Simplon es una organización sin ánimo de lucro de origen francés que se dedica a formar a personas en riesgo de exclusión social en el desarrollo web desde 2013. Tiene una red de 42 escuelas en todo el mundo y ha formado a más de 2.600 personas vulnerables. Este sistema ha llegado a España hace relativamente poco, y lo ha hecho de la mano de Factoría F5. Hemos tenido la oportunidad de hablar con ellos y con su primera promoción de coders (nombre que reciben sus alumnos) para conocer qué hacen, cómo lo hacen y cómo aprender a programar les ha ayudado en sus vidas.
Factoría F5 fue fundada por Guillaume Thureau, Stéphanie Marze, Ali Siam y David Picó, que ya conocían las escuelas de segunda oportunidad pero querían ir «un paso más allá». Su idea era sencilla: «usar la tecnología como vehículo para la inclusión social» con el fin de «demostrar que el talento del futuro posiblemente no se parece a lo que muchos imaginan».
Los bootcamps de 4.000 euros no están al alcance de todos
Según nos cuentan, en Barcelona «el sector digital está en alza», por lo que los bootcamps están a la orden del día. Este tipo de formaciones son de carácter intensivo que se llevan a cabo en una academia durante nueve semanas, 12 horas al día. Sin embargo, «son todos de pago y están entre los 4.000 y los 9.000 euros. No había nada gratuito, por lo que se ha dejado a una gran parte de la población sin posibilidad de aprender las tecnologías que están solicitando ahora mismo». Para salvar esta brecha, los chicos de Factoría F5 replicaron el modelo de Simplon en Barcelona.
Este modelo se centra en la formación para FullStack Developer, permitiendo al coder dominar tanto el back end como el front end y la interfaz de usuario. Para ello ofrecen una «formación totalmente gratuita, intensiva y presencial de ocho horas al día durante siete meses» que tiene lugar en un coworking local. «No es necesaria ningún tipo de experiencia previa, pero no queremos engañar a nadie: es intenso, aunque la metodología se adapta a las necesidades de cada uno».
«Esta intensidad generaba dudas en las entidades sociales con las que colaboramos, ya que trabajamos con ellas para identificar a los beneficiarios, y todas nos decían ‘Buah, es que son demasiadas horas, los chicos y las chicas no van a aguantar’ y nos ha pasado todo lo contrario. Nos hemos mudado a un coworking y todos los coders nos han pedido que le demos acceso al centro los fines de semana. Hay algunos que pasan hasta 14 horas estudiando y trabajando.
«Las entidades sociales», nos cuentan, «no se imaginan que estos chicos puedan aprender a programar porque lo ven muy complicado y creen que no van a aguantar el ritmo, pero la sorpresa ha sido muy positiva». Para identificar a los perfiles colaboran, entre otras entidades, con CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado), Fundación Probens, Fundación Comtal, el programa Incorpora de La Caixa y Orange con su programa Breakers.
https://www.xataka.com/otros/hay-quien-dice-poder-convertirte-en-programador-desde-cero-en-10-semanas
«En un principio eran más reacias porque dudaban de que los beneficiarios fuesen capaces, porque son personas sin estudios o que llevan mucho tiempo paradas, y creen que no van a aguantar un ritmo tan intensivo. Además, siempre apuestan por formaciones más tradicionales como peluquería o mecánicos. Teníamos que abrir la mente no solo de los beneficiarios, sino también de las propias entidades sociales», confiesan desde Factoría F5. «Sin embargo, la acogida ha ido mejorando conforme ha avanzado esta primera promoción, y ahora están mucho más comprometidas».
Esta falta de confianza también ha estado patente en el sector empresarial, «que está acostumbrado a contratar solo a ingenieros, informáticos y programadores web, así que llegar y decirles ‘Oye, existe un perfil mucho más amplio del que crees’ le ha costado, pero poco a poco también hemos conseguido una buena acogida».
La pregunta, por tanto, era evidente. ¿Una empresa confía en contratar a un refugiado o una persona en riesgo de exclusión social? «En España todavía está por ver, ya que todavía vamos por la primera promoción, pero en Francia, donde Simplon es muy popular, la salida positiva es de un 77%. Antes de que acabe la formación, 8 de cada 10 coders encuentran un trabajo». De hecho, Capgemini, una consultora francesa que opera a nivel global, hizo la prueba con unos cuantos coders de Simplon y el resultado fue tan positivo que financiaron una promoción entera para formar a una especie de «coders a medida» y luego contratarlos a todos.
«Todavía tenemos que abrir la mente de algunas empresas, pero muchas otras, al menos en Barcelona se están dando cuenta de que hay una enorme falta de talento y una alta demanda de puestos con unos salarios desorbitados, porque hay muchas empresas que necesitan a un desarrollador, y al haber tan pocos, su tarifa sube muchísimo. Falta talento, y algunas empresas están empezando a buscar donde antes no buscaban».
Una primera promoción compuesta por 18 coders
La primera promoción de coders empezó las clases el pasado marzo. Factoría F5 replicó el modelo de Simplon, que trabaja con 24 personas, aunque esta primera promoción empezó con 20, que acabaron siendo 18. «Tuvimos más de 200 inscripciones. Les pedimos que hicieran unos ejercicios prácticos, siendo este el único filtro que hay. Seleccionamos en base a la motivación personal, lógica, capacidad de trabajar en equipo y autonomía. Solo rellenaron el ejercicio 50 personas, con las que se hizo una jornada de selección, y se quedaron en 20». Pueden parecer pocas plazas, «pero siendo la primera promoción queríamos asegurarnos de que éramos capaces de absorber sus necesidades y comprobar que estuviesen comprometidos».
Esta primera promoción aglutina a personas de 18 nacionalidades distintas con edades comprendidas entre los 18 y los 55 años, de los cuales cinco son mujeres. «Esperamos que este año la demanda sea todavía más alta, y de ser así, estaríamos encantados de replicarnos en otras ciudades». De hecho, ya están investigando la posibilidad de llevar Factoría F5 a Madrid, Bilbao y Sevilla.
En lo que a enseñanza y metodología se refiere, desde Factoría F5 apuestan por la formación en JavaScript, Python y Ruby mediante la metodología Agile, «lo que permite a los alumnos trabajar y formarse en un entorno similar al de una empresa, enfocándose a proyectos». Empiezan la jornada con un «daily pedagógico». Esto consiste en que uno de los alumnos debe exponer ante la clase un concepto tecnológico o de programación que se le dice el día de antes.
Tras esto, Edgar Costilla, formador de la escuela, les enseña un nuevo concepto que ponen en práctica durante dos horas. Hacen una pausa, comen, hacen networking con sus compañeros del coworking y luego se ponen a programar de nuevo. «También solemos traer a ponentes invitados y profesionales del sector digital a dar una masterclass sobre frameworks, metodología Agile o programación». A esto se le debe sumar que los chicos, cuando acaban la formación, asisten a meet ups para hacer contactos.
A la par, los coders deben avanzar en un proyecto pedagógico que viene directamente de seis empresas con las que colaboran. Es un proyecto real y deben hacer un seguimiento con el stakeholder, informar de los avances y mantener una comunicación directa con la empresa. «Las compañías están muy contentas porque dicen que el resultado está siendo muy profesional, como el que podría haber hecho un desarrollador», afirman.
¿Y por qué formar, apostar por personas en riesgo de exclusión social? ¿Por qué hacen lo que hacen? «Han salido varios estudios que afirman que en el 2020 habrá más de 100.000 puestos de trabajo en el sector digital sin cubrir en España, por lo que hay que hacer algo para aprovechar esa oportunidad y dejar de favorecer a la clase alta que puede permitirse pagar 9.000 euros por un bootcamp. Estas personas son igual de válidas y lo están demostrando. Programar es para todos, independientemente del sexo, la raza y la edad».
«Con la formación en programación no solo es más fácil encontrar trabajo que si no tuvieras estudios, sino que además las expectativas salariales son mucho más altas. El salario medio de un desarrollador junior (de cero a dos años de experiencia) está entre los 23 y los 27 mil al año. Este aumenta hasta los 70.000 cuando eres senior, y eso es a partir de los cuatro años de experiencia».
Factoría F5 considera «personas en riesgo de exclusión social» a «mujeres (solo un 17% de los trabajadores del sector digital en Cataluña son mujeres), jóvenes sin estudios, personas mayores que tienen dificultades a la hora de incorporarse al mercado laboral, inmigrantes y personas con enfermedades o discapacidades.» Sus expectativas laborales son escasas. «Muchas de las chicas trabajaban en supermercados con turnos de 11 horas pésimamente pagados y camareras de noche. Los chicos no tenían experiencia laboral o como mucho habían sido mozos de almacén», nos cuentan.
Todavía es pronto para hablar de casos de éxito en España, pero esta semana han convocado a 17 empresas del sector para un hiring day en el que los coders tendrán la oportunidad de hablar con ellas, darse a conocer y encontrar un empleo. «Posiblemente el caso de éxito llegue a partir de octubre cuando acabe la formación, aunque muchas de ellas nos han confirmado que están muy interesadas en contratarlos».
Las historias humanas detrás de los coders
No todo es hablar de programación, Javascript, Python y HTML. Detrás de cada uno de los coders hay historias muy interesantes, de superación y de cambios radicales en sus vidas. Hemos tenido la ocasión de hablar con algunos de ellos para que nos cuenten de dónde vienen, cómo llegan a Factoría F5 y qué ha supuesto la formación en programación para sus vidas.
Rocio Cejudo: siempre me habían dicho que el mundo tecnológico no era para chicas».
Rocío Cejudo es una joven catalana de 21 años. Se ha criado en un ambiente muy masculino y desde pequeña le decían que programar es una cosa de chicos. Ahora se ha revelado y ha demostrado que programar es su pasión, aunque siempre lo había estado haciendo por su cuenta.
«Todo el mundo me decía que el mundo de la tecnología era una cosa de hombres y que yo no me podía meter en él porque ‘¿Qué le va a pasar a una chica?’. Todo el mundo, incluso los profesores, me decían que tenía que apostar por las ciencias o por las letras». Estudió Humanidades, y aunque acabó bien, no le terminaba de llenar. «Hice las pruebas de acceso a la universidad y las suspendí por una décima, y me sentí como un fracaso».
Un día, paseando por su pueblo, se topó con el diseño gráfico, donde pudo poner en práctica sus conocimientos de programación. Llegó casi por serendipia a Factoría F5, «y fue como ¡Wow!, me están presentando la oportunidad idónea. Yo quiero hacer esto y me da igual lo que piensen los demás». Se presentó a las pruebas de acceso, aunque tuvo que batallar con su padre. «Era la persona que decía que no me metiese en este mundo de chicos, aunque le dije que me daba igual y que quería hacerlo sí o sí».
Ha sido un cambio «muy bruto», afirma. «Ha sido todo un cambio a nivel personal y profesional, porque ahora puedo hablar sobre programación con gente de dentro de este mundo». «Estaba un poco apagada», continúa, «todo habían sido fracasos, y desde que estoy aquí, que es un campo que me gusta, que es gratuito, que tienes compañeros… te cambia mucho. La gente me ve y me dice que se me nota un cambio enorme tanto profesional como a nivel personal».
Para Rocío, la distinción entre campos profesionales para chicos y para chicas es algo educacional, «aunque no debería ser así en ningún campo. Debería ser mixto. Lo que muchos profesores y familiares hacen es apartarte de los campos del otro sexo, y te marcan para que vayas a otro sitio, y creo que se debería incentivar más la curiosidad de la persona, y no tanto lo de que esto es para chicos y esto para chicas».
Santos Alfonso: «salí de Venezuela porque el país está muy mal, no hay ni oportunidades ni comida»
Por su parte, Santos Alfonso es un joven venezolano de 21 años que ha tenido que exiliarse de Venezuela por motivos políticos. Siempre le ha interesado el diseño gráfico y web pero no había tenido la oportunidad de formarse. Vino a España porque su padre tiene nacionalidad española buscando un futuro mejor.
«Salgo de Venezuela porque el país está muy mal, no hay ni oportunidades ni comida». Tuvo que dejar la universidad, en la que estudiaba diseño gráfico, «porque no se podía vivir, prácticamente». Vino a España con su padre, que tiene la nacionalidad española. «No conocía a nadie, no tenía ni idea de dónde estudiar y tampoco tenía ni idea de la parte de código», cuenta Santos. Así, un día, en un centro cívico de Hospitalet, buscando información sobre formación y puestos de trabajo, le presentaron Factoría F5.
«Empezar esta formación ha sido lo mejor que me ha podido pasar desde que salí de Venezuela y llegué a España. Llevaba tres meses aquí y no tenía rumbo. Tenía mis dudas, pero desde el principio me encantó. Te forman de una manera que sin tener ni idea de código, como es mi caso, puedes aprender a programar fácilmente», nos cuenta.
En un futuro, Santos se ve trabajando como desarrollador front end, ya que le apasiona la parte de interfaces gráficas y experiencias de usuario. Cuando habla con sus compañeros y familiares de Venezuela sobre su actual situación «dicen que es increíble, aunque no tocamos mucho este tema porque la situación que están pasando allá es tan complicada que es difícil hablar de algo tan maravilloso que me está pasando». Sus deseos no son otros que iniciativas como Factoría F5 lleguen también allí. «Es una experiencia única y te hacen sentir como en casa», concluye.
Sacha Routchenko: «con la ayuda de la programación puede trabajar en cualquier parte del mundo»
Sacha es un francés de 37 años que se ha reinventado a sí mismo y es un apasionado de las nuevas tecnologías. Estudió empresariales y gestión de empresas en Barcelona, y a los 30, «tras un episodio personal en mi vida privada, que me hizo renunciar a mi puesto en una empresa que monté, una pyme con ocho empleados», se convertió en freelance. Pero «cada vez iba a menos. Me puse a viajar y cogía puestos como carpintero o cocinero».
Sacha va a ser padre este año, y cuando se enteró, si bien quería seguir viajando por el mundo, se dio cuenta de que necesitaba una salida laboral, «y para ello decidí que tenía que convertirme en programador». El motivo, argumenta, «es que con la ayuda de la programación puedo trabajar en cualquier parte del mundo gracias a Internet».
Como francés, ya conocía bien la iniciativa de Simplon, y estaba pensando en irse a Francia para entrar en esa academia, «pero por casualidades de la vida, en un centro de negocios, un compañero recibió una llamada de Factoría F5 y entonces lo vi claro. Era el último día de inscripción, así que me levanté, dejé todo lo que estaba haciendo y fui a apuntarme». Eso le permitió no solo formarse en programación, sino poder quedarse en Barcelona con su familia.
Sacha llevaba cuatro años intentando aprender a programar con cursos online como CodeAcademy o FreeCodeCamp, pero no nunca había conseguido dar el salto. «Para aprender necesito un poco de comunidad, y que me lo permitieran, encontrar esta comunidad con un nivel tan alto, es lo que me ha permitido seguir, llevar mi vida con una mejor calidad y con mayor seguridad». Sacha ya ha tenido reuniones con empresas cuyos empleos no requieren de una localización fija, lo que es un punto interesante ya que a su mujer, que está en Estados Unidos, solo la ve seis meses al año.
«Una de las cosas que más me gustaron de Factoría F5 es que nos han permitido potenciarnos según nuestros intereses. Nos han mezclado con diferentes perfiles, gente especializada en back end, front end y UI, lo que nos permite aprender a afrontar los problemas desde diferentes perspectivas», apostilla.
Francis Ramírez: «no tenía ni idea de código y ahora puedo trabajar como Junior»
Francis Ramírez es una mujer venezolana de 43 años que ha tenido que irse de Venezuela por motivos políticos. Ha trabajado como diseñadora de moda y administradora en su país pero al llegar a Barcelona solo aspiraba a trabajos mal remunerados. Ha dado un giro radical a su vida aprendiendo a programar.
Francis era dirigente político en Venezuela para el partido de Leopoldo López, y votó por el sí al referendum. «Ganaron e hicieron una lista, la famosa Lista Tascón, y todas las personas que votaron a favor del referendum entramos en ella. Entonces, el gobierno le dijo a las empresas que tuvieran personas en la lista que las echasen a la calle». Ella trabajaba como administradora en una empresa de transportes y, estando embarazada, fue despedida.
Estudió la carrera de diseño de moda, pero tuvo que dejarla a la mitad por motivos económicos. «Decidí ser autodidacta y empecé a aprender con vídeos de YouTube y revistas, hasta que tuve la oportunidad de montar un taller de moda en mi casa». Hace tres años se quedó en bancarrota y tuvo que cerrarlo, por lo que solo le quedaba una salida: emigrar. Fabricando minifaldas con pantalones vaqueros reciclados para un diseñador almeriense consiguió su billete de ida a España.
«No podía estar más de tres meses como turista, lo que me llevó a hacer la solicitud de asilo político y pedir la ayuda social. Entré con CEAR, que me ayudó con la inserción laboral y social. Ellos se enteraron de Factoría F5, se lo hicieron llegar y se lanzó a la aventura. «Al principio me costó muchísimo, lo mismo que me pasó con la costura. Cuando empecé a coser quemé una máquina que solo tenía 15 días, y aquí también he dañado el ordenador y me lo han tenido que formatear», confiesa Francis entre risas.
Su objetivo en Venezuela era montar su propia página de diseño de moda, pero nunca lo consiguió porque no sabía y contratarlo era muy caro. «Cuando llegué aquí y me presentaron esto no me podía creer que fuese a ser capaz de montar mi propia página. Me falta muchísimo por aprender, pero tengo 42 años, y si pude aprender costura, que es más difícil que el código, puedo programar. No es imposible, la práctica hace al maestro».
Para Francis, «Factoría F5 es más que una escuela o una academia, es un equipo humano que se preocupa por ti, que te acompaña y que nunca te deja solo. Es una escuela inclusiva, no distinguen por razas, credo o religión. No sé que más se puede pedir. No me puedo creer que esto me haya tocado a mí». De no haber entrado aquí, Francis reconoce que estaría trabajando en negro o en un puesto mal pagado. «Es la vida del inmigrante», afirma. «A mí me han maltrado, explotado y dejado de pagar en otros trabajos», pero ahora «no me siento excluida, y no dudo que tendré que aprender mucho más, pero lo conseguiré».
También te recomendamos
Lavadora con función vapor: qué es y cómo debe utilizarse
Nace Coderoulette, un Chatroulette de programadores para solucionar retos con desconocidos
El editor de texto Atom añade colaboración en tiempo real para los programadores
–
La noticia
Hay profesionales enseñando a programar gratis a refugiados y personas en riesgo de exclusión: ésta es su historia
fue publicada originalmente en
Genbeta
por
José García Nieto
.