamos en su fascículo pertinente. Por cierto, si quieren echarle un vistazo al catálogo, porque le esté interesando el tema, puede pinchar aquí que lo tiene todo, lo que mola y lo que no.
Land of the Little People (Medinat Hagamadim. Yaniv Berman, 2016) estuvo presente en la Sección Oficial del Festival de Cine de Roma trincando los Premios Fenix al Mejor Director y a la Mejor Película, que no están nada mal. Aquí no llegó a estrenarse nunca en los no se estrenó en salas españolas, pero Filmin la recupera para usted en este sacrosanto festival al que deseamos infinitas ediciones.