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jueves, diciembre 26, 2024
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Empresas y marcas sabrán todo de nosotros

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En el pasado, y a pesar de todo lo que nos repetía el refranero sobre lo rápido que se pilla a quien cuenta mentiras, echarle un poco de imaginación al currículo resultaba muy tentador. Al fin y al cabo, ¿quién se iba a dar cuenta realmente si se decía que se había trabajado más tiempo en un lugar, que se tenía un nivel ligeramente superior al que se señalaba en tal idioma o que se habían tenido algo más responsabilidades de las que se habían tenido en aquel puesto de trabajo? La información solo podía ser contrastada si se iba a la fuente y si se cruzaba con lo que quienes conocían el otro lado de la historia podían señalar.

Y esto ocurría al final a todos los niveles. La tentación de ‘aparentar’ era muy golosa y la historia social hacía que no fuese además algo que pareciese tan cuestionable. No hay más que sentarse a leer alguna novela escrita en algún momento del pasado para encontrar ya a personajes que se venden por más de lo que son. Presentarse de una forma un poco más positiva que la realidad estaba casi ya consolidado por la costumbre. Y la costumbre también señalaba que desenmascarar aquellas mentiras a veces inocentes y escasas y otras no tanto no era algo que ocurriese tan a menudo y no era algo que fuese tan sencillo de lograr.

Pero los tiempos han cambiado. No es que nos hayamos vuelto más sinceros que en el pasado, pero sí que ahora la información es mucho más accesible. Nosotros mismos nos hemos convertido en una fuente de información constante y muchas veces posiblemente inconsciente sobre quiénes somos y cómo somos, lo que hace que seguir la pista a las cosas que hemos hecho en el pasado sea mucho más fácil que nunca. Tirar del hilo es más fácil de lo que nunca fue.

No hay más que pensar, de hecho, en cómo cambiaron los CVs de los políticos cuando estalló la primera fase del escándalo Cifuentes. De los currículos públicos desaparecieron titulaciones, cargos y hasta elementos del pasado laboral: las mentiras y las medias verdades podían ser peinadas y analizadas y expuestas como tales.

De hecho, no hay más que pensar en el trabajo de los espías para comprender cómo han cambiado las cosas. Vigilar a los sospechosos ya no implica necesariamente hacer un seguimiento físico de nadie, pero también cada vez resulta más complicado crearse nuevas identidades y adentrarse en el terreno del espionaje. Ahora mismo, los espías de la CIA tienen que esforzarse mucho más para crear sus tapaderas para que estas resulten creíbles.

Los datos hacen la verdad más evidente

Y, al final, lo que queda claro de todo esto es que cada vez es más fácil saber la verdad sobre las personas. La era del big data, de los dispositivos siempre conectados y de la inteligencia artificial que lo purga todo han cambiado las reglas del juego y más que las cambiarán.

En el futuro de los datos, empezarán a sobrar las presentaciones. Tanto las empresas como las marcas, como los empleadores potenciales o hasta incluso en ocasiones nuestros interlocutores, lo sabrán todo de nosotros. El reguero de información que hemos ido dejando ha ido haciendo que nuestras mentiras y nuestras verdades sean cada vez más claras.

Para las marcas y las empresas, por ejemplo, casi poco importa lo que digas y lo que prometas. Ellos sabrán la verdad sobre tus gustos y sobre tus intereses. Poco importa lo que se diga, incluso con los gustos en redes sociales. El cruzar datos de actividad ya se encarga de señalar esa verdad que conforma el listado de intereses reales y de lo que se acabará realmente consumiendo.



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