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sábado, noviembre 23, 2024
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'Igelak', la rana y el escorpión

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En una de las mejores películas de Neil Jordan se cuenta la fábula de la rana y el escorpión, que habla sobre la incambiable naturaleza de cada uno. La rana siempre será una rana, alguien muy útil y de quien sacar provecho; el escorpión será siempre un escorpión, o sea, un hijo de puta. Para Patxo Tellería este mundo está dividido entre infinidad de ranas y unos pocos escorpiones que lo terminan jodiendo todo, en palabras del propio director.

‘Igelak’, o lo que es lo mismo ‘Ranas’, incide en clave de comedia, en la crisis financiera que tantas alegrías está dando a unos pocos que nos miran desde sus púlpitos manchados de corrupción y con el cerebro lleno de destructiva avaricia. Me refiero, cómo no, a banqueros y políticos, entre otras especies animales. Tellería, en su tercer largometraje, ha abordado el espinoso tema desde una perspectiva buenrollista, con muchas canciones y un mensaje positivo. Claro que sí. Como la vida misma…

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Tal vez Tellería ha optado por el tono alegre, por la risa, a veces la carcajada, porque el lamento a nadie gusta. Haciéndonos eco de aquel olvidado, injustamente, film de Alberto Lecchi ‘El dedo en la llaga’ (1996), un espectacular Karra Elejalde decía “reírse en la cara de quien te quiere joder, aunque te joda, es una forma sublime de resistencia; contra la risa no pueden”. Bien puede aplicarse a la situación, aunque haya que armarse de mucho valor.

‘Igelak’ se ríe de ello. Por supuesto no se burla de nada, eso sería imperdonable y vergonzoso. Cierto es que utilizar la carcajada como bálsamo a problemas de envergadura —me basta citar “preferentes” para que a muchos se les acabe, con razón, el sentido del humor— puede herir sensibilidades, incluso enfadar. Muchas veces hay que pasar por el problema en cuestión para saber bien de lo que se habla. Tellería lo ha hecho con respeto, o eso creo, aunque no ha rascado demasiado.

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Contra la música no pueden

‘Igelak’ se beneficia, y mucho, de la simpatía natural de Gorka Otxoa, capaz de hacer “accesible” a un banquero corrupto. Él solito lleva el peso de todo el film, la historia gira casi siempre alrededor de su personaje. Hay historias secundarias, pero que carecen de interés al caer en muchos tópicos. Probablemente la mejor tratada sea la de Paco (Josean Bengoetxea), el vendedor de paraguas con el que el guion comete en cierto instante un pequeño truco que a punto está de hacer virar el film hacia el drama.

Precisamente cómo se resuelve esa secuencia —que personalmente me recuerda a una muy impactante en ‘Crash’ (íd., Paul Haggis, 2004)— resume las intenciones de Tellería. Se puede partir de cero. Se puede volver a empezar. El resto se llena con la historia de Pello (Otxoa), banquero que huye de la justicia y cambia de identidad terminando en una asociación de desahuciados que luchan por sus derechos. Esto acerca el film a la comedia clásica de enredo, aunque sea por poco tiempo.

Al igual que en el anterior film protagonizado por Otxoa, el divertido ‘Los miércoles no existen’ (Peris Romano, 2015), la música toma el protagonismo no pocas veces. El grupo vasco de Gernika Gatibu se encarga de la banda sonora de la película en sus momentos más amables o convencionales. Animan la función, pero creo que no lo necesita, creo que subraya demasiado el tono desenfadado de la propuesta. De cómo la cámara se enamora de Miren Gaztañaga hablaremos otro día.



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