A estas alturas dudo mucho que quede alguien que no sepa que el lunes a primera hora de la mañana ya sabremos la identidad de los ganadores de los Oscar. En el caso de mejor película sería una sorpresa histórica que no ganase ‘La ciudad de las estrellas – La La Land’, mientras que en otras categorías también hay favoritos más o menos claros como ‘Zootrópolis’ (‘Zootopia’) en el de mejor cinta animada del año.
Una de sus competidoras por esa preciada estatuilla es ‘La vida de Calabacín’ (‘Ma Vie De Courgette’), una producción europea realizada con animación por stop-motion que llega hoy 24 de febrero a los cines españoles. Algunos verán su presencia en la carrera por el Oscar como una simple anécdota, pero estamos ante una película excelente, bellísima y con una delicadeza envidiable a la hora de tratar temas un tanto peliagudos.
Una propuesta tan delicada como decidida
Lo primero que llama la atención de la animación es que los diseños casi parecen salidos de la mente de un niño, combinando una sencillez evidente con una imaginación desbordante. Es cierto que eso le impide alcanzar el espectacular estilo de ‘Kubo y las dos cuerdas mágicas’ (‘Kubo and the Two Strings’), pero es que tampoco quiere jugar, sino conseguir un complicado equilibrio a la hora de poder hablar directamente con los más pequeños de la casa sin obviar en ningún momento al resto de integrantes de la familia.
Por ello, es cierto que el guion firmado por Céline Sciamma, Germano Zullo, Claude Barras, también director, y Morgan Navarro tiende al blanco y negro a la hora de definir a los personajes, dejando muy claro quién representa la bondad -sólo hay un caso que al principio parece una cosa pero rápidamente acaba mostrando su verdadera cara, dejando claro que lo otro no es más que un mecanismo de defensa ante sus propios problemas- y quién es simplemente malo, sin más matices.
Ese es el peaje que exige la película -más allá de eso solamente hay un detalle de guion, vital para la evolución de la historia, un tanto cuestionable-, pero no es uno insalvable. Lo que realmente le interesa a Barras es ver cómo su protagonista lidia con la pérdida de su madre, huyendo de todo tópico negativo asociado a los orfanatos para optar por potenciar el vínculo que surge entre los niños allí presentes.
El envidiable equilibrio de ‘La vida de Calabacín’
Es verdad que no faltan detalles dolorosos a poco que uno se pare a pensar en ellos -la niña que acude a la entrada siempre que llega alguien en coche pensando que es su madre-, pero Barras nunca los subraya en exceso, optando por un acercamiento normalizado. Ese es su mundo ahora y simplemente hacen todo lo posible por sobrellevar el hecho de no tener a nadie que los quiera e incluso disfrutarlo a su manera.
La llegada de Calabacín nos permite conocer todo el proceso y ver cómo se va adaptando paulatinamente a su nueva forma de vida, pero es la aparición posterior de Camille la que produce un cambio real en él al descubrir esas renovadas ganas de vivir que se sienten durante el primer amor. Es ahí donde ‘La vida de Calabacín’ se convierte en un triunfo aún mayor, ya que logra unir con una naturalidad aplastante el tumultuoso pasado de ambos con la relación cada vez más estrecha que les une.
Todo se expone además de una forma clara y concisa -apenas se supera la hora de metraje-, evitando pararse más de lo necesario en nada sin que por ello llegue a dar nunca una sensación de urgencia innecesaria. Además, Barras consigue dotar a la película de un tono que recuerda de forma inexorable al de un cuento infantil, pero abordando de una forma envidiable temas muy complejos e inhabituales en una producción pensada para niños.
Con todo, ‘La vida de Calabacín’ es una propuesta luminosa y optimista que simplemente no tiene miedo a incidir también en detalles más oscuros, pero lo hace para seguir hacia delante con la vida de sus protagonistas. Es verdad que algunos personajes podrían estar más definidos -por ejemplo, los adultos del orfanato-, pero esta no es su historia y con ello solo conseguiríamos desviarnos del relato central sin ganar nada realmente relevante.
En definitiva, ‘La vida de Calabacín’ es una película estupenda, un relato lleno de sensibilidad que sabe exactamente lo que quiere y cómo mostrarlo. Es cierto que hay algunos detalles que pueden chocar desde una óptica adulta, pero la cosa cambia si nos paramos un momento a intentar verlo desde la inocencia infantil que la caracteriza. Tampoco le daría el Oscar, pero sí que recomendaría sin miedo su visionado a cualquiera.
Crítica de Lucía Ros en Blogdecine: Festival de Gijón 2016 | Sobre la infancia y la mujer en la política