Es la gran noticia del día en lo que a actualidad política se refiere. La Audiencia nacional acaba de dictar sentencia en el caso Gürtel. Francisco Correa ha sido condenado a 51 años de cárcel y Luis Bárcenas ha sido condenado a 33 años. Estos datos ya podrían convertirse en un serio problema para el Partido Popular y para su reputación, pero la sentencia le ha dado un hachazo mucho más directo en su reputación corporativa. La sentencia también condena al PP, al considerar probado que el partido a modo de persona jurídica se benefició de la trama. El partido se convierte así en el primer partido político en el poder en España en ser condenado por corrupción.
El partido político ya ha intentado salir al paso, señalando en declaraciones de su líder – y presidente del gobierno – que ellos son algo más que «esos casos aislados» y también anunciando que recurrirán la sentencia. Y, aunque están intentando desvincularse de los protagonistas de la trama (un claro movimiento de contención de crisis y de sus efectos), es inevitable que esta tenga un impacto y que lo tenga todavía más si las cosas no cambian en el futuro. Es probable que su imagen de marca no sea capaz de resistir muchos más envites.
«La duda es si hemos tocado fondo, o hay más asuntos de corrupción que van a seguir saliendo», era lo que lamentaba un dirigente del partido, hablando sobre los casos Gürtel, Lezo, Púnica o Brugal o la reciente detención de Eduardo Zaplana, como publicaba El País. «Si esto sigue así, es imposible recuperar [el terreno electoral]», añadía el político en cuestión.
Y es que el impacto de todos los casos de corrupción, de los casos judiciales y de las detenciones mediáticas está lastrando su imagen pública. El Partido Popular está en medio de una debacle no solo de identidad, sino también en términos de marca y de valor de la misma.
Se han ganado la desconfianza de los ciudadanos
La mejor manera de medir cómo su imagen está en una situación de profunda crisis puede estar en las encuestas de intención de voto. Durante los últimos años, en general, el modelo político que había dominado la agenda en España, en la que dos partidos políticos fuertes se acaban alternando en el poder, ha entrado en crisis. Los nuevos partidos no solo han irrumpido en la agenda, sino que además han crecido en peso y en poder. El agotamiento causado por la crisis económica también ha puesto en entredicho a los partidos tradicionales. El PP ha sumado a toda esta situación coyuntural su crisis de reputación, que ha tenido un impacto en cómo lo valoran los ciudadanos.
En el último barómetro del CIS, de hecho, los populares han conseguido el que sería su mínimo histórico en intención de votos, con un 24%. Sigue siendo el líder en las encuestas, según los datos del centro de estadísticas, pero lo es con una caída muy importante que hace que esté mucho más cerca de los otros partidos. Y, además, su caída está siendo, como apuntan los análisis de los datos, mucho más abrupta. Está cayendo de un modo mucho más rápido de lo que lo había hecho el otro partido ‘de toda la vida’, en PSOE.
Mariano Rajoy, líder del partido y presidente del gobierno, es además el peor valorado de los líderes de los principales partidos, con un 2,59 de puntuación. Para un 82,1% de los encuestados, además, no inspira confianza.
Su nombre, ¿se está convirtiendo en sinónimo de corrupción?
La prueba del algodón en reputación y en imagen está en hacer una rápida búsqueda en Google. Para que sea lo más aséptica posible y no esté influenciada por los anteriores comportamientos online lo más recomendable es hacerla en el modo espía del navegador.
Si se busca PP, el buscador arrojará en las primeras páginas links a la página oficial del partido, pero sobre todo muchas noticias sobre corrupción y sobre los problemas a los que se enfrentan. En la primera página de resultados está hoy al menos el titular que El Mundo Today, el periódico satírico, le ha dedicado a la sentencia. «El Gobierno de España huye a Bélgica tras la condena del PP por el caso Gürtel», aparece entre los primeros resultados de búsqueda.
Si se busca corrupción, el sistema de autocompletado del buscador ya ofrece PP como opción. Además de un par de links genéricos sobre corrupción, el resto de contenidos está ligado directamente al Partido Popular en la primera página de búsquedas.
El partido se enfrenta así a una profunda crisis en reputación y una que puede tener unas consecuencias muy importantes para su supervivencia futura. Es complicado encontrar un paralelismo entre la situación en la que se encuentra y alguna otra historia en el pasado para establecer una predicción de a dónde podría llevarlos la crisis de imagen en la que se encuentra sumido.
Quizás se podría pensar en el Partido Republicano Radical, uno de los partidos que logró llegar al poder en la II República y que acabaría disolviéndose después de que le estallase en las manos un caso de corrupción, el caso del estraperlo. El propio presidente de la república – y líder del partido – tuvo que acabar dimitiendo por culpa del caso. Y aunque quizás es más difícil establecer el paralelismo, quizás ver cómo han afectado a las empresas algunos serios escándalos de reputación puede ayudar a imaginar cómo será el futuro. Para Volkswagen, por ejemplo, el ‘diselgate’ hizo que perdiesen en masa la confianza de los inversores.
Hacer una buena gestión de la recuperación
¿Se puede salvar la identidad de la marca y la reputación del Partido Popular? La respuesta a esa pregunta es muy complicada, hasta en cierto modo paradójica si se tiene en cuenta que uno de los escándalos en los que está sumido el partido es el de un desvío de fondos para trabajos de mejora de la reputación online.
Sobrevivir a una crisis de reputación es difícil en todos los ámbitos. Recuperar lo perdido lo es todavía más. Remontar el haberse hundido en cifras de mala reputación y de percepción negativa puede ser un trabajo titánico.
Para lograrlo, hay que tener muy claro qué se está haciendo y por qué y hay que hacer una buena gestión de imagen de marca y de recuperación. Lo que está claro es que con tirar balones fuera, contraatacar a los medios (la estrategia que se siguió en parte en el escándalo Cifuentes, denunciando a los medios que habían destapado la cuestión) y seguir siendo difusos y poco transparentes no es la solución, ni de lejos, al problema.