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jueves, diciembre 26, 2024
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La Ley Seca, la era de la prohibición en Estados Unidos

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"Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y modales limpios. Los barrios bajos pronto serán cosa del pasado. Las cárceles y los correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno". Así se dirigía el 16 de enero de 1920 el reverendo Billy Sunday –un antiguo jugador de béisbol convertido al evangelismo militante– a una multitud de 10.000 personas que celebraban con él el funeral de John Barleycorn (nombre del whisky en argot) y se regocijaban con los benéficos efectos de la ley que prohibía la manufactura y distribución de bebidas con más del 0,5 por ciento de alcohol.

Aquel "noble experimento", como lo calificaron sus promotores, no fue privativo de Estados Unidos (EE. UU.), ya que en la misma época otros países nórdicos y protestantes (Noruega, Finlandia, Suecia, ciertas dependencias de Dinamarca…) adoptaron medidas que restringían el consumo de alcohol. Pero en EE. UU. esta legislación se mantuvo durante mucho más tiempo –trece años– y tuvo consecuencias catastróficas, entre ellas el aumento rampante de la criminalidad y la corrupción política. ¿Cómo pudo triunfar en la nación más dinámica del planeta, con 106 millones de habitantes, una iniciativa tan radical?

Las amenazas: emigración y alcohol

Para comprender cómo EE. UU. se entregó a semejante experimento hay que retroceder hasta una época en que muchos americanos rechazaban las transformaciones que sufría su país, intensificadas por la Primera Guerra Mundial. Oleada tras oleada de inmigrantes del sur y el este de Europa –de predominio católico (italianos, irlandeses, polacos…) o judíos–, muchos de ellos portadores de ideas revolucionarias, se asentaban en las grandes ciudades de la costa Este, como Boston, Nueva York o Filadelfia, mientras que decenas de miles de negros del sur se instalaban en los núcleos industriales del centro del país, como Chicago o Detroit, que vivieron un fuerte auge vinculado a la industria bélica.

La América rural reaccionó abrazando los valores tradicionales WASP –siglas en inglés de "blanco, anglosajón y protestante"

Esta avalancha disparó el recelo de las pequeñas ciudades rurales del interior frente a los grandes núcleos urbanos de la periferia, donde los extranjeros aparecían asociados a la delincuencia –con bandas que operaban en los barrios étnicos de las grandes ciudades– y al radicalismo político (cabe recordar el Red Scare o "Pánico Rojo" que entre 1917 y 1920 se apoderó de la sociedad norteamericana).

La América rural que se sentía amenazada reaccionó abrazando los valores tradicionales WASP –siglas en inglés de "blanco, anglosajón y protestante"–, una respuesta conservadora sustentada en los valores del evangelismo (un fundamentalismo protestante) y en un ambiente xenófobo y racista, de nativismo autoctonismo agresivo que se manifestó en leyes dirigidas a frenar la inmigración de Europa meridional y oriental, en el auge del Ku Klux Klan o en la misma Prohibición.

Por entonces, la cerveza había desplazado al whisky como bebida alcohólica más consumida (representaba el 60 por ciento del consumo de alcohol) y reinaba en los saloons, los bares o tabernas que funcionaban a modo de club social para los trabajadores inmigrantes, quienes en estos locales podían disfrutar de comida caliente, recibir el correo, llamar por teléfono o guardar sus objetos de valor. En los saloons, además, se celebraban reuniones políticas, y en muchos de ellos se jugaba, se concertaban los servicios de prostitutas, etc.

Así las cosas, esta cultura del saloon concitó el rechazo del protestantismo reformista más militante. Lo encabezaban las mujeres, abanderadas en la campaña por la prohibición del alcohol (ya que eran sus esposos quienes se gastaban el jornal en bebida), pero también otros grupos que compartían el afán evangélico de purificación de la sociedad, como los que luchaban contra la prostitución y la pornografía, entidades como la Sociedad Neoyorquina para la Supresión del Vicio, fundada en 1873 por Anthony Comstock, o la Young Men’s Christian Association (YMCA, Asociación Cristiana de Jóvenes). Los saloons, pues, eran vistos como un foco de podredumbre, de vicio y delincuencia, males sociales que aparecían vinculados a extranjeros, en su mayoría católicos, de ahí que el racista Ku Klux Klan también apoyara la prohibición del alcohol.

Un triunfo feminista

No es de extrañar que en un mismo año, 1920, se hicieran ley dos enmiendas a la Constitución, tras ser aprobadas por una mayoría de estados: la 18.ª, que prohibía la destilación y comercialización de alcohol, y la 19.ª, que concedía el voto a la mujer. Ambas constituían sendos triunfos del feminismo organizado, que reclamaba el sufragio desde la década de 1860. El activismo del movimiento en pro de los derechos de la mujer también había insistido en la supresión de las bebidas alcohólicas por ser causa de agresiones habituales de hombres borrachos a sus esposas e hijos, así como una causa de pobreza endémica para las clases pobres al destinar sus recursos a mantener su adicción en vez de favorecer el bienestar de las familias. Desde la década de 1870, la Women’s Christian Temperance Union (WCTU, Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza) inició una potente campaña para prohibir el alcohol en apoyo de la iniciativa tomada en 1869 por el Partido Prohibicionista.

En la década de 1890, esta agitación fue eficazmente reforzada por un grupo de presión muy bien organizado: la Anti-Saloon League. Mientras se asaltaban los antros de perdición alcohólica con oraciones –y a veces literalmente, como hizo a comienzos del siglo XX la famosa activista Carrie Nation con su hacha rompetoneles–, creció el número de prohibicionistas y su influencia política, hasta alcanzar la Casa Blanca. El presidente Benjamin Harrison (1889-1892) y su mujer Lucy eran teetotalers, esto es, T-total (Temperance-total, completamente abstemios) y no sirvieron alcohol de ningún tipo en la mansión presidencial. La opinión católica, minoritaria, inmigrante y urbana, se opuso a la ilegalización de la venta de alcohol, y los demócratas que la representaban en el norte fueron tachados de ser el partido de Rum, Romanism and Rebellion, es decir, del ron, el catolicismo romano y la rebelión.

Mares de alcohol

En 1920, la Prohibición supuso la abolición radical de todo tipo de alcohol (cerveza, vino, destilados de alta graduación…), con ciertas excepciones, como el vino litúrgico de curas católicos y rabinos judíos (los luteranos usaban mosto o zumo filtrado de uva). La nueva norma constitucional se convirtió en un problema geopolítico, pues Estados Unidos estaba rodeado de productores de brebajes potentes. Canadá producía su propio whiskey con algo de rye (centeno). Las islas caribeñas bajo dominio británico, de Jamaica a Barbados, producían ron de caña, y las Bahamas eran un punto natural de contrabando a sólo 50 millas náuticas de la costa estadounidense. Cuba, a 90 millas del extremo de Florida, manufacturaba ron, como las islas francesas y holandesas del Caribe. México, al otro lado del río Grande, fabricaba tequila y mezcal.

Para importar alcohol clandestinamente sólo hacía falta algo de dinero para comprar la bebida y disponer de un camión o una lancha rápida. El negocio era seguro, con beneficios fabulosos dado el bajo coste de la mercancía en el punto de origen y el precio que miles de sedientos consumidores estaban dispuestos a pagar. Surgieron así los negocios criminales que proporcionaban alcohol, un bien que la sociedad urbana deseaba con ahínco aunque fuera ilegal: en la ciudad de Nueva York se pasó de 15.000 saloons antes de 1920 a 32.000 speakeasies o bares ilegales poco después.

Las bandas (gangs, de donde proviene la palabra gánster) surgieron según una pauta de asociación étnica: italianos, irlandeses, judíos…

Para montar una red que proporcionara bebida de contrabando bastaban algunos hombres fuertes y de confianza, una inversión inicial y armas de saldo provenientes de antiguo material de guerra. La actividad de las bandas –el tráfico en camión o lancha, la distribución de la mercancía en áreas urbanas– se ciñó primero a un ámbito muy local, pero pronto surgieron rivalidades y conflictos por el control del territorio. Las bandas (gangs, de donde proviene la palabra gánster) surgieron según una pauta de asociación étnica: italianos, irlandeses, judíos…

Las relaciones entre ellas eran complicadas. Por ejemplo, en Chicago y Nueva York, los centros más importan-tes de distribución de alcohol, los sicilianos tomaron el control, pero en Detroit, ciudad fronteriza, los judíos del Purple Gang"llevaban la voz cantante ya antes dela Ley Seca. Las luchas entre bandas dieron paso a un concepto empresarial del crimen: el entendimiento de italianos, judíos e irlandeses para reconocer zonas de predominio con el consiguiente reparto de beneficios. Esto es lo que, hacia 1929, la prensa llamó "el sindicato", The Syndicate: el crimen organizado, que reemplazó lo que hasta entonces se conocía como The Mob, la actividad criminal.

Y es que no todo se podía resolver con una metralleta Thompson. La necesidad de acuerdos se había hecho patente después de que la violencia desatada por el control de Chicago culminara en la Matanza de San Valentín –el fusilamiento de cinco hombres en un garaje–, con la que, el 14 de febrero de 1929, un ya famoso Alphonse Al Capone quiso deshacerse de su rival irlandés Bugs Moran. La brutalidad del crimen, su repercusión mediática y la manifiesta impunidad con que actuaban los criminales en aquella ciudad obligaron al Gobierno federal a intervenir, y la poderosa red de Capone sufrió una relativa desarticulación, con su jefe encarcelado por evasión fiscal, el único delito que se le pudo imputar.

Hasta entonces, Capone había disfrutado de la inmunidad que le garantizaban sus sobornos a policías y políticos locales, hasta el punto de que dio personal y públicamente una paliza al alcalde de Cicero (el municipio donde residía, contiguo a Chicago) cuando éste se atrevió a tomar una decisión sin consultarle. Y es que la abundancia de dinero en manos de los gánsteres –Capone ganaba más de 60 millones de dólares anuales– les permitía corromper desde agentes de la ley hasta autoridades de cualquier nivel. El Departamento del Tesoro, responsable al principio de la lucha contra el tráfico de alcohol, tuvo que despedir a 706 de sus agentes e imputar a 257.

Un inmenso fracaso

A la falta de medios y la corrupción de las autoridades se les sumó algo peor: buena parte de la opinión pública, en especial la de las grandes ciudades, consideró la Prohibición como una imbecilidad impuesta a urbanitas sofisticados por paletos de retrógradas creencias religiosas. El ambiente creado favoreció el desprecio por la ley: de entonces data el término scofflaw, –de scoff, "burla", y law, "ley"–, que designa a quien hace caso omiso de las exigencias legales. Y también generó una alcoholización masiva de la sociedad. Los jóvenes urbanos –y en especial la juventud universitaria– convirtieron la bebida en un pasatiempo divertido, y el estar bebido, en un estilo de ocio elegante, ejemplificado por el novelista Francis Scott Fitzgerald y su esposa Zelda, ambos permanentemente ebrios.

Franklin Delano Roosevelt, elegido con una abrumadora oleada de apoyo, en marzo de 1933 legalizó la cerveza

En el año 1927 era del todo evidente que el "noble experimento" había resultado ser un inmenso desastre. ¿Pero quién iba a admitirlo políticamente? En las elecciones presidenciales de 1928, el gobernador de Nueva York, Alfred E. Smith, fue escogido como candidato demócrata. Era wet, "húmedo" (es decir, contrario a la Prohibición) y católico. En unas elecciones traumáticas, Smith perdió ante el candidato cuáquero Herbert Hoover, un protestante que no estaba dispuesto a perder capital político haciendo concesiones a las demandas de los bebedores.

Finalmente, en los comicios presidenciales de 1932, el sucesor de Smith como gobernador neoyorquino, Franklin Delano Roosevelt, se presentó como defensor del cambio. Elegido con una abrumadora oleada de apoyo, en marzo de 1933 legalizó la cerveza con un contenido alcohólico del 3,2 por ciento (lo que hoy diríamos light), y el vino o la sidra igualmente ligeros. Por fin, en diciembre, una nueva enmienda constitucional, la 21.ª, anuló la 18.ª, y los ingresos derivados de los impuestos sobre el alcohol engrosaron los recursos del Gobierno en la lucha contra la Gran Depresión, que entonces causaba estragos en el país.



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