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jueves, diciembre 26, 2024
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Joan Fontcuberta y Pere Formiguera – ‘Centaurus Neandertalensis’, 1989

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Joan Fontcuberta (Barcelona,1955) es más que un fotógrafo y artista. Seguramente es uno de los teóricos claves para entender el desarrollo de la fotografía en el mundo contemporáneo. Leer sus diferentes ensayos es una magnífica manera de reflexionar sobre los fundamentos de la imagen y de analizar los pilares sobre los que se sustenta la construcción ideológica de la fotografía.

Fontcuberta también es un agitador, que para bien o para mal, sacude la mente de todos los que estamos relacionados con la fotografía, provocando reacciones encontradas, pero siempre enriquecedoras para salir del efecto narcotizante del “ombliguismo” corporativo. Entre los diez libros que todo estudiante de fotografía debería leer, siempre incluiría alguno firmado por el artista catalán.

La obra seleccionada nos va a permitir descubrir al Fontcuberta de los orígenes, que comenzó trabajando mano a mano con Pere Formiguera, uno ocupándose de la parte fotográfica, y otro, de la literaria. Fauna fue el segundo proyecto que realizaron juntos, después de Herbarium (1984), y se trata de la obra que le situó en la primera línea mundial del arte fotográfico. Siguiendo con el cuestionamiento de la verdad intrínseca que había sido otorgada a la fotografía desde sus orígenes, Fontcuberta y Formiguera crearon una apasionante e inventada historia.

Partieron del descubrimiento que habían realizado de los archivos del zoólogo alemán Peter Ameisenhaufen. Un investigador nacido en 1895 y desaparecido de manera enigmática en 1955. Gracias a sus investigaciones, habían sido halladas nuevas y extrañas especies, como el Ceropithecus icarocornu, mitad mono, mitad ave y unicornio, o el Pirofagus Catalanae, un dragón de origen catalán que había aparecido en la isla de Sicilia. Entre los documentos hallados, figuraban fotografías, estudios de campo, notas de trabajo e incluso audios de tan curiosos animales.

Esta gran farsa maquinada por los artistas fue expuesta como una gran instalación, donde los visitantes a la exposición podían contemplar todos estos documentos. Fontcuberta y Formiguera –nótese que Ameisenhaufen en alemán significa “homiguero” en castellano, “formiguer” en catalán…– realizaron una enorme labor de producción, otorgando al conjunto una extraordinaria veracidad estética y conceptual. Hasta colaboraron con un taxidermista para construir estos animales excepcionales. Y los nombres, como no podía ser de otra manera, estaban basados en el latín al igual que cualquier sesuda clasificación científica. La sensación era la propia de recorrer una exposición científica, a la que no le faltaba ningún tipo de detalle.

Joan Fontcuberta y Pere Formiguera – ‘Centaurus Neandertalensis’, 1989
‘Centaurus Neandertalensis’ © Joan Fontcuberta y Pere Formiguera, 1989

Se consiguió tal nivel de autenticidad que casi un tercio de los visitantes a la primera exposición de la obra, que tuvo lugar en 1989 en el Museo de Zoología de Barcelona, pensaron que los animales eran reales. Y este Centaurus Neandertalensis, la obra seleccionada, es una buena prueba de ello. Se nos presenta dentro de una imagen envejecida, con un encuadre fallido, donde Peter Ameisenhaufen o su ayudante Hans von Kubert, sujetan a esta sorprendente mezcla entre simio y centauro.

Esta obra estaba presentada en la exposición junto al propio animal disecado, dentro de una urna, y radiografías y notas de su anatomía. No faltaba ningún detalle, poniendo la perplejidad del visitante a prueba, e incluso hasta creando la duda entre los más escépticos.

Este juego entre verdad y mentira continuó en obras posteriores de Joan Fontcuberta, como Sputnik (1997), la ficticia historia del cosmonauta ruso Ivan Istochnikov. Un astronauta supuestamente purgado por el régimen soviético, y cuya vida es recuperada de similar manera que en Fauna.

En el caso de Ivan Istochnikov, la farsa construida por el artista catalán, llegó a darse por cierta en el programa ‘Cuarto Milenio’, presentando esta historia como verídica y enigmática. De nuevo, Joan Fontcuberta triunfando en esta pugna entre verdad y mentira, y demostrando hasta qué punto es fácil falsificar la historia partiendo de la fotografía.

Joan Fontcuberta ha demostrado a través de sus libros y de sus proyectos fotográficos, que no hay verdad más endeble que el consabido mantra de “una imagen vale más que mil palabras”. Y que ese ‘espejo de la realidad’ que otorgaba poderes casi míticos a la fotografía como prueba de la existencia de un hecho, es una mera ilusión óptica que se puede distorsionar en cualquier momento del proceso fotográfico, o incluso en la fase anterior o posterior a la toma.

Y esto lo dijo hace más de 30 años, cuando todavía la eclosión del procesado fotográfico digital no había llegado e Internet estaba en pañales. Si pensábamos que esta etapa de la historia nos iba a proporcionar una información más fiable y multidireccional, nada más lejos de la realidad. Ahí están las fake news y los bots trabajando sin pausa para dirigir la opinión pública en beneficio de un determinado interés económico o político.

La verdad es una mera construcción, al igual que la fotografía. Y nuestro grado de confianza en su significado, irá unido a la ética del autor y al contraste de las fuentes. Lo que puso de manifiesto Fontcuberta sigue hoy más vigente que nunca. No quiere decir con ello que tengamos que desconfiar de todo lo que se nos presenta delante de nuestros ojos, pero sí que es bueno utilizar la ‘duda razonable’ como forma de análisis semántico de la imagen.

Lo que vean esta conclusión como un ataque al valor de la fotografía, andarán muy lejos de la realidad. Si acaso es un ataque al valor de la fotografía como documento 100% veraz. Algo que nos abre las puertas también al maravilloso poder de la fotografía como documento artístico. Las posibilidades son enormes en este caso, y los ejemplos que han llegado desde estos trabajos de Fontcuberta han sido numerosos. Sin ir más lejos, esos exitosos Afronautas de Cristina de Middel, sobre una carrera espacial africana que nunca llegó a comenzar.

A Fontcuberta sólo le podemos pedir que siga con ese entusiasmo que le ha acompañado durante estos años. Sea hablando de la postverdad, diciendo que tiremos nuestras cámaras a la hoguera ya que estamos saturados de imágenes, o teorizando sobre la postfotografía cual pope de alguna secta milenarista, yo estaré escuchándole como se hace con los sabios de los que siempre se puede aprender.



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