La asociación Netflix y Marvel ha generado cierto buzz de “televisión de calidad” en el género de superhéroes que para el que esto firma tiene demasiado de eso que llamamos «hype» cuando no lo traducimos como lo que realmente significa. Esto es, series con un gran seguimiento social media, a rebufo de la marca Marvel de cine, que funcionan mejor en el boca-oreja que cuando uno se sienta y disfruta de lo que está viendo.
‘Daredevil’, ‘Jessica Jones’ y ‘Luke Cage’, con sus buenos momentos, sus escenas con altos valores de producción aquí y allá, han sido espectáculos con defectos muy fácilmente identificables. La insistencia del canal en hacer temporadas de 13 episodios en un formato que no exige tal rigidez hacen que todas se acaben resintiendo del mal más habitual en el boom general de series “de calidad” que estamos viviendo. Sobran minutos, sobran tramas y se intenta arreglar alargando momentos, creando paja innecesaria y atascando el ritmo invariablemente.
Iron Fist: otro superhéroe empresario y rico heredero
Si ‘Daredevil’ y ‘Jessica Jones’, las dos con más regularidad en la consistencia de sus episodios, ya muestran parte de ese problema en varios capítulos (Si fueran de 8 serían perfectas), en ‘Luke Cage’ el problema de las fisuras del formato se vio expuesto de manera clara. Fue una serie que no ha tenido tanto buzz negativo como la que nos ocupa, pero que muestra los problemas de querer hacer series adultas y multigénero sin tratar de dar una personalidad a cada una más allá del gimmick blaxplotation.
‘Iron Fist’ ha tenido un considerable vapuleo crítico, pero no nos engañemos, más que una consecuencia, es un reflejo de desgaste de una fórmula que, de por sí, no estaba dando los resultados artísticos que pretenden hacer creer. Los problemas de narración a través de los primeros seis episodios puestos a disposición de la prensa les convierten en un farragoso ejercicio de fe en que se implora si la cosa se va a poner movidita en algún momento. Pero para serles sincero, se podrían omitir en su totalidad si no fueran necesarios como puente para ‘Defenders’.
El muy blando Finn Jones protagoniza la serie como Danny Rand, un heredero de un imperio empresarial de varios billones de dólares. Danny regresa a Nueva York buscando recuperar su identidad. Un punto de partida muy ‘Arrow’ que no mejora la serie de DC. Danny ha pasado el tiempo recibiendo clases de artes marciales y misticismo asiático. Este detalle da lugar a las sonrojantes escenas de acción, que salen adelante gracias a la mala iluminación y el montaje ultra-rápido.
Desesperación narrativa
Danny es visto como amenaza empresarial por la nueva jerarquía del imperio Rand y por otra parte como el azote del crimen de la ciudad. Aparte de una mano que brilla con poder sobrenatural y con una fuerza increíble, no tiene mucho más poder. Pero ese no es el problema. Lo primero que se echa en falta es algo de autenticidad a nivel de calle. El rodaje de localizaciones en Nueva York, típico de este universo Netflix, aquí casi desaparece. Nada se percibe orgánico. El héroe no se integra con la ciudad de dónde sale.
Danny Rand es rico. Y no de la manera que es rico Tony Stark, que se ríe de su propia antipatía. Además del poco carisma de Jones, la mayor decisión de su personaje en los primeros episodios es aceptar un acuerdo de 100 millones o aguantar, indignado, para ver si recupera la porción de la empresa que le pertenece. Guau. Si fuera un nuevo reality de Trump me lo creería. El contraste de la opulencia con los flashbacks fugaces al Himalaya apestan a ‘Batman Begins’ (2005) pero en cartón piedra.
En resumen, otro millonario vigilante, un niño mimado que le da por la meditación y el tai chi contra villanos desdibujados y sin gancho, que para ser una serie de artes marciales, tiene peleas mal coreografiadas y demasiado breves, llevando el asunto hacia el drama corporativo genérico, hasta el sexto episodio, que la acción se mantiene algo más. Lo peor de todo esto es que se toma tan en serio como las películas de héroes “adultas” y tampoco hay un alivio cómico en el guion o en algún personaje secundario.
Lo peor de esta primera mitad de temporada de ‘Iron Fist’ es que no presenta claramente un arco u objetivo que se pueda describir fácilmente. Sin embargo, ya se ha cuestionado si el héroe está o no está loco, una presunción estructural que funciona cuando se sugiere desafiar lo que creemos que sabemos acerca de un personaje y que aquí se propone antes de que realmente sepamos algo sobre el personaje. Problemas de ritmo frustrantes que dan lugar a un espectáculo aburrido que se toma una eternidad para que pase cualquier cosa. Prescindible.