La última serie de Ryan Murphy contiene todos los elementos de su estilo, pero al mismo tiempo ha conseguido eliminar los residuos más molestos de sus delirios y derivas narrativas habituales. Por una parte, entra perfectamente en su evolución del estudio de la cultura queer. No sólo se centra en dos actrices cuyo estatus de iconos de dicho colectivo pedía a gritos una versión de cine, sino que el culto frívolo a la rivalidad y zancadillas de dos estrellas tiene aquí un Santo Grial difícilmente superable en posteriores temporadas.
Y es que ‘Feud’, la primera temporada, tiene como subtítulo ‘Bette and Joan’, lo cual se adecua a la perfección al formato antológico en el que Murphy se ha hecho especialista. Tras sorprender al mundo entero con ‘American Crime Story’, en cuyo sólido desarrollo se intuía a un narrador con más ambiciones que es sus anteriores trabajos, con esta nueva serie, al menos esta temporada, ha demostrado ser mucho más que un cronista kitsch de la cultura pop americana.
Déjenme introducirles mi opinión sobre esta nueva serie haciendo un pequeño inciso informativo. Mi predisposición a la obra de Murphy no es demasiado favorable. No es que tenga prejuicios, pero he caído demasiadas veces en la trampa de querer apreciar cada nueva temporada de la obra que le ha convertido en uno de los nombres más codiciados de la televisión. Me refiero a ‘American Horror Story’ y sus desesperantes parodias del cine de terror. Una supuesta mirada intelectual deconstructiva que se queda en broma condescendiente.
La consagración de Ryan Murphy
Afortunadamente, nada de eso ocurre en ‘Feud’, más bien todo lo contrario. En vez de la deriva narrativa con caprichosos (y chapuceros) añadidos de tramas, subtramas y personajes de ‘American Horror Story’, nos encontramos una puesta en escena clásica, un guion que atiende a la historia sin dar bandazos y una arquitectura argumental que divide toda la historia de la lucha entre Bette Davis y Joan Crawford en diez episodios, con su inicio nudo y desenlace perfectamente autosuficientes.
Cada uno de ellos es una historia, una batalla armonizada con la gran rivalidad, de dimensiones épicas, que va tomando lugar según avanzan los años. El núcleo más significativo, por ser el momento más icónico del enfrentamiento, es la serie de episodios que tienen lugar durante el rodaje de ‘¿Qué fue de Baby Jane?’ (What Ever Happened to Baby Jane?, 1962), que además fue el material con el que se promocionó la serie. No significa esto, conviene aclarar, que el resto sea un relleno forzado. Nada más lejos de la verdad.
Se ha especulado mucho con un supuesto bajón de los episodios posteriores al rodaje de aquella película, pero la realidad es que el interés va constantemente en aumento, puesto que, cuando avanzamos en las vidas de ambas estrellas, vamos presenciando sus carreras marchitándose, con lo que los enfrentamientos y jugadas posteriores son más agrias y patológicas. De hecho, su mejor episodio ni siquiera está en los dedicados al rodaje de la mítica película de Robert Aldrich.
Triste estudio de la cara b de la fama
El capítulo más redondo es sin duda el de la entrega de los Óscar, posterior al estreno de la citada película. Todo un tratado de venganza fría y envidia condensada en los actos más mezquinos. Aunque toda la serie está plagada de momentos brillantes. Destaca el dialogo entre las dos estrellas femeninas en el que Davis le pregunta a Crawford cómo se siente al ser la mujer más bella y esta le pregunta lo mismo, refiriéndose a su talento y ambas contestan a la otra, respectivamente: «fue maravilloso, pero nunca lo suficiente».
Unas líneas esclarecedoras sobre la parte cuesta debajo de toda cima. Excelentes diálogos pues, que se unen a su excelente fotografía y las cautivadores interpretaciones de su pareja protagonista. Es difícil aclarar quién está mejor de las dos. Sarandon clava la forma de hablar y la rotunda personalidad de Davis y Lange alcanza lo sublime dando cuerpo a la visión realista de la naturaleza dual, entre lo venenoso y lo frágil, de Crawford. La vida de estas actrices, sus celos y vulnerabilidad dejan en relieve las dificultades de envejecer para las estrellas femeninas.
El nivel de la serie es tremendamente consistente en todos sus episodios, quizá flojeando un poco en su poco inspirado cierre. Pero el balance es muy positivo y pesa más el conjunto total, que funciona como un tratado de la desesperación que aparece como resultado de ir siendo más y más invisible y perder la propia identidad. Una biografía brillante que va más allá del retrato de sus protagonistas y sus frágiles egos y se convierte en un amargo viaje al viejo Hollywood, destapando las duras pruebas y tribulaciones que todos los actores, escritores y directores tenían (tienen) que pasar.