Un oso pardo (Ursus arctos) acabó con la vida del segundo rey de Asturias en el año 739. El soberano se llamaba Favila o Fáfila, y las crónicas Albendense y de Alfonso III explican que el oso lo despedazó en los montes de Cangas de Onís. En la memoria de sus habitantes ha quedado la frase: «Espabila Favila, que te coge el oso», en referencia a quienes no hacen su trabajo a tiempo, como el rey, que al parecer se entretuvo más de la cuenta en huir hasta que lo atrapó el plantígrado.
El oso siempre ha tenido un gran protagonismo en la historia de Europa, especialmente durante la Edad Media. En la península ibérica su presencia era habitual en los principales montes de Castilla, como indica el Libro de la Montería, una guía de caza que Alfonso XI de Castilla encargó en el siglo XIV, y que documenta aquellos lugares del reino donde la presencia de este animal era notable.
Durante el Medievo, la caza del oso estaba casi restringida a la Corona y la nobleza. Por eso, algunos reyes de Aragón como Jaime II, Alfonso V o el mismo Fernando el Católico prohibieron a sus vasallos la captura del «rey de los bosques» para disfrute propio. De hecho, el monarca aragonés y su esposa Isabel I de Castilla se llevaron un buen susto con un oso en el sitio de El Real de Manzanares.
Este mismo rey envió una carta al concejo de Sevilla para que prohibiera la caza de «puercos monteses e osos e venados e gamos…» en un coto junto al Guadalquivir con el fin de aprovecharse en exclusiva de su riqueza cinegética. Algunas crónicas cuentan que su bisnieto Felipe II abatió al último plantígrado madrileño en el monte de El Pardo cuando aún era príncipe.
El declive de un animal regio
De la abundancia de osos da fe su presencia en escudos como los de Madrid, Berlín y la ciudad suiza de Berna. Si damos crédito a la tradición, el oso del escudo madrileño representaría la riqueza del bosque: los árboles, la caza y la leña. Este símbolo del oso y el madroño también aparece en el famoso y enigmático lienzo El jardín de las delicias de El Bosco, expuesto en el Museo del Prado.
Asimismo, en capiteles y canecillos de templos románicos de Cantabria, Asturias, León, Palencia, Navarra, Segovia o Soria se pueden ver figuras de osos en diferentes posturas. El relato completo de los últimos momentos de Favila, desde que se despide de su esposa hasta su muerte, está muy bien representado en un capitel del antiguo monasterio de San Pedro de Villanueva, en el concejo de Cangas de Onís.
Durante el Medievo, la caza del oso estaba casi restringida a la Corona y la nobleza.
Sin embargo, conforme se entraba en la Baja Edad Media el oso perdió la dignidad que había ostentado dentro del mundo animal y en la sociedad. Fue considerado un animal fiero, aterrador y cruel; al menos así aparecía en las fiestas paganas de los pueblos celtas y germánicos. En España, incluso hoy, en carnavales como los de Salcedo (Álava), Bielsa (Huesca), Arizkun (Navarra) y Almiruete (Guadalajara), aparece la figura del oso como un personaje malvado que persigue a todos los presentes. Como ha explicado el medievalista francés Michel Pastoreau, la propia morfología del oso, con sus semejanzas con el hombre en la forma de caminar sobre dos patas y su cuerpo velludo, provocó la aparición de relatos que hablaban de relaciones de osos con mujeres, leyendas que llegaron hasta la América conquistada.
La pérdida de prestigio del oso se puede constatar en las representaciones artísticas. Durante largo tiempo, la imagen del oso había sido muy popular en las miniaturas de biblias, misales, beatos y crónicas, y también aparecía con frecuencia en un lugar destacado dentro del arca de Noé, acompañado de leones, jabalíes, ciervos o serpientes. Sin embargo, poco a poco el león quedó consagrado en la iconografía como el rey de los animales y el oso pasó a un puesto secundario, e incluso desapareció de las representaciones del arca bíblica.
La Iglesia acabó por asociar el oso con el diablo. Desde el siglo XII se encuentran muchos relatos de monjes a los que se les aparece el demonio en forma de oso, que los agarra y asfixia en sueños. Su color oscuro y su pelaje se correspondían con la imagen de Satán. De esta forma se confirmaba una frase de Agustín de Hipona (siglo V) a propósito de la lucha del rey David contra un oso y un león: Ursus est diabolus, «El oso es un demonio».